Tuesday, July 01, 2008

JESÚS Y LA RELIGIÓN ORGANIZADA


"Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos." Mateo 8.1-4.


Me fascina Jesús de Nazaret. A muchos nos ocurre que entramos al seminario creyendo que ya hemos aprendido suficiente acerca de Él, y que ahora toca aprender y profundizar en otros niveles más altos: hebreo, griego, exégesis, teología sistemática, historia eclesiástica, etc. ¡Cuánto nos engañamos cuando pensamos así! La simplicidad de la lectura de los evangelios sólo para encontrarse con Jesús, con lo que él enseñó y realizó, siempre es capaz de fascinar el corazón, de desafiar la mente y de humillar los más elaborados sistemas teológicos que uno haya incorporado. Y debo reconocer (no sé si para vergüenza o para orgullo mío) que así lo he experimentado en pleno ministerio, después de mi ordenación.
Uno de los milagros que siempre más me fascinó de Jesús fue cuando, al concluir el Sermón del Monte, en pleno auge de su popularidad, Él sanó a un leproso. Últimamente me volví a encontrar con este texto y dos cosas me impactaron profundamente, la primera antigua para mí, la segunda, nueva para mí.
Lo primero: Desde la primera vez que oí esta historia no me deja de conmover el hecho de que Jesús “le tocó”. ¡Increíble! ¡Maravilloso! Jesús sana con el poder de su palabra (Mateo 8.16) no con toques mágicos ni con trucos al estilo David Copperfield. Para Jesús los milagros son actos naturales, transparentes, directos, ya que Él siempre, desde el principio, dio órdenes y la naturaleza siempre obedeció (Génesis 1.3). Y en el caso de este leproso no fue distinto, Jesús dio una orden: “sé limpio” y con eso Jesús le sanó “al instante”, dice el texto.
Entonces ¿por qué le toca? Y más aún: ¿por qué le toca antes de sanarlo? La respuesta es sencilla, pero impactante: porque Jesús sabía que este hombre leproso, creado a imagen y semejanza de Dios, había perdido su dignidad y era tratado peor que un perro; hacía meses, tal vez años, que nadie, absolutamente nadie le tocaba. Jesús le sanó el cuerpo con su palabra, pero con su toque le sanó el corazón. Con su orden “sé limpio”, echó fuera la lepra, pero con el acto de tocarle, le devolvió la dignidad y echó fuera la soledad, el desprecio y las heridas emocionales de este hombre. Este es Jesús de Nazaret: el Mesías compasivo.
Sin embargo lo segundo que este texto me reveló fue algo nuevo para mí que nunca antes había percibido con claridad: que Jesús es un hábil estratega en la revitalización de la religión. A algunos, que insisten porfiada, herética y estúpidamente, en separar al Jesús histórico del Jesús de los evangelios, les gusta imaginar un Jesús revolucionario, un anti-religioso que criticaba a los fariseos porque eran religiosos no porque eran hipócritas en su religión. Se me hace cada día más difícil estar de acuerdo con estos tipos. Nada en los evangelios, cuando hacemos una lectura honesta de ellos, da a entender algo como esto. En Jesús no hay contradicciones: él aborrece la falsa religiosidad, pero ama la religión verdadera, con sus leyes, sus rituales y sus instituciones.
Observen que Jesús, estratégicamente, le ordena al leproso cumplir las reglas de su religión con un propósito: “para testimonio de ellos”, dice el versículo 4. La idea de Jesús es darle una nueva vitalidad a la vida religiosa de este hombre leproso y de los mismos judíos.
Déjenme explicarlo más detalladamente:
Una antigua ley, muy probablemente empolvada en los rincones de la casa del sacerdote volvió a tener vigencia con este milagro de Jesús. Una ley que en aquel tiempo los escribas y los sacerdotes debían encontrar una raridad, una cosa casi mitológica y que la encontramos en Levítico 14: leyes sobre qué hacer cuando un leproso es sanado.
¿¿Quién usaría una ley como esa?? ¿¿Quién osaría tomar en serio una ley que habla sobre qué hacer cuando una enfermedad incurable es curada?? Imagino a uno que otro escriba o maestro de la ley de la época de Jesús diciendo: “lo más probable es que esta ley sobre la limpieza de los leprosos sea un injerto de un autor posterior, no creo que Moisés haya escrito esta ley tan rara”, o tal vez: “esta ley refleja el espíritu ingenuo y la falta de conocimiento de aquella época de Moisés y Aarón, no tiene ninguna vigencia para nuestros días, excepto como una moraleja acerca de que siempre hay que pensar positivo”.
Y allí están estos teólogos sabelotodos entretenidos en una conversación acerca del carácter fantástico, mitológico o simplemente simbólico de las antiguas leyes cuando de repente se presenta este hombre, bajo la orden de Jesús, con dos o tres testigos y unos animales para sacrificio: “Shalom, venerable sacerdote, ¿se acuerda de mí? Yo soy fulano de la ciudad tal que vino hace unos años y Ud. me diagnosticó la lepra… bueno, vengo a presentarme para cumplir el ritual de la purificación del leproso porque hasta ayer era leproso pero hoy estoy limpio porque Jesús de Nazaret me limpió”. Imagino la cara de este sacerdote. ¡Qué paradojal, pero qué real (hasta el día de hoy)!: un religioso incrédulo. Un glorioso milagro ocurriendo frente a sus narices y él tratando de justificarlo en su mente.
O tal vez no. Tal vez este sacerdote sorprendido, fue, desempolvó el viejo capítulo 14 de Levítico, lo leyó con atención, cumplió la ley y cuando finalmente había completado el ritual, comenzó a tomar otra actitud cada vez que ministraba en el Templo. Tal vez comenzó a hablar con sus colegas sacerdotes cosas como esta: “¿Hasta cuándo vamos a seguir estas leyes como si fueran sólo frías prescripciones rituales? ¿Saben qué? ¡La ley de Jehová es perfecta que convierte el alma! ¡Yo lo he visto! ¡Sé que el Señor sigue siendo hoy tan poderoso como lo fue en los tiempos de Moisés! Y tengo la prueba: se llama Jesús de Nazaret”. ¡¡Qué maravilloso testimonio el que este hombre leproso debía dar!! Un mártir en el sentido griego de la palabra, un verdadero testigo de la fe con su vida más que con sus palabras, eso es este hombre que un día fue leproso. Sin ser un gran sacerdote, sin ser un escriba ni un intérprete de la ley, sin pertenecer al poderoso partido de los fariseos o de los saduceos, este sencillo hombre que tuvo un encuentro real con Jesús, fue como una chispa en un montón de pajas secas.
Por eso me gusta este encuentro con Jesús. Y por eso me gusta cuando las personas se encuentran con Jesús verdaderamente, sobre todo los religiosos, los que van a la iglesia. Y es que seamos honestos, el problema de nuestros tiempos es básicamente el de los tiempos de Jesús: las instituciones religiosas están llenas de personas incrédulas, que llevan a sus niños a la Escuela Dominical, que asisten a los cultos, que andan con una Biblia debajo del brazo, que cantan los himnos con todas sus notitas bien puestas, que se conocen la Forma de Gobierno y el Manual de Disciplina, pero que hace tiempo dejaron de creer en un Dios personal y Poderoso que tenga algún poder para intervenir y cambiar sus vidas, o tal vez peor: nunca en realidad han siquiera creído en algo como eso.
Y es por eso también que mi más ardiente anhelo no es en absoluto que las personas abandonen las instituciones religiosas y se lancen a adorar a un hippie barbón a quien llaman Jesús. Mi más ardiente anhelo, de hecho, es que en todas las iglesias las personas se encuentren con Jesús como este leproso. Porque sólo un encuentro verdadero con Jesús puede hacer que la participación de alguien en una iglesia tenga propósito. Si no te has encontrado con Jesús, como este leproso, tu religión no tiene absolutamente ningún sentido. Es una cáscara inútil y vacía, destinada a la putrefacción.
Jesús quiere revitalizar nuestra religión. De hecho, estrictamente hablando, Jesús no vino al mundo ni realizó su ministerio terrenal con el fin de fundar una nueva religión – el cristianismo –, sino que Jesús vino a darle vitalidad, renovación, frescura a la única religión verdadera de todos los tiempos: el temor de Jehová, quien es el único y verdadero Dios. Estoy absolutamente convencido de que sólo el cristianismo bíblico es la continuación del judaísmo del Antiguo Testamento y no las distintas expresiones de lo que hoy llaman judaísmo.
Las preguntas para nosotros ahora, por, tanto son: ¿Dejaremos a Jesús actuar con su poder en nuestras iglesias? ¿Le dejaremos enseñar en nuestras Escuelas Dominicales? ¿Lo dejaremos presidir nuestros concilios y consultaremos a Él nuestras decisiones? ¿Le pondremos a Él en el centro de nuestros cultos en vez de a la tradición, a la innovación, a la contextualización o a cualquiera de esos ídolos que gobiernan nuestros cultos evangélicos de hoy en día? Empecemos contestando a estas preguntas individualmente y después llevémoslas a las asambleas y concilios.
Que Jesús tenga misericordia de nosotros. Que Cristo alce su rostro sobre nosotros y nos dé, individual e institucionalmente, el Shalom de un encuentro con Él, como lo hizo con el leproso. ¡Amén!