Tuesday, October 14, 2008

SÍ, SOY CRISTIANO Y SOY ROCKERO


Durante mucho, tal vez demasiado, tiempo se nos enseñó a los evangélicos que escuchar rock era pecado. Que el rock era un estilo musical demoníaco y que los cristianos que lo tocaban terminaban siendo drogadictos, criminales o se apartaban del Señor ante el deslumbramiento de la fama y la riqueza.
El tiempo ha pasado y, bajo el gobierno soberano de la divina providencia, se ha encargado de derribar los mitos.


El pionero del rock cristiano de fines de los 60, Larry Norman, acaba de fallecer en febrero de este año 2008 con un hermoso testimonio de toda una vida de servicio a la causa del evangelio; pobre, olvidado por la masa, pero rodeado de fieles hermanos y amigos en Cristo; muy afectado después de varias operaciones al corazón, en uno de sus últimos e-mails, sintiendo la muerte cercana, simplemente terminaba diciendo: “i’m going home”. Los integrantes del antiguo Petra siguen firmes en la fe y la mayoría de los Stryper, después de un amargo y triste alejamiento, han vuelto a los caminos del Señor y con una potente nueva versión de “In God We Trust”. Bono de U2 sigue felizmente casado con la misma esposa, cuidando a sus 4 hijos en Dublin, yendo a la iglesia los domingos, participando de retiros espirituales y vigilias de oración y, obviamente, haciendo recitales por el mundo mientras promueve su campaña para erradicar de la faz de la tierra lo que él llama de “pobreza estúpida”.
Más allá, incluso, de los casos individuales la verdad es que, estadísticamente hablando, en los últimos 30 años todos los rockeros cristianos que se han apartado no suman más que los pastores tradicionalistas que han sido disciplinados por adulterio, malversación de fondos o enseñar doctrinas anti-bíblicas.
Así va la cosa. Nos empezamos a dar cuenta que al final no era el rock el malo, sino el corazón humano.


Pues bien… ¿por qué soy rockero y cristiano? No soy dialéctico idealista ni discípulo de Heráclito de Éfeso o de Hegel, no me siento especialmente inclinado hacia las síntesis de contrarios. La razón por la que soy cristiano y rockero es porque veo absoluta coherencia entre una cosa y la otra. Y algunas de las razones son las siguientes:
El rock es un estilo musical que surge como expresión de una generación desencantada con los metarrelatos del proyecto moderno. Estos metarrelatos, sobre todo el de la Razón (con R mayúscula) y el acceso a la Verdad (también con V mayúscula) por medio de ella, se vio ampliamente cuestionado desde el mismo Nietzsche y la música de su amigo Wagner así lo refleja.
Pero es en el siglo XX donde este sentimiento de desencanto va a cuajar. En el ámbito de la música académica (o clásica): Schoenberg y la música dodecafónica, Stockhausen y la música electrónica, John Cage y la música concreta. En el ámbito popular: Chuck Berry y los primeros rock & roll de tres acordes (entre ellos, curiosamente, uno llamado “Roll Over Beethoven”), Elvis y su pelvis bailarina, Los Beatles y la sicodelia.
Después de muchos desencantos que la modernidad nos produjo (Hiroshima, el Holocausto judío, los Goulags, etc.), nos cansamos de metarrelatos que nos hablaban de una Razón omnisciente y omnipotente que guiaba a la humanidad hacia un progreso infinito, que nos enseñaba la desconfianza hacia las emociones y sensaciones de placer y que nos inculcaba un estilo de vida de “ascetismo secularizado”, de auto-negación por el bien del progreso y del desarrollo de conceptos tan abstractos e intangibles como “Nación”, “Pueblo”, "Equidad" y “Humanidad”.


Ese cansancio tomó forma musical concreta en el rock (“concreta” incluso en el sentido histórico-artístico de la palabra, como en “Revolution 9” de los Beatles en el Álbum Blanco). El rock es una música que apela a los sentidos. En el rock se muestran honestamente el placer y la ira; toda esa visceralidad que el pensamiento occidental moderno había olvidado o que, infructuosamente, había intentado negar, buscando suprimir nuestros instintos más básicos. Instintos que, sin embargo, Dios nos dio y con los cuales Él nos creó para que le busquemos y, una vez habiéndolo encontrado, nos deleitemos en Su presencia.
El rock es un estilo musical con fuerte énfasis en el ritmo más que en la melodía y en la armonía y que, por lo mismo, expresa y produce placer y ser cristiano es, de hecho, haber encontrado y saber disfrutar el mayor y más intenso placer: Dios. Al final, el antiguo Catecismo Menor de Westminster ya lo enseñaba y John Piper lo reafirma: glorificar a Dios es lo mismo que gozar de Él para siempre.
El rock es, también, con sus distorsiones y sus gritos, un estilo muy apropiado para expresar ira y, como bien dice A. W. Pink, la ira es un atributo divino que los sabelotodos humanos generalmente consideramos como una especie de mancha en el carácter de Dios, cuando en realidad es una de sus perfecciones. La fría indiferencia hacia el mal, tan característica del modernismo (fíjense en el supuesto “profesionalismo” de muchos psiquiatras y abogados cuando tratan con las perversiones humanas) es más pecaminosa que sentir ira. La ira es santa y buena, cuando expresa anhelo de santidad y de justicia verdadera. Dios se aíra contra el pecado, Jesús se airó contra el etnocentrismo farisaico. Prefiero eso a quedarme, en nombre de la “Razón” y la “Lógica”, indiferente frente al mal.


Sin duda que con todo ese desencanto hacia los metarrelatos modernos, también vino el relativismo filosófico-ético anticristiano. Como cristiano, obviamente rechazo todo esto, pero no quiero botar al bebé junto con el agua sucia de la bañera. Digo esto porque muchas veces este desencanto, que algunos llaman “postmodernidad” es contrapuesto per se al cristianismo, como si ser cristiano fuera ser, necesariamente, moderno. ¡Me niego rotundamente a eso! La fe en la “Razón” no es cristiana, no es protestante, es humanista y es idolatría; mi fe está puesta en Dios, la razón es un don que Él me dio para servirle mejor, nada más. Abanderarme con el iluminismo no sería sabio ni bíblico, pero muchos por rechazar el relativismo, lamentablemente, caen en el engaño y se posicionan con las posturas, también anti-cristianas, del iluminismo. Ser cristiano no es ser “postmoderno” ni tampoco es ser “moderno”: ser cristiano es “no conformarse a este siglo” (Rm 12.1-2)
Las únicas opciones no son ser “moderno” o ser “postmoderno”. Hay otra opción, no circunscrita a una época determinada porque es eterna, la de ser, como diría C. S. Lewis, un “mero cristiano”. Y como tal, rechazo tanto la frialdad racional del modernismo que endiosó a la Razón como el relativismo filosófico-ético del postmodernismo. Soy emocional y no me avergüenzo de serlo, sino todo lo contrario: le agradezco al Señor que me dio las emociones, así como me dio la razón.


Ser honesto con mis emociones, al más puro estilo de los Salmos bíblicos, y poder expresarlas libremente, son un regalo que me llega a través del rock. El rock me permite manifestar este “gozar de Él para siempre” que es el propósito de mi vida. El rock me permite, también, agradecer a Cristo la indecible victoria que me ha dado por Su sangre y todas las demás bendiciones que Él me da, como el rey David (que a mi entender era todo un rockero), el rock me hace mover los pies delante de Jehová aunque las Micales me menosprecien en su corazón. De hecho, ya que lo mencionamos, ¡qué respuesta rockera la de David a Mical!: “Danzaré delante de Jehová y aun seré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos; pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado” (2Sm 6.21-22). ¡¡Puro rock & roll!!

El rock también me permite gritar a un mundo indiferente mi ira contra la injusticia y contra el pecado que habita en mí, primeramente, y en esta sociedad. Los Who rompiendo sus guitarras en el escenario no son nada al lado de un Jesús que echa a los comerciantes del Templo… ¡eso es ira verdadera! Ira justa y santa del Mesías y no la ira de un “rebelde sin causa”. El rock me permite dar vuelta las mesas de cambistas que habitan mi alma y esta sociedad hipócrita, mientras grito a lo Bruce Dickinson: “¡¡¡Quitad de aquí esto y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado!!!” (Jn 2.16). ¡¡Puro metal!!

En el rock encuentro gozo, placer, ira y tanta emocionalidad y honestidad que, como cristiano que busca vivir coherentemente con su cosmovisión, no soy capaz de rechazarlo como medio de expresión.
No endioso el rock, no lo necesito, no dependo de él; sólo dependo de Dios. Pero Dios me dio la gracia de nacer en el año en que Lennon murió, de pasar mi infancia escuchando los vinilos de los Beatles los sábados por la mañana junto a mi viejo, de ver en mi pubertad en Televisión Nacional “The Wall” de Pink Floyd, de saltar al ritmo de “Smells like teen Spirit” en más de alguna fiesta en mi adolescencia, de poguear al ritmo de un punk-rock frenético en un recital de Los Miserables en Valparaíso, de cantar hasta la disfonía a Los Tr3s, a Fito, a Charly y a Los Prisioneros en las fogatas veraniegas de los campamentos en La Granja Presbiteriana. No puedo ignorar todo ese bagaje que forma parte de lo que soy.


Hoy soy pastor presbiteriano y tengo que tomar una postura frente a todo lo oído, lo gozado, lo vivido, lo cantado y lo gritado. Y esta es:


Sí, soy cristiano porque amo a Cristo sobre todas las cosas y adoro únicamente al Trino Dios de la Biblia. Y sí, soy rockero porque le agradezco a Dios el don del rock que me permite deleitarme, cantar y, muchas veces, gritar lo que hay dentro de mí. Porque el Señor me dio la gracia de nacer en una época donde existe este vehículo de expresión que hago mío para glorificar a Dios y deleitarme en Él.

¡Dios sea alabado y larga vida al rock!

Monday, October 06, 2008

¡NO MÁS CONCURSOS DE BELLEZA!


En la excelente película “Little Miss Sunshine” (otra de las tantas que me han hecho reír y llorar de forma abundante últimamente), la reflexión final de uno de los personajes, un adolescente “loser” de una familia “loser” que conversa con su tío “loser”, le da el hilo conductor a la película: “¿sabes qué? ¡La vida es un maldito concurso de belleza tras otro! La escuela, después la secundaria, después la universidad… ¡Al demonio la vida! ¡Al demonio los malditos concursos de belleza!
Cuando leía en Hechos 5 la historia de Ananías y Safira esta semana, no pude evitar recordarme de ese diálogo de “Little Miss Sunshine”. Y es que VIVIMOS EN UN MUNDO QUE ES COMO UN MALDITO CONCURSO DE BELLEZA. Un mundo donde todos observan nuestros atributos para evaluarnos. ¿Cómo te vistes? ¿Cómo hablas? ¿Qué trabajo tienes? ¿Cuánto ganas? ¿Cómo te diviertes?
A las mujeres: ¿cómo es tu físico?
A los hombres: ¿cuán exitoso eres?
Una vez que hemos aprobado un determinado standard, somos aceptados y entonces, después de haber pasado el test de aprobación, nos tornamos merecedores del respeto, de la amistad, del amor de los demás.
Todos buscamos ser amados. Esa es nuestra necesidad más esencial y básica. Eso es lo que nos mueve a vestirnos, hablar, comportarnos de tal manera, o estudiar tal carrera, o buscar tal trabajo: la necesidad de ser aceptados, amados.
A pesar de toda esta carnalidad en la que yo muchas (demasiadas) veces me sumerjo, aún así Dios me da un golpe en el hombro y me hace mirar hacia la más bella figura de todas (una belleza más bella que la belleza de la Miss Universo, que la belleza de un Porsche cero kilómetro, que la belleza de un hermoso atardecer o que la belleza de generosos actos de bondad y solidaridad): la belleza del Señor Jesús dilacerado, deformado y ensangrentado, colgando de una cruz, dando su vida por mí.
Y con ese sólo recuerdo, el Señor me dice: “con amor eterno te he amado, por tanto te he prolongado mi misericordia y seguiré prolongándola”. Cristo me libró de todos los malditos concursos de belleza de esta vida. Cuando Dios (ni más ni menos que ¡DIOS!) Se hizo hombre y derramó su sangre en la cruz, él me dijo y me dice: yo te acepto. Yo te amo. Ven así como estás.
Pero cuán frecuentemente olvidamos eso y seguimos actuando como si Dios nos aceptara sólo en la medida en que hacemos esto o dejamos de hacer esto otro. Pero el amor de Dios es el mismo amor siempre. Dios no es como esas personas que te dicen al inicio: “te amo como eres” y después que ya les entregaste tu corazón te exigen esto o lo otro. La relación con Dios no es un concurso de belleza espiritual. Dios no es un jurado evaluando tus atributos espirituales, tu compromiso, tu consecuencia, tu bondad hacia los demás.
¡ESTA GRACIA ES LA ESENCIA, EL ADN DE LA IGLESIA! Pero esto también se nos olvida fácilmente y muchas veces hacemos de la iglesia un concurso de belleza: “Miss santidad”, “Mister consagración”. ¡Qué triste cuando esto ocurre!
Cuando hacemos de la iglesia un concurso de belleza, pecamos terriblemente. A veces lo hacemos de las formas más básicas y simplonas, imitando 100% al mundo: nos fijamos en cómo el otro habla, en cómo se viste, en cómo usa el pelo, a qué segmento social pertenece y hacemos de estas cosas el parámetro para evaluar si vamos a incorporar al hermano a nuestro círculo de amigos o no. Es interesante cómo, antes de saber si la persona es casada, si tiene hijos, hace cuánto conoce al Señor o si tiene alguna necesidad espiritual para que oremos, primero queremos saber su profesión u ocupación o su postura política. ¡Qué extraño! Me da risa cómo muchos actúan como su fueran ABC1 sin serlo ¿por qué hacen esto? ¿Qué se saca con eso? ¡Qué raro! Otros actúan como si fueran más inteligentes que los demás ¿para qué?
Otras veces nuestros concursos de belleza son más espirituales, más religiosos, pero son concursos al fin y al cabo: ¿Cuántas veces competimos para ver quién es más santo, quién es más consagrado, quién tiene más compromiso, quién viene más, quién canta u ora con más fervor, quién sabe más de la Biblia, quién tiene menos vicios, quién tiene más hijos en la iglesia, etc. etc.?

Cuando veo la imagen bíblica de la iglesia no veo nada del glamour de un concurso de belleza: no veo luces sobre un escenario bien montado, no veo un lugar lleno de aroma a Chanel n° 5 y laca para pelo, no veo lindos cuerpos desfilando en trajes de noche, no veo implantes de silicona, Botox, ni liposucciones, no veo un jurado evaluando, no veo peinados ostentosos, no veo farándula, no veo flashes ni alfombras rojas….
Cuando veo la imagen bíblica de la iglesia veo el taller de restauración de muebles de un carpintero: con aserrín por todos lados, lleno de nauseabundo olor a neoprén, herramientas esparcidas sobre los mesones y un montón de piezas y muebles desarmados o a medio armar, uno de esos muebles (tal vez el más desgastado y feo) soy yo… el otro eres tú.
La iglesia es el taller del carpintero, donde Él moldea nuestras vidas. La iglesia es un cuerpo compuesto de miembros defectuosos, pero que en conexión con la Cabeza, que es Cristo, y en dependencia de Él, son sanados, transformados y hechos útiles.
Eso fue lo que se les olvidó a Ananías y a Safira. Ellos empezaron a pensar que la Iglesia era un concurso de belleza para ver quién era más generoso y dadivoso.
La historia de Ananías y Safira está en Hechos 5, pero fíjense en los versículos inmediatamente anteriores (Hechos 4.34-37). Es interesante cómo Ananías y Safira, al ver estos actos de generosidad voluntaria de tantos creyentes, entre ellos Bernabé, ellos solitos, sin que nadie les dijera nada, se sintieron presionados a causar la misma impresión.
“¡Qué ganas de que nos respeten como respetan a Bernabé! ¿Qué podemos hacer para que todos nos acepten y admiren como lo hicieron con Bernabé?”… “¡se me ocurrió una idea!”, dice Ananías: “vendamos nuestra propiedad y digamos que la vendimos por menos, así nos quedamos con algo de dinero de la venta y todos nos van a admirar”.
¿Uds. lo logran ver? ¡Ananías y Safira han entendido mal todo desde el inicio! Ellos creen que la iglesia es un concurso de belleza espiritual, para ver quién es más generoso.
Su pecado no fue sólo mentir. Esa fue la expresión concreta que tomó su pecado, pero el pecado de ellos era más profundo y Pedro lo dice en el v. 3: ellos permitieron que Satanás llenara su corazón con mentiras del tipo: “si Uds. No hacen lo mismo que Bernabé, entonces no van a ser aceptados por la comunidad y nadie los va a respetar”. Además de esto, Satanás llenó su corazón con envidias hacia Bernabé y los otros cristianos que tomaron como opción personal entregar la totalidad de sus bienes. Pero Ananías y Safira no eran como Bernabé y en vez de reconocerlo y pedir la oración de sus hermanos, se pusieron un par de implantes espirituales de silicona y trataron de parecer lo que no eran. Ellos amaban demasiado este mundo, para ellos eran demasiado importantes sus bienes y, sobre todo, la posición de prestigio que podían tener ante los demás.
No dejemos que Satanás llene nuestro corazón en la iglesia hoy.
No hagamos de la iglesia un concurso de espiritualidad, ni un concurso de conocimiento teológico, ni un concurso de generosidad, ni un concurso de compromiso. A Dios no le interesa elegir, ni menos que nosotros elijamos, a la “Miss Espiritualidad”, ni al “Mister Sana Doctrina”, ni a la “Miss Desprendimiento”, ni al “Mister Puntual”. Todos esos concursos de belleza no llevan a nada.
SOMOS LA COMUNIDAD DE LA GRACIA. Somos el taller del Carpintero. Es poco glamuroso, lo sé… pero es auténtico y aquí es el espacio para ser uno mismo. Claro que es importante ser espiritual, tener sana doctrina, ser generoso con la obra de Dios y tener un compromiso firme. Pero si no eres una, varias o ninguna de esas cosas, entonces no te preocupes más: sólo reconócelo y entrégate en las manos del Carpintero y Él te arreglará, mientras tanto nosotros, tus compañeros de caminada, dejamos a un lado las críticas, los juicios, los prejuicios y te aceptamos sin evaluarte primero, oramos contigo, te tomamos de la mano si caes y aprendemos a amarte como la hace el Carpintero desde toda eternidad. Eso es ser Iglesia.
Quitémonos la espiritualidad plástica:
¡Afuera los implantes espirituales de silicona! El Señor sabe quiénes somos… Él nos hizo así.
¡Ya no más liposucciones que sólo arrancan nuestras individualidades y aquellos detalles específicos de nuestro carácter que nos hacen hermosos como Dios nos creó!
¡Basta de sonrisas hechas de Botox en los cultos y reuniones de la iglesia!
Es tiempo de ser auténticos. Hay demasiados concursos de belleza en esta vida como para que hagamos de la iglesia uno más…