Tuesday, April 03, 2007

LO QUE LOS PASTORES PODEMOS APRENDER DE FOUCAULT (O DE KANT)



Michel Foucault [ante una pregunta hecha por el entrevistador]: Sobre ese tema no tengo nada que decir. “Sin comentarios”.
Entrevistador: ¿Ud. cree que esta pregunta no tiene respuesta, que está mal colocada o, simplemente, el tema no le interesa?
Foucault:
No, no es nada de eso. Es que no soy partidario de hablar de cosas que están fuera de mi competencia. El tema no me concierne y no me gusta hablar de algo que, en realidad, no es objeto de mi trabajo. Tengo una opinión personal sobre ese asunto, pero carece de interés por el hecho de ser solamente una opinión personal.
Entrevistador:
¿Pero ud. no cree que la opiniones personales puedan ser interesantes?
Foucault: Naturalmente, y puedo darle mi opinión, pero eso sólo tendría sentido si ud. le pidiera la opinión a todos. No quiero valerme de una posición privilegiada, cuando me entrevistan, para divulgar opiniones.

(Michel Foucault en “Un Diálogo Sobre los Placeres del Sexo”, subrayado mío)

Al margen de que no concordamos con la visión de mundo de Michel Foucault o de si endosamos o no sus propuestas de análisis histórico, social y filosófico, ciertamente podemos, y debemos, admirar su rigurosidad investigativa y su seriedad como profesional. Son manifestaciones de la gracia común, acerca de la cual ya hemos hablado en otro momento.
Mi reflexión es simple: ¿Cuántos de nosotros, pastores reformados, debemos aprender del ateo e impío Michel Foucault a no usar nuestras posiciones privilegiadas para hablar acerca de temas y cosas que no manejamos o que, simplemente, no nos conciernen? A veces nos falta responsabilidad. Con rígidas declaraciones, más basados en la tradición o en un determinado estereotipo de moralidad que en la Biblia, divulgamos nuestras opiniones personales desde posiciones privilegiadas como púlpitos, consejería pastoral, visitas para dar asistencia pastoral a familias, clases y estudios bíblicos. No siempre el resultado es un total desastre (Dios es misericordioso a pesar de nuestra irresponsabilidad), pero, como aprendemos de Ezequiel 3 y 33, el atalaya es responsable por dar el toque de trompeta correcto en el momento oportuno independientemente del resultado.
Entiendo, y en este aspecto concuerdo con Foucault, que hay lugar para las opiniones personales: conversaciones, algunos tipos de mesas redondas, blogs (como este), etc. Incluso entiendo que en circunstancias arriba citadas, como clases o consejería, uno puede dar una opinión personal, pero debe saber argumentarla y debe saber hablar como Pablo “digo yo, no el Señor”. Pienso que en el caso de un pastor siempre debe ser así. El sólo hecho de ser pastor ya es una posición privilegiada, por lo tanto, aún en conversaciones privadas con amigos alrededor de una taza de café, uno debe poner énfasis en hacer la diferencia entre “la Biblia lo dice” y “yo pienso u opino”.
Uds. se han dado cuenta que aquí en este blog opino muchas cosas. No todas mis opiniones las he hecho de manera 100% responsable y por eso quiero que sepan que mi reflexión no es un dedo acusatorio hacia otros sino, primariamente, una lección que aprendí con Foucault, hace unos días atrás, mientras leía otro de sus fascinantes textos. Como aprendí con un querido maestro del seminario: si estoy con un dedo índice apuntando hacia otros, ciertamente hay tres dedos más apuntando hacia mí.
En el texto mencionado arriba (que en realidad es una entrevista realizada por un tal James O’Higgins) Foucault, sin explicar una teoría al respecto, simplemente poniéndolo en práctica, muestra el poder que tiene la palabra, sobre todo cuando dicha desde ciertas posiciones de privilegio y con una bella retórica. Y decide no hacer uso de ella en un momento que él, como académico, considera peligroso. Debo reconocer que Foucault me dio una bofetada que me hizo reírme de mí mismo.
Immanuel Kant hizo cierta vez una diferencia muy interesante y útil acerca de la diferencia entre el uso público y el uso privado de la razón. A aquellos que les parezca muy escandaloso aprender del ateo, homosexual y ex-comunista Michel Foucault, tienen la opción de aprender lo mismo del casto, templado y pietista Kant, quien en un clásico texto llamado “¿Qué es la Ilustración?” (famoso por el “Sapere Aude!”) expone diversos ejemplos de la diferencia entre el uso público y privado de la razón. Entre ellos da el ejemplo de un oficial del ejército que, a la hora de la batalla no puede cuestionar la orden de su comandante, sino su vida y la de otros corre peligro. Pero, ciertamente, el mismo oficial puede publicar un libro en el cual explique los motivos y presente argumentos acerca del por qué él considera que una determinada estrategia militar, distinta a la de su comandante, sería más eficiente. Otro ejemplo dado por Kant es (¡oh sorpresa!) el del clérigo que ha hecho una suscripción confesional a la hora de ser ordenado como ministro (como los presbiterianos en relación a la Confesión de Fe de Westminster) y que tiene la obligación de enseñar desde el púlpito la confesión de la iglesia a quien representa. Allí el pastor no es “Fulano De Tal”, con nombre y apellido, sino un representante oficial de la iglesia que habla con una autoridad que no procede de sí mismo sino de su investidura (como muy bien lo simboliza la toga negra que muchos de nosotros usamos, la cual tiene la finalidad de ocultar nuestra individualidad… aunque algunos la usan motivados solamente por el factor estético y no simbólico, pero eso es tema para otro post). Este es el uso público de la razón. Pero ese mismo pastor puede sentarse alrededor de una mesa con un grupo de colegas, amigos o alumnos suyos y, mientras toma una cerveza de Wittenberg y degusta un jabalí asado (como muy bien lo sabía hacer Lutero) puede expresar su visión particular acerca de cosas que la iglesia no reconoce en su confesionalidad o en sus estatutos. Tal es el uso privado de la razón.
Creo que un pastor reformado no ve dicotomía entre el uso público y el uso privado de la razón, sino complementación. Por ejemplo, un pastor responsable sabe que la confesión y los estatutos de su iglesia no son infalibles, sin embargo, endosa en gran parte lo que su iglesia confiesa y practica, cumpliendo y haciendo cumplir dichos estatutos pues entiende que este no sólo es su deber como representante oficial de la iglesia a la cual pertenece sino también porque está convencido y de limpia conciencia ha considerado que los estatutos de su iglesia le representan en su postura como individuo. De otra manera, si no fuera así, es mejor que no sea ordenado clérigo de dicha denominación y que busque una iglesia más adecuada a su forma de pensar. Pero, puede ser también que él se considere representado, y muy bien representado, por los estatutos de su iglesia, pero habiendo puntos críticos específicos que no le representan. Si él tiene los suficientes argumentos para demostrar que su postura es la más bíblica, sin duda que debe hacer uso de los canales regulares para llevar el tema a discusión en los concilios correspondientes y buscar que su iglesia cambie en ese aspecto que él considera esencial. Mientras los estatutos de su iglesia no cambien, es su deber cumplirlos y hacerlos cumplir como están.
Ahora: cuando los temas en los cuales él está en desacuerdo son no-esenciales y dependen más bien de ciertas posturas personales discutibles, sin duda que debe haber tolerancia en pro de la unidad y es entonces cuando, con mayor razón, debe haber un uso responsable de la razón privada y una obediencia humilde hacia los estatutos de la iglesia en el uso público de la razón.
Pues bien, toqué sin querer el tema de la suscripción confesional, pero sólo tangencialmente. En otra oportunidad lo haremos de manera más directa. Por ahora interesa esto: seamos más responsables con nuestras opiniones personales. Pero no dejemos de darlas cuando corresponda. Si el Señor nos ha dado dones como la retórica, la elocuencia, la capacidad argumentativa, etc. debemos saber usarlos con temor y temblor. He visto jóvenes confundidos yendo al altar porque su pastor, irresponsablemente, les ha dicho su opinión personal, de que sería bueno que se casaran, como ley. Otros han tenido que vivir sintiéndose culpables o hipócritas porque su pastor le prohibió algo que la Biblia no prohíbe, pero que él de vez en cuando “tiene un desliz” y lo hace igual (jugar fútbol, ver televisión, escuchar rock, beber una copa de vino en una fiesta familiar, etc.). ¿Cuántos están perdiendo sus empleos por obedecer reglas que Dios no ordenó? ¿Cuántas esposas están, en lugar de ganando a sus maridos para el Señor perdiéndolos porque el pastor las obliga a ir a la iglesia en días y horarios imprudentes para realizar tareas domésticas que deberían primero realizar en sus propias casas? ¿Y qué hablar de los misioneros, seminaristas y jóvenes pastores frustrados que se prepararon y fueron al campo ministerial a fracasar sólo porque a su pastor de aquella época le pareció que ellos tenían un llamado místico e inexplicable?
Como dije, no siempre los resultados son desastrosos gracias a la sola misericordia del Señor, pero la responsabilidad del atalaya es la misma, independiente de los resultados y deberemos rendir cuentas por nuestra labor pastoral ante el Señor que ve más allá de los resultados externos o de las meras estadísticas.
Por último, al margen de mis opiniones personales, importa lo que la Palabra de Dios dice y por eso los dejo con ella:
Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes.(Marcos 7.6-8)