Tuesday, October 14, 2008

SÍ, SOY CRISTIANO Y SOY ROCKERO


Durante mucho, tal vez demasiado, tiempo se nos enseñó a los evangélicos que escuchar rock era pecado. Que el rock era un estilo musical demoníaco y que los cristianos que lo tocaban terminaban siendo drogadictos, criminales o se apartaban del Señor ante el deslumbramiento de la fama y la riqueza.
El tiempo ha pasado y, bajo el gobierno soberano de la divina providencia, se ha encargado de derribar los mitos.


El pionero del rock cristiano de fines de los 60, Larry Norman, acaba de fallecer en febrero de este año 2008 con un hermoso testimonio de toda una vida de servicio a la causa del evangelio; pobre, olvidado por la masa, pero rodeado de fieles hermanos y amigos en Cristo; muy afectado después de varias operaciones al corazón, en uno de sus últimos e-mails, sintiendo la muerte cercana, simplemente terminaba diciendo: “i’m going home”. Los integrantes del antiguo Petra siguen firmes en la fe y la mayoría de los Stryper, después de un amargo y triste alejamiento, han vuelto a los caminos del Señor y con una potente nueva versión de “In God We Trust”. Bono de U2 sigue felizmente casado con la misma esposa, cuidando a sus 4 hijos en Dublin, yendo a la iglesia los domingos, participando de retiros espirituales y vigilias de oración y, obviamente, haciendo recitales por el mundo mientras promueve su campaña para erradicar de la faz de la tierra lo que él llama de “pobreza estúpida”.
Más allá, incluso, de los casos individuales la verdad es que, estadísticamente hablando, en los últimos 30 años todos los rockeros cristianos que se han apartado no suman más que los pastores tradicionalistas que han sido disciplinados por adulterio, malversación de fondos o enseñar doctrinas anti-bíblicas.
Así va la cosa. Nos empezamos a dar cuenta que al final no era el rock el malo, sino el corazón humano.


Pues bien… ¿por qué soy rockero y cristiano? No soy dialéctico idealista ni discípulo de Heráclito de Éfeso o de Hegel, no me siento especialmente inclinado hacia las síntesis de contrarios. La razón por la que soy cristiano y rockero es porque veo absoluta coherencia entre una cosa y la otra. Y algunas de las razones son las siguientes:
El rock es un estilo musical que surge como expresión de una generación desencantada con los metarrelatos del proyecto moderno. Estos metarrelatos, sobre todo el de la Razón (con R mayúscula) y el acceso a la Verdad (también con V mayúscula) por medio de ella, se vio ampliamente cuestionado desde el mismo Nietzsche y la música de su amigo Wagner así lo refleja.
Pero es en el siglo XX donde este sentimiento de desencanto va a cuajar. En el ámbito de la música académica (o clásica): Schoenberg y la música dodecafónica, Stockhausen y la música electrónica, John Cage y la música concreta. En el ámbito popular: Chuck Berry y los primeros rock & roll de tres acordes (entre ellos, curiosamente, uno llamado “Roll Over Beethoven”), Elvis y su pelvis bailarina, Los Beatles y la sicodelia.
Después de muchos desencantos que la modernidad nos produjo (Hiroshima, el Holocausto judío, los Goulags, etc.), nos cansamos de metarrelatos que nos hablaban de una Razón omnisciente y omnipotente que guiaba a la humanidad hacia un progreso infinito, que nos enseñaba la desconfianza hacia las emociones y sensaciones de placer y que nos inculcaba un estilo de vida de “ascetismo secularizado”, de auto-negación por el bien del progreso y del desarrollo de conceptos tan abstractos e intangibles como “Nación”, “Pueblo”, "Equidad" y “Humanidad”.


Ese cansancio tomó forma musical concreta en el rock (“concreta” incluso en el sentido histórico-artístico de la palabra, como en “Revolution 9” de los Beatles en el Álbum Blanco). El rock es una música que apela a los sentidos. En el rock se muestran honestamente el placer y la ira; toda esa visceralidad que el pensamiento occidental moderno había olvidado o que, infructuosamente, había intentado negar, buscando suprimir nuestros instintos más básicos. Instintos que, sin embargo, Dios nos dio y con los cuales Él nos creó para que le busquemos y, una vez habiéndolo encontrado, nos deleitemos en Su presencia.
El rock es un estilo musical con fuerte énfasis en el ritmo más que en la melodía y en la armonía y que, por lo mismo, expresa y produce placer y ser cristiano es, de hecho, haber encontrado y saber disfrutar el mayor y más intenso placer: Dios. Al final, el antiguo Catecismo Menor de Westminster ya lo enseñaba y John Piper lo reafirma: glorificar a Dios es lo mismo que gozar de Él para siempre.
El rock es, también, con sus distorsiones y sus gritos, un estilo muy apropiado para expresar ira y, como bien dice A. W. Pink, la ira es un atributo divino que los sabelotodos humanos generalmente consideramos como una especie de mancha en el carácter de Dios, cuando en realidad es una de sus perfecciones. La fría indiferencia hacia el mal, tan característica del modernismo (fíjense en el supuesto “profesionalismo” de muchos psiquiatras y abogados cuando tratan con las perversiones humanas) es más pecaminosa que sentir ira. La ira es santa y buena, cuando expresa anhelo de santidad y de justicia verdadera. Dios se aíra contra el pecado, Jesús se airó contra el etnocentrismo farisaico. Prefiero eso a quedarme, en nombre de la “Razón” y la “Lógica”, indiferente frente al mal.


Sin duda que con todo ese desencanto hacia los metarrelatos modernos, también vino el relativismo filosófico-ético anticristiano. Como cristiano, obviamente rechazo todo esto, pero no quiero botar al bebé junto con el agua sucia de la bañera. Digo esto porque muchas veces este desencanto, que algunos llaman “postmodernidad” es contrapuesto per se al cristianismo, como si ser cristiano fuera ser, necesariamente, moderno. ¡Me niego rotundamente a eso! La fe en la “Razón” no es cristiana, no es protestante, es humanista y es idolatría; mi fe está puesta en Dios, la razón es un don que Él me dio para servirle mejor, nada más. Abanderarme con el iluminismo no sería sabio ni bíblico, pero muchos por rechazar el relativismo, lamentablemente, caen en el engaño y se posicionan con las posturas, también anti-cristianas, del iluminismo. Ser cristiano no es ser “postmoderno” ni tampoco es ser “moderno”: ser cristiano es “no conformarse a este siglo” (Rm 12.1-2)
Las únicas opciones no son ser “moderno” o ser “postmoderno”. Hay otra opción, no circunscrita a una época determinada porque es eterna, la de ser, como diría C. S. Lewis, un “mero cristiano”. Y como tal, rechazo tanto la frialdad racional del modernismo que endiosó a la Razón como el relativismo filosófico-ético del postmodernismo. Soy emocional y no me avergüenzo de serlo, sino todo lo contrario: le agradezco al Señor que me dio las emociones, así como me dio la razón.


Ser honesto con mis emociones, al más puro estilo de los Salmos bíblicos, y poder expresarlas libremente, son un regalo que me llega a través del rock. El rock me permite manifestar este “gozar de Él para siempre” que es el propósito de mi vida. El rock me permite, también, agradecer a Cristo la indecible victoria que me ha dado por Su sangre y todas las demás bendiciones que Él me da, como el rey David (que a mi entender era todo un rockero), el rock me hace mover los pies delante de Jehová aunque las Micales me menosprecien en su corazón. De hecho, ya que lo mencionamos, ¡qué respuesta rockera la de David a Mical!: “Danzaré delante de Jehová y aun seré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos; pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado” (2Sm 6.21-22). ¡¡Puro rock & roll!!

El rock también me permite gritar a un mundo indiferente mi ira contra la injusticia y contra el pecado que habita en mí, primeramente, y en esta sociedad. Los Who rompiendo sus guitarras en el escenario no son nada al lado de un Jesús que echa a los comerciantes del Templo… ¡eso es ira verdadera! Ira justa y santa del Mesías y no la ira de un “rebelde sin causa”. El rock me permite dar vuelta las mesas de cambistas que habitan mi alma y esta sociedad hipócrita, mientras grito a lo Bruce Dickinson: “¡¡¡Quitad de aquí esto y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado!!!” (Jn 2.16). ¡¡Puro metal!!

En el rock encuentro gozo, placer, ira y tanta emocionalidad y honestidad que, como cristiano que busca vivir coherentemente con su cosmovisión, no soy capaz de rechazarlo como medio de expresión.
No endioso el rock, no lo necesito, no dependo de él; sólo dependo de Dios. Pero Dios me dio la gracia de nacer en el año en que Lennon murió, de pasar mi infancia escuchando los vinilos de los Beatles los sábados por la mañana junto a mi viejo, de ver en mi pubertad en Televisión Nacional “The Wall” de Pink Floyd, de saltar al ritmo de “Smells like teen Spirit” en más de alguna fiesta en mi adolescencia, de poguear al ritmo de un punk-rock frenético en un recital de Los Miserables en Valparaíso, de cantar hasta la disfonía a Los Tr3s, a Fito, a Charly y a Los Prisioneros en las fogatas veraniegas de los campamentos en La Granja Presbiteriana. No puedo ignorar todo ese bagaje que forma parte de lo que soy.


Hoy soy pastor presbiteriano y tengo que tomar una postura frente a todo lo oído, lo gozado, lo vivido, lo cantado y lo gritado. Y esta es:


Sí, soy cristiano porque amo a Cristo sobre todas las cosas y adoro únicamente al Trino Dios de la Biblia. Y sí, soy rockero porque le agradezco a Dios el don del rock que me permite deleitarme, cantar y, muchas veces, gritar lo que hay dentro de mí. Porque el Señor me dio la gracia de nacer en una época donde existe este vehículo de expresión que hago mío para glorificar a Dios y deleitarme en Él.

¡Dios sea alabado y larga vida al rock!

Monday, October 06, 2008

¡NO MÁS CONCURSOS DE BELLEZA!


En la excelente película “Little Miss Sunshine” (otra de las tantas que me han hecho reír y llorar de forma abundante últimamente), la reflexión final de uno de los personajes, un adolescente “loser” de una familia “loser” que conversa con su tío “loser”, le da el hilo conductor a la película: “¿sabes qué? ¡La vida es un maldito concurso de belleza tras otro! La escuela, después la secundaria, después la universidad… ¡Al demonio la vida! ¡Al demonio los malditos concursos de belleza!
Cuando leía en Hechos 5 la historia de Ananías y Safira esta semana, no pude evitar recordarme de ese diálogo de “Little Miss Sunshine”. Y es que VIVIMOS EN UN MUNDO QUE ES COMO UN MALDITO CONCURSO DE BELLEZA. Un mundo donde todos observan nuestros atributos para evaluarnos. ¿Cómo te vistes? ¿Cómo hablas? ¿Qué trabajo tienes? ¿Cuánto ganas? ¿Cómo te diviertes?
A las mujeres: ¿cómo es tu físico?
A los hombres: ¿cuán exitoso eres?
Una vez que hemos aprobado un determinado standard, somos aceptados y entonces, después de haber pasado el test de aprobación, nos tornamos merecedores del respeto, de la amistad, del amor de los demás.
Todos buscamos ser amados. Esa es nuestra necesidad más esencial y básica. Eso es lo que nos mueve a vestirnos, hablar, comportarnos de tal manera, o estudiar tal carrera, o buscar tal trabajo: la necesidad de ser aceptados, amados.
A pesar de toda esta carnalidad en la que yo muchas (demasiadas) veces me sumerjo, aún así Dios me da un golpe en el hombro y me hace mirar hacia la más bella figura de todas (una belleza más bella que la belleza de la Miss Universo, que la belleza de un Porsche cero kilómetro, que la belleza de un hermoso atardecer o que la belleza de generosos actos de bondad y solidaridad): la belleza del Señor Jesús dilacerado, deformado y ensangrentado, colgando de una cruz, dando su vida por mí.
Y con ese sólo recuerdo, el Señor me dice: “con amor eterno te he amado, por tanto te he prolongado mi misericordia y seguiré prolongándola”. Cristo me libró de todos los malditos concursos de belleza de esta vida. Cuando Dios (ni más ni menos que ¡DIOS!) Se hizo hombre y derramó su sangre en la cruz, él me dijo y me dice: yo te acepto. Yo te amo. Ven así como estás.
Pero cuán frecuentemente olvidamos eso y seguimos actuando como si Dios nos aceptara sólo en la medida en que hacemos esto o dejamos de hacer esto otro. Pero el amor de Dios es el mismo amor siempre. Dios no es como esas personas que te dicen al inicio: “te amo como eres” y después que ya les entregaste tu corazón te exigen esto o lo otro. La relación con Dios no es un concurso de belleza espiritual. Dios no es un jurado evaluando tus atributos espirituales, tu compromiso, tu consecuencia, tu bondad hacia los demás.
¡ESTA GRACIA ES LA ESENCIA, EL ADN DE LA IGLESIA! Pero esto también se nos olvida fácilmente y muchas veces hacemos de la iglesia un concurso de belleza: “Miss santidad”, “Mister consagración”. ¡Qué triste cuando esto ocurre!
Cuando hacemos de la iglesia un concurso de belleza, pecamos terriblemente. A veces lo hacemos de las formas más básicas y simplonas, imitando 100% al mundo: nos fijamos en cómo el otro habla, en cómo se viste, en cómo usa el pelo, a qué segmento social pertenece y hacemos de estas cosas el parámetro para evaluar si vamos a incorporar al hermano a nuestro círculo de amigos o no. Es interesante cómo, antes de saber si la persona es casada, si tiene hijos, hace cuánto conoce al Señor o si tiene alguna necesidad espiritual para que oremos, primero queremos saber su profesión u ocupación o su postura política. ¡Qué extraño! Me da risa cómo muchos actúan como su fueran ABC1 sin serlo ¿por qué hacen esto? ¿Qué se saca con eso? ¡Qué raro! Otros actúan como si fueran más inteligentes que los demás ¿para qué?
Otras veces nuestros concursos de belleza son más espirituales, más religiosos, pero son concursos al fin y al cabo: ¿Cuántas veces competimos para ver quién es más santo, quién es más consagrado, quién tiene más compromiso, quién viene más, quién canta u ora con más fervor, quién sabe más de la Biblia, quién tiene menos vicios, quién tiene más hijos en la iglesia, etc. etc.?

Cuando veo la imagen bíblica de la iglesia no veo nada del glamour de un concurso de belleza: no veo luces sobre un escenario bien montado, no veo un lugar lleno de aroma a Chanel n° 5 y laca para pelo, no veo lindos cuerpos desfilando en trajes de noche, no veo implantes de silicona, Botox, ni liposucciones, no veo un jurado evaluando, no veo peinados ostentosos, no veo farándula, no veo flashes ni alfombras rojas….
Cuando veo la imagen bíblica de la iglesia veo el taller de restauración de muebles de un carpintero: con aserrín por todos lados, lleno de nauseabundo olor a neoprén, herramientas esparcidas sobre los mesones y un montón de piezas y muebles desarmados o a medio armar, uno de esos muebles (tal vez el más desgastado y feo) soy yo… el otro eres tú.
La iglesia es el taller del carpintero, donde Él moldea nuestras vidas. La iglesia es un cuerpo compuesto de miembros defectuosos, pero que en conexión con la Cabeza, que es Cristo, y en dependencia de Él, son sanados, transformados y hechos útiles.
Eso fue lo que se les olvidó a Ananías y a Safira. Ellos empezaron a pensar que la Iglesia era un concurso de belleza para ver quién era más generoso y dadivoso.
La historia de Ananías y Safira está en Hechos 5, pero fíjense en los versículos inmediatamente anteriores (Hechos 4.34-37). Es interesante cómo Ananías y Safira, al ver estos actos de generosidad voluntaria de tantos creyentes, entre ellos Bernabé, ellos solitos, sin que nadie les dijera nada, se sintieron presionados a causar la misma impresión.
“¡Qué ganas de que nos respeten como respetan a Bernabé! ¿Qué podemos hacer para que todos nos acepten y admiren como lo hicieron con Bernabé?”… “¡se me ocurrió una idea!”, dice Ananías: “vendamos nuestra propiedad y digamos que la vendimos por menos, así nos quedamos con algo de dinero de la venta y todos nos van a admirar”.
¿Uds. lo logran ver? ¡Ananías y Safira han entendido mal todo desde el inicio! Ellos creen que la iglesia es un concurso de belleza espiritual, para ver quién es más generoso.
Su pecado no fue sólo mentir. Esa fue la expresión concreta que tomó su pecado, pero el pecado de ellos era más profundo y Pedro lo dice en el v. 3: ellos permitieron que Satanás llenara su corazón con mentiras del tipo: “si Uds. No hacen lo mismo que Bernabé, entonces no van a ser aceptados por la comunidad y nadie los va a respetar”. Además de esto, Satanás llenó su corazón con envidias hacia Bernabé y los otros cristianos que tomaron como opción personal entregar la totalidad de sus bienes. Pero Ananías y Safira no eran como Bernabé y en vez de reconocerlo y pedir la oración de sus hermanos, se pusieron un par de implantes espirituales de silicona y trataron de parecer lo que no eran. Ellos amaban demasiado este mundo, para ellos eran demasiado importantes sus bienes y, sobre todo, la posición de prestigio que podían tener ante los demás.
No dejemos que Satanás llene nuestro corazón en la iglesia hoy.
No hagamos de la iglesia un concurso de espiritualidad, ni un concurso de conocimiento teológico, ni un concurso de generosidad, ni un concurso de compromiso. A Dios no le interesa elegir, ni menos que nosotros elijamos, a la “Miss Espiritualidad”, ni al “Mister Sana Doctrina”, ni a la “Miss Desprendimiento”, ni al “Mister Puntual”. Todos esos concursos de belleza no llevan a nada.
SOMOS LA COMUNIDAD DE LA GRACIA. Somos el taller del Carpintero. Es poco glamuroso, lo sé… pero es auténtico y aquí es el espacio para ser uno mismo. Claro que es importante ser espiritual, tener sana doctrina, ser generoso con la obra de Dios y tener un compromiso firme. Pero si no eres una, varias o ninguna de esas cosas, entonces no te preocupes más: sólo reconócelo y entrégate en las manos del Carpintero y Él te arreglará, mientras tanto nosotros, tus compañeros de caminada, dejamos a un lado las críticas, los juicios, los prejuicios y te aceptamos sin evaluarte primero, oramos contigo, te tomamos de la mano si caes y aprendemos a amarte como la hace el Carpintero desde toda eternidad. Eso es ser Iglesia.
Quitémonos la espiritualidad plástica:
¡Afuera los implantes espirituales de silicona! El Señor sabe quiénes somos… Él nos hizo así.
¡Ya no más liposucciones que sólo arrancan nuestras individualidades y aquellos detalles específicos de nuestro carácter que nos hacen hermosos como Dios nos creó!
¡Basta de sonrisas hechas de Botox en los cultos y reuniones de la iglesia!
Es tiempo de ser auténticos. Hay demasiados concursos de belleza en esta vida como para que hagamos de la iglesia uno más…

Tuesday, July 01, 2008

JESÚS Y LA RELIGIÓN ORGANIZADA


"Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos." Mateo 8.1-4.


Me fascina Jesús de Nazaret. A muchos nos ocurre que entramos al seminario creyendo que ya hemos aprendido suficiente acerca de Él, y que ahora toca aprender y profundizar en otros niveles más altos: hebreo, griego, exégesis, teología sistemática, historia eclesiástica, etc. ¡Cuánto nos engañamos cuando pensamos así! La simplicidad de la lectura de los evangelios sólo para encontrarse con Jesús, con lo que él enseñó y realizó, siempre es capaz de fascinar el corazón, de desafiar la mente y de humillar los más elaborados sistemas teológicos que uno haya incorporado. Y debo reconocer (no sé si para vergüenza o para orgullo mío) que así lo he experimentado en pleno ministerio, después de mi ordenación.
Uno de los milagros que siempre más me fascinó de Jesús fue cuando, al concluir el Sermón del Monte, en pleno auge de su popularidad, Él sanó a un leproso. Últimamente me volví a encontrar con este texto y dos cosas me impactaron profundamente, la primera antigua para mí, la segunda, nueva para mí.
Lo primero: Desde la primera vez que oí esta historia no me deja de conmover el hecho de que Jesús “le tocó”. ¡Increíble! ¡Maravilloso! Jesús sana con el poder de su palabra (Mateo 8.16) no con toques mágicos ni con trucos al estilo David Copperfield. Para Jesús los milagros son actos naturales, transparentes, directos, ya que Él siempre, desde el principio, dio órdenes y la naturaleza siempre obedeció (Génesis 1.3). Y en el caso de este leproso no fue distinto, Jesús dio una orden: “sé limpio” y con eso Jesús le sanó “al instante”, dice el texto.
Entonces ¿por qué le toca? Y más aún: ¿por qué le toca antes de sanarlo? La respuesta es sencilla, pero impactante: porque Jesús sabía que este hombre leproso, creado a imagen y semejanza de Dios, había perdido su dignidad y era tratado peor que un perro; hacía meses, tal vez años, que nadie, absolutamente nadie le tocaba. Jesús le sanó el cuerpo con su palabra, pero con su toque le sanó el corazón. Con su orden “sé limpio”, echó fuera la lepra, pero con el acto de tocarle, le devolvió la dignidad y echó fuera la soledad, el desprecio y las heridas emocionales de este hombre. Este es Jesús de Nazaret: el Mesías compasivo.
Sin embargo lo segundo que este texto me reveló fue algo nuevo para mí que nunca antes había percibido con claridad: que Jesús es un hábil estratega en la revitalización de la religión. A algunos, que insisten porfiada, herética y estúpidamente, en separar al Jesús histórico del Jesús de los evangelios, les gusta imaginar un Jesús revolucionario, un anti-religioso que criticaba a los fariseos porque eran religiosos no porque eran hipócritas en su religión. Se me hace cada día más difícil estar de acuerdo con estos tipos. Nada en los evangelios, cuando hacemos una lectura honesta de ellos, da a entender algo como esto. En Jesús no hay contradicciones: él aborrece la falsa religiosidad, pero ama la religión verdadera, con sus leyes, sus rituales y sus instituciones.
Observen que Jesús, estratégicamente, le ordena al leproso cumplir las reglas de su religión con un propósito: “para testimonio de ellos”, dice el versículo 4. La idea de Jesús es darle una nueva vitalidad a la vida religiosa de este hombre leproso y de los mismos judíos.
Déjenme explicarlo más detalladamente:
Una antigua ley, muy probablemente empolvada en los rincones de la casa del sacerdote volvió a tener vigencia con este milagro de Jesús. Una ley que en aquel tiempo los escribas y los sacerdotes debían encontrar una raridad, una cosa casi mitológica y que la encontramos en Levítico 14: leyes sobre qué hacer cuando un leproso es sanado.
¿¿Quién usaría una ley como esa?? ¿¿Quién osaría tomar en serio una ley que habla sobre qué hacer cuando una enfermedad incurable es curada?? Imagino a uno que otro escriba o maestro de la ley de la época de Jesús diciendo: “lo más probable es que esta ley sobre la limpieza de los leprosos sea un injerto de un autor posterior, no creo que Moisés haya escrito esta ley tan rara”, o tal vez: “esta ley refleja el espíritu ingenuo y la falta de conocimiento de aquella época de Moisés y Aarón, no tiene ninguna vigencia para nuestros días, excepto como una moraleja acerca de que siempre hay que pensar positivo”.
Y allí están estos teólogos sabelotodos entretenidos en una conversación acerca del carácter fantástico, mitológico o simplemente simbólico de las antiguas leyes cuando de repente se presenta este hombre, bajo la orden de Jesús, con dos o tres testigos y unos animales para sacrificio: “Shalom, venerable sacerdote, ¿se acuerda de mí? Yo soy fulano de la ciudad tal que vino hace unos años y Ud. me diagnosticó la lepra… bueno, vengo a presentarme para cumplir el ritual de la purificación del leproso porque hasta ayer era leproso pero hoy estoy limpio porque Jesús de Nazaret me limpió”. Imagino la cara de este sacerdote. ¡Qué paradojal, pero qué real (hasta el día de hoy)!: un religioso incrédulo. Un glorioso milagro ocurriendo frente a sus narices y él tratando de justificarlo en su mente.
O tal vez no. Tal vez este sacerdote sorprendido, fue, desempolvó el viejo capítulo 14 de Levítico, lo leyó con atención, cumplió la ley y cuando finalmente había completado el ritual, comenzó a tomar otra actitud cada vez que ministraba en el Templo. Tal vez comenzó a hablar con sus colegas sacerdotes cosas como esta: “¿Hasta cuándo vamos a seguir estas leyes como si fueran sólo frías prescripciones rituales? ¿Saben qué? ¡La ley de Jehová es perfecta que convierte el alma! ¡Yo lo he visto! ¡Sé que el Señor sigue siendo hoy tan poderoso como lo fue en los tiempos de Moisés! Y tengo la prueba: se llama Jesús de Nazaret”. ¡¡Qué maravilloso testimonio el que este hombre leproso debía dar!! Un mártir en el sentido griego de la palabra, un verdadero testigo de la fe con su vida más que con sus palabras, eso es este hombre que un día fue leproso. Sin ser un gran sacerdote, sin ser un escriba ni un intérprete de la ley, sin pertenecer al poderoso partido de los fariseos o de los saduceos, este sencillo hombre que tuvo un encuentro real con Jesús, fue como una chispa en un montón de pajas secas.
Por eso me gusta este encuentro con Jesús. Y por eso me gusta cuando las personas se encuentran con Jesús verdaderamente, sobre todo los religiosos, los que van a la iglesia. Y es que seamos honestos, el problema de nuestros tiempos es básicamente el de los tiempos de Jesús: las instituciones religiosas están llenas de personas incrédulas, que llevan a sus niños a la Escuela Dominical, que asisten a los cultos, que andan con una Biblia debajo del brazo, que cantan los himnos con todas sus notitas bien puestas, que se conocen la Forma de Gobierno y el Manual de Disciplina, pero que hace tiempo dejaron de creer en un Dios personal y Poderoso que tenga algún poder para intervenir y cambiar sus vidas, o tal vez peor: nunca en realidad han siquiera creído en algo como eso.
Y es por eso también que mi más ardiente anhelo no es en absoluto que las personas abandonen las instituciones religiosas y se lancen a adorar a un hippie barbón a quien llaman Jesús. Mi más ardiente anhelo, de hecho, es que en todas las iglesias las personas se encuentren con Jesús como este leproso. Porque sólo un encuentro verdadero con Jesús puede hacer que la participación de alguien en una iglesia tenga propósito. Si no te has encontrado con Jesús, como este leproso, tu religión no tiene absolutamente ningún sentido. Es una cáscara inútil y vacía, destinada a la putrefacción.
Jesús quiere revitalizar nuestra religión. De hecho, estrictamente hablando, Jesús no vino al mundo ni realizó su ministerio terrenal con el fin de fundar una nueva religión – el cristianismo –, sino que Jesús vino a darle vitalidad, renovación, frescura a la única religión verdadera de todos los tiempos: el temor de Jehová, quien es el único y verdadero Dios. Estoy absolutamente convencido de que sólo el cristianismo bíblico es la continuación del judaísmo del Antiguo Testamento y no las distintas expresiones de lo que hoy llaman judaísmo.
Las preguntas para nosotros ahora, por, tanto son: ¿Dejaremos a Jesús actuar con su poder en nuestras iglesias? ¿Le dejaremos enseñar en nuestras Escuelas Dominicales? ¿Lo dejaremos presidir nuestros concilios y consultaremos a Él nuestras decisiones? ¿Le pondremos a Él en el centro de nuestros cultos en vez de a la tradición, a la innovación, a la contextualización o a cualquiera de esos ídolos que gobiernan nuestros cultos evangélicos de hoy en día? Empecemos contestando a estas preguntas individualmente y después llevémoslas a las asambleas y concilios.
Que Jesús tenga misericordia de nosotros. Que Cristo alce su rostro sobre nosotros y nos dé, individual e institucionalmente, el Shalom de un encuentro con Él, como lo hizo con el leproso. ¡Amén!

Friday, June 13, 2008

BOB DYLAN SOBRE LAS PREGUNTAS ESTÚPIDAS Y EL ÉXITO


Ya hace algunos años que he empezado a cultivar una lenta y cada vez más incondicional admiración por Bob Dylan. El cantante norteamericano que comenzó en el Folk de protesta social y se volcó (casi como un traidor para los jóvenes universitarios demócratas de los 60) hacia el Rock & Roll es un tipo escurridizo en todos los sentidos. No sólo su carrera musical y política, sino su misma vida religiosa es camaleónica a morir. Nacido judío (como Robert Zimmerman), se pegó un salto del escepticismo que traen consigo el abuso del acohol y las drogas al mismísimo fundamentalismo-pentecostal-premilenista a fines de los 70 e inicio de los 80, sólo para después desaparecer de la escena religiosa y no hablar más del tema, hasta hace un poco tiempo atrás, cuando reconoció en una entrevista que sigue creyendo en lo que dice la Biblia, que usa himnos protestantes como base para componer sus músicas y que no sólo cree que el fin se acerca como un lento tren ("Slow Train Coming": nombre de su primer álbum gospel del '79) sino que ahora avanza cada vez más rápido.

En fin, datos freak aparte, quisiera mostrarles un pequeño pedazo de una entrevista que Dylan concedió a una revista en los '60. Muchos acusan a Dylan de ser incoherente en las entrevistas en aquella época. Yo no lo creo. Me parece que mentes privilegiadas, como la de Dylan, se pueden dar el lujo de entretenerse en sus respuestas cuando les hacen preguntas estúpidas como la que está más abajo. Esta es la primera lección que rescato de este trozo de entrevista.

Lo segundo, es que realmente me encanta cómo en su ironía Dylan muestra que no siempre los que logran el éxito son personas extraordinarias que escogen serlo a costa de mucha disciplina y esfuerzo (como reza el american dream), sino que simplemente pueden ser gente común, o simples idiotas, a quienes se les presenta una oportunidad única y la aprovechan... ¿un ejemplo actual de esto? Homero Simpson... ¡Ok, es un monito animado! Pero ¿y qué me dicen de George W. Bush? Es más estúpido que Homero y más poderoso... y, aunque no lo crean, ¡no es un monito animado!

Bueno... sin más divagaciones personales, aquí va algo de la sabiduría rockera del Venerable Gran Maestro Bob Dylan:

Entrevistador: ¿Qué te hizo decidir ser una estrella de rock?

Bob Dylan: El descuido. Perdí mi único amor verdadero. Empecé a beber. Lo primero que recuerdo después es que estoy jugando a las cartas, después estoy jugando a los dados. Despierto y estoy en una sala de pool. Entonces esta enorme mujer mexicana me saca de la mesa de pool y me lleva a Filadelfia. Me deja solo en su casa y esta se incendia. Me voy a Phoenix. Consigo trabajo haciéndome pasar por un chino. Me pongo a trabajar en un “todo a mil” y me voy a vivir con una chica de 13 años. Entonces, esta enorme mujer mexicana de Filadelfia viene e incendia la casa. Me voy a Dallas. Me consigo un trabajo como un “antes” en una propaganda de “antes y después” de Charles Atlas. Me mudo con un chico que trabaja en un camión de reparto que puede cocinar fantásticos chiles y hot-dogs. Entonces esta chica de 13 años de Phoenix viene e incendia la casa. El chico del camión de reparto, que no era tan simple, le pasa el cuchillo a ella y lo próximo que recuerdo es que estoy en Omaha. Es muy frío allá. Para este tiempo ya estoy robando mis propias bicicletas y friendo mi propio pescado. Me da una racha de suerte y consigo trabajo como carburador en las carreras de autos todo jueves en la noche. Me mudo con una profesora de secundaria quien también hace un poco de gasfitería por otro lado y quien inventó un tipo especial de refrigerador que puede tornar el papel de diario en lechuga. Todo está yendo muy bien hasta que aquel chico del camión de reparto aparece y trata de acuchillarme. A estas alturas no necesito decirlo: él incendió la casa y yo puse mis pies en la carretera. El primer tipo que me dio un aventón me preguntó si yo quería ser una estrella. ¿Qué podía decirle?


¡Sos grande Dylan!
Those about to rock, we salute you!

Thursday, May 15, 2008

LOS LIBERALES CONTEMPORÁNEOS Y EL DR. MALITO



Los gobiernos autoritarios temen a los creyentes verdaderos porque ellos tienen un parámetro superior y absoluto por el cual juzgar todas las leyes y acciones humanas, aunque estas procedan de un rey, de un presidente, de un parlamento o de quién sea. Nada, ni siquiera algo que ha sido aprobado por la voluntad de un 50% + 1 debe ser obedecido por un cristiano, si es algo que va contra las órdenes de Dios. Y el cristiano lo sabe muy bien.
La Palabra de Dios promete persecuciones contra los cristianos y cada vez más hostiles a medida que el fin se acerca. Los valores torcidos y mal comprendidos del mundo contemporáneo son los mismos valores y beneficios que nosotros (los cristianos y, más específicamente, los protestantes) un día proclamamos y enseñamos a la sociedad: respeto por la dignidad humana, libertad de conciencia, tolerancia hacia los que piensan distinto, gobiernos democráticos en los países, etc. etc. No siempre fuimos coherentes en la práctica con estos valores (son valores mayores que nosotros), pero sí siempre estuvieron implícitos en nuestros principios. Son los valores cuya cáscara ahora es usada, curiosamente, contra el cristianismo para llamarlo de "ideología peligrosa". Los principios religiosos que eran la raíz y sustento teórico de esos valores, fueron cortados y ahora esos valores… o lo que quedó de ellos son usados, dentro de una lógica contradictoria, para perseguir a los cristianos.
El mundo contemporáneo olvida que:
a. No hay dignidad humana sin la fe en que el hombre fue creado por Dios y es imagen y semejanza de Él. Olvidan que la dignidad humana no tiene mucho futuro como concepto si nos igualamos a las amebas o a los babuinos.
b. No hay libertad de conciencia sin la fe en que Dios ha revelado Su voluntad absoluta en la Escritura para que nosotros usemos nuestra libertad para obedecerla. Olvidan que el mismo concepto de libertad implica en un camino correcto que debe ser seguido.
c. No hay tolerancia real sin la fe en una verdad absoluta a partir de la cual debatir y juzgar, con respeto, qué opiniones son correctas y qué opiniones son falsas para así producir un debate fructífero. Olvidan que el relativismo y el escepticisimo no son tolerancia y que, de hecho, la destruyen.
d. No hay verdadera democracia sin la fe en que el hombre, que es pecador y cuya naturaleza está caída, necesita frenos en el ejercicio del poder. Olvidan que la democracia es sólo la menos mala de las formas de gobierno, no la más perfecta, y que aún en democracia pueden existir ("y existen" diría Foucault con firmeza) métodos de control de conciencia.

Todos los valores que pseudo-pensadores como Pedro Lemebel, Dan Brown, Pamela Jiles, Richard Dawkins, los columnistas del The Clinic y muchos otros están vomitando contra los cristianos, son los valores que el mismo cristianismo les sirvió en la boca. Son valores que sin la fe en Cristo y en las Escrituras como Palabra de Dios no pasan de cáscaras vacías, estuches de hierro sin nada adentro, pero que esclavizan y encierran a la sociedad en los totalitarismos más inusitados. Totalitarismos tales como mandar callar a los que defienden los derechos del no-nato, denunciar y encarcelar a quienes enseñan que la homosexualidad es una perversión, denigrar injustificadamente la integridad personal de alguien que cree que hombres y mujeres, iguales en dignidad y condición, deben ocupar funciones diferenciadas en la familia, en la iglesia y en la sociedad.
Los liberales modernos no pasan de hijos ingratos y rebeldes con un surto de pataletas irracionales que no conducen a ningún bien concreto para nadie, ni siquiera para ellos mismos.
Decir que son como Satanás les queda grande… decir que son como el Doctor Malito (archienemigo de Austin Powers que resultó ser su hermano gemelo, hijo de Nigel Powers) tal vez sea más cercano a la realidad…

Tuesday, April 22, 2008

SEXO, FÚTBOL Y CULTO DOMINICAL




Después de mucho tiempo desaparecido (sorry for that), aquí les presento una breve reflexión con el propósito de iniciar una sana discusión acerca de qué hacer y qué no hacer en el culto comunitario del Pueblo de Dios... escrita el año 2005... espero les invite a reflexionar.



Toda actividad humana es religiosa en su aspecto más central.
Todo lo que hacemos está glorificando a Dios o es una abyecta forma de idolatría y adoración a nosotros mismos, a falsos dioses o a demonios. He ahí el concepto central que la Escritura nos revela cuando nos dice: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Cl. 3.17).
¿Es posible glorificar a Dios en TODO lo que hacemos? ¡Sin duda! Si fuera de otra manera, esa y tantas otras exhortaciones ni existirían en la Biblia. La gloria de Dios está en juego en cada decisión que tomamos, en cada actividad a la cual nos dedicamos. ¡Así es! El sentido y propósito principal de nuestra existencia está en juego en cada decisión que tomamos y en cada actividad a la cual nos dedicamos.
Aunque este concepto es bíblico y, sin duda, de esencial importancia para la vida cristiana, para la iglesia y para la teología, no podemos dejar que nuestras inclinaciones pecamonisas lo malinterpreten y distorsionen. Lamentablemente, hemos visto que esta distorsión está ocurriendo de varias maneras, pero una muy específica ha ingresado en las iglesias (sobre todo en las históricas) para manchar la gloria de Dios y deformar la actividad más noble a la que el espíritu humano puede dedicarse: el culto comunitario del pueblo de Dios.
Tal vez tú hayas escuchado cuestionamientos como los siguientes: si todo glorifica a Dios, entonces ¿por qué no podemos interpretar piezas de teatro en el culto público? ¿o hacer coreografías? ¿o ver una película comiendo palomitas de maíz? ¿o, quién sabe, andar en skate sobre el púlpito para alabar a Dios?
Este tipo de sofismas ha estado en la boca de mucha (tal vez demasiada) gente y es preocupante que sea así. Parece un argumento muy lógico del tipo: si A = B y B = C, entonces A = C. En otras palabras: si toda actividad humana glorifica a Dios y el culto público es para glorificar a Dios, entonces todo tipo de actividad humana es adecuada para el culto público. Sin embargo, este argumento tiene diversas fallas propias de una manera de pensar fragmentada (algunos llamarían postmoderna) que, además de ser extremadamente reduccionista, se limita a tomar una media verdad y la establece como si fuera la verdad absoluta. Pero todos sabemos que, de hecho, una media verdad es una mentira completa.
Pues bien ¿dónde está la falla de este argumento que parece tan impecable y coherente? Este argumento falla en el hecho de que es un argumento auto-destructivo. El propio concepto que trata de establecer lo destruye de manera interesante: ¿Podemos afirmar que toda actividad humana, de hecho, glorifica a Dios? Sabemos que no es tan así, pues fornicar, por ejemplo, no glorifica a Dios. Ni robar, ni adulterar, ni mentir. O sea, no es toda actividad humana que glorifica a Dios.
Alguien puede responderme, indignado, y con justa razón: “¡pero claro que es así! De hecho, cuando hablamos de actividad humana, no hablamos de TODA actividad humana de manera absoluta, sino de toda actividad humana realizada según los parámetros divinos, en obediencia a Dios”. O sea, concordamos que no es CUALQUIER actividad humana que glorifica a Dios, sino toda actividad humana realizada de determinada manera, en determinadas circunstancias y con determinadas motivaciones. Ningún cristiano verdadero en sana consciencia, que afirma que toda actividad humana es adecuada al culto, quiere decir con eso que pecar glorifica a Dios. Y esto lo damos por hecho.
Pero es aquí donde está lo interesante del argumento. Sabemos y entendemos que toda actividad humana, dependiendo de las circunstancias, maneras y motivaciones, o está glorificando a Dios o está deshonrándole. De hecho, por ejemplo, esa es la diferencia entre el sexo verdadero, que glorifica a Dios, y la fornicación, que es pecado: básicamente la actividad parece ser la misma, pero la circunstancia determina si es pecado o no. Consideremos lo siguiente: ¿Las dos personas que están acariciándose desnudas sobre una cama son marido y mujer? ¿o son novios? ¿o son semi-desconocidos? Si son marido y mujer, motivados por el amor, en un contexto de compromiso perpetuo y absoluto, entonces estamos hablando de sexo verdadero, o sea, de sexo que da placer duradero y constructivo y que glorifica a Dios. Pero si son dos novios o semi-desconocidos, entonces estamos hablando de una mala copia del sexo, que es la fornicación, la cual, a cambio de unos minutos de placer, nos otorgará largas frustraciones, destrucción y, lo más importante, no glorificará a Dios y será una forma horrenda de idolatría a los falsos dioses del placer y a nosotros mismos.
Creo que el concepto ha quedado claro con este ejemplo. No es cualquier actividad humana que glorifica a Dios: las circunstancias, modos y motivaciones son clave en el asunto.
Es aquí donde entra la incoherencia del argumento expuesto al inicio: ¿toda actividad humana que, por sus circunstancias, modos y motivaciones, glorifica a Dios es realmente adecuada al culto público? El argumento no es sustentable, y la muestra de esto es que ni un cristiano verdadero estará dispuesto a llevarlo hasta las últimas consecuencias. Si jugar fútbol, de la manera, en las circunstancias y con las motivaciones adecuadas, glorifica a Dios, entonces podríamos invitar a un buen jugador de fútbol cristiano a que pase adelante en el culto y haga algunas peripecias con el balón para la gloria de Dios. O mejor: podríamos reunir 10 hermanos que son “buenos para la pelota” y hacer, después del preludio, una breve “pichanga” o mini-partido de fútbol.
Con este ejemplo, creo que pocos estarán dispuestos a llevar el argumento hasta las últimas consecuencias. Pero aún no llegué hasta las últimas consecuencias; déjenme llegar un poco más lejos. Me gustaría retomar el ejemplo anterior y aplicarlo al culto de la siguiente manera: Podríamos tener en algún momento, después del momento de confesión de pecados o antes del sermón, un momento en que los casados se pueden besar y acariciarse, o mejor: dependiendo de la comodidad de las bancas, todos los que son marido y mujer y que se aman verdaderamente con compromiso perpetuo, pueden tener relaciones sexuales. Según el argumento expuesto ¿por qué eso no debe ser permitido? Al fin y al cabo esa es la consecuencia lógica: si cuando marido y mujer tienen relaciones sexuales glorifican a Dios, entonces ¿por qué no llevar la relación sexual entre marido y mujer al culto del domingo en la iglesia como parte de la liturgia? La gran verdad es que el argumento simplista acerca de los elementos que deben o no entrar al culto público no nos da razones para no llevarlo hasta este punto. Esto es perfectamente viable para este argumento, pues si todo lo que glorifica a Dios puede tener su lugar en el culto público, entonces podemos tener en el culto: fútbol, comida, coito, skate, danza, coreografía, teatro: TODO, si está siendo hecho en los modos, las circunstacias y motivaciones correctas, puede tener su lugar en el culto público.
La gran pregunta es ¿Por qué un cristiano que sustenta el argumento simplista de elementos de culto no estaría dispuesto a llevarlo hasta las consecuencias arriba mencionadas? La razón es simple: porque, en el fondo, esa persona sabe que es incoherente y contradictorio su argumento. La circunstancia adecuada para que el sexo glorifique a Dios, no se limita simplemente al hecho de que debe ser entre dos personas que se aman y están casadas entre sí. La verdad es que la circunstancia adecuada para el sexo entre marido y mujer es la intimidad: puede ser la intimidad de su cuarto, o de su casa, o de un hotel, poco importa, pero la intimidad es un elemento clave para que la relación sexual sea vivida de manera constructiva y que glorifica a Dios. La gran verdad es que el propósito del culto no es estimular la intimidad entre marido y mujer. Lo mismo pasa con el fútbol: no basta con que las personas que están jugando fútbol lo hagan en espíritu pacífico, sin peleas y sin querer humillar a los demás. La circunstancia adecuada para el fútbol entre amigos son los momentos de entretenimiento y distracción, y el culto público del domingo no tiene ese propósito.
La pregunta que debemos hacernos es, por lo tanto, la siguiente: ¿qué elementos son adecuados para el propósito del culto público del pueblo de Dios? Y no simplemente qué glorifica a Dios para así introducirlo al culto. Aunque la verdad es que ambas preguntas están íntimamente relacionadas entre sí, pues si yo llevo el fútbol o el sexo para el culto, Dios no estará siendo glorificado en absoluto, aunque los jugadores de fútbol tengan la mejor y más sana disposición en el corazón, o aunque la pareja que tendrá relaciones sexuales sean marido y mujer y se amen mucho. El culto no es momento para distracción y entretenimiento ni para la intimidad familiar, ni siquiera para el aprecio de las cualidades artísiticas de un músico, de un pintor, de un coreógrafo o de una bailarina. Existen momentos adecuados – también llamados “esferas” – para cada una de estas cosas y si las hacemos en su momento adecuado Dios será, sin duda, glorificado y honrado en un concierto musical, en una representación teatral, en una ópera, en un día de camping o en una noche romántica en el lecho matrimonial. Pero el culto comunitario del pueblo de Dios es una actividad diferente a las recién nombradas, con un propósito distinto, ya que es la expresión de una esfera diferenciada: la esfera cúltica.
El propósito del culto es, sin duda, glorificar a Dios, pero al decir eso estamos diciendo lo obvio, ya que esa es una característica común a todas las actividades humanas, incluyendo el sexo, el fútbol, el teatro y los conciertos musicales.
La cuestión aquí es: ¿cuál es la forma específica de glorificación de Dios que debemos buscar y realizar en un culto comunitario del pueblo de Dios como esfera propia y diferenciada de las otras esferas de nuestra vida?