Tuesday, December 18, 2007

SOBRE TRANSPORTE PÚBLICO Y (IN) CULTURA CHILENA II


Diciembre de 2007 y el Transantiago sigue ahí. Aún hay personas esperando 45 min. a 1 hora por la micro que antes (en el desastroso y vergonzoso sistema de las micros amarillas) esperaban 15 a 20 min. No me vienen con cuentos. A mí me acaba de pasar hace 2 semanas. Pero también es verdad que antes de eso yo estaba esperando cada vez menos. Lo que me hace pensar precipitadamente – sin instrumentos de análisis (que, como bien sabemos, aunque no aseguran la verdad marcan un poquito el camino hacia ella) – que el Transantiago ha ido mejorando “tendencialmente”, pero que aún tiene sus días malos y sus días pésimos. Así es la cosa. Las soluciones no son rápidas en un estado moderno, excepto en regímenes totalitarios… por razones obvias.
¿Qué podemos ver hoy – a través de lo que Dooyeweerd llamaría “experiencia ingenua” – en el Transantiago? En mi caso, sigo viendo personas amontonadas y apretadas. Me pisan mi eterna uña encarnada a cada rato en el metro y en las micros. La gente se sigue subiendo por atrás para no pagar. Groserías de todo tipo van y vienen entre pasajeros. Se siguen haciendo los dormidos (o, simplemente, los jiles) cuando se sube una embarazada, un anciano o alguien con guagua o paquetes. Me tocó recientemente ir de pie al lado de un hombre con muletas debido a una deformidad de sus caderas (¡también de pie!) y ver cómo le reclamaban a garabatos porque no se corría rápido para hacer más espacio. Escupitajos, obscenidades y manotazos a conductores cansados y estresados. Las estaciones de metro llenas y nadie caminando por su derecha. Personas amontonadas en las puertas de las micros y trenes sin seguir la clásica regla del “dejar bajar antes de subir” ¡y ni pensar en hacer una básica fila en los paraderos mientras se espera la micro!
En fin… veo, aunque no sea políticamente correcto decirlo, que los usuarios han hecho del Transantiago algo peor de lo que ya es.
Tendencias culturales y pecaminosas tales como “no dejar que me hagan jil, haciendo yo jiles a los demás primero” o la del “nadie me dice lo que tengo que hacer, lo hago a mi pinta no más y me sale mejor”, son sólo ejemplos que demuestran que el sistema desastroso y vergonzoso de las micros amarillas funcionaba (sucio, desorganizado, abusivo, etc.) porque era simplemente la viva manifestación de trazos culturales muy fuertemente arraigados en el alma del chileno. Es triste, pero me parece que muchos se sentían cómodos entre tanta basura.
Allí veíamos, por ejemplo, al micrero déspota que se sentía más el dueño de la micro que un prestador de servicio público, con derecho a poner la música al volumen que quisiera, a pararle a quien quisiera y donde quisiera y a echar abajo a quien fuera. Pero la verdad es que el micrero no era un fenómeno aislado de la cultura chilena. Este micrero era la viva imagen del chileno con un poco de poder. Este micrero, era sólo una versión de los “diosecillos” que podemos aún ver en las maestranzas con overol y lentes para soldar, en las construcciones con casco y herramientas en la cintura, en las oficinas con corbata y una parker en el bolsillo de la camisa y hasta en las iglesias con terno, corbata y un anillo de oro en el dedo contando los diezmos que le pertenecen. Son los que piensan y, algunas veces, incluso dicen: “Aquí las cosas se hacen como yo digo; en este metro cuadrado mando yo”. Y es que en nuestro amado Chile, tristemente hay demasiadas personas que son así: pásenle un par de subordinados y ellos se sentirán dioses de un micro-universo. Ellos invaden los más diversos cargos: capataces de obra, supervisores de oficinas contables, personal del sistema público, pastores, productores de televisión, profesores, inspectores de colegios, etc. Obviamente que no estoy diciendo que todos los que están en esas posiciones pecan en ese sentido o son de esa manera; muchos cumplen bien y fielmente sus funciones sabiendo que, en primer lugar, realizan un SERVICIO… pero tristemente es también muy común en nuestro país ver reyezuelos, al más puro estilo del rememorado y nunca bien ponderado “micrero”.
En la contrapartida de la cultura chilensis, entre los subalternos, están los rebeldes o “aniñaos”. Continuaré siendo políticamente incorrecto en este punto, pero es la pura verdad que gran parte de los usuarios del sistema público de transportes son así. Cuántas veces a la semana no oíamos el grito obsceno y ofensivo (generalmente haciendo referencia a su progenitora) al micrero porque no dejaba a alguien en la esquina que quería. Pero: ¡ojo! La regla era hacerlo justo al bajarse, para que no hubiera posibilidad de respuesta… aniñao… ¡pero cobarde! Muchos se creen aniñaos porque nadie los hace tontos, nadie les quita su derecho, nadie arrebata lo que les pertenece, ni siquiera una mujer embarazada cargada con paquetes… “shhh ¡que se quede paradita no más! ¿qué sabe ella acerca del día agotador que tuve?”, piensan muchos mientras miran fijo por la ventana hacia fuera o cierran los ojos para hacerse los dormidos. Y así vamos llegando al colmo de la estupidez y de la falta de amor al prójimo. Esta contraparte de la cultura del transporte público chileno contribuye a pasos agigantados al caos que el diseño y la implementación del Transantiago ya han provocado. Saltar las barandas de las estaciones del metro, meterse corriendo al carro del tren antes que las personas bajen, entrar por la puerta de atrás de la micro para no pagar, etc. son prácticas que forman parte del día a día del aniñao-idiota chileno, el cual, más encima, cuando le ponen una cámara y un micrófono al frente para entrevistarlo, le echa la culpa de todo al estado. “¡Claro! Si es el estado quien debe resolver mi problema y traerme la micro desde la puerta de mi casa hasta la puerta de mi trabajo y hacer que hayan menos embarazadas y viejos deformes en las micros” Y el gobierno socialista, de tendencia estatista (y, por lo tanto, doctrinalmente resistente a reconocer responsabilidades individuales), se queda calladito ante la clara falla de miles de usuarios y, medio que evocando la antigua doctrina rousseauiana (y marxista) del buen salvaje, se apura en tratar a los usuarios como pasivas víctimas y en echarle la culpa a la mala planificación e implementación de los tecnócratas de aquel momento (aunque de forma tímida, pero ya es un paso), a los empresarios, a la mala onda de la oposición de derecha y etc. etc. Pero rara vez oímos al gobierno reconocer también que si hay estrés y abundancia de reclamos es también por culpa de los usuarios que parecen nunca satisfacerse y siempre exigir más en vez de colaborar en lo que se pueda… “¡claro que no! ¿qué culpa tienen? ¡Son todos víctimas de la modernización!” Las palabras del finado presidente Kennedy nos parecen lejanas y sin sentido: “la pregunta no es qué puede hacer tu país por ti sino qué puedes hacer tú por tu país”.
Como vemos la culpa no es 100% del Transantiago. Y es que el sistema anterior, de las micros amarillas, respondía mejor a la cultura del aniñao chileno. Sin planificación, sin orden alguno, pero yo sabía que si me iba a vivir a una nueva población periférica de Santiago, más temprano que tarde se iba a instalar no uno, sino varios recorridos que simplemente respondían a la demanda de usuarios y contribuían a la polución, al estrés y a los tacos. ¡Pero era así que nos gustaba! Con paraderos simbólicos en las calles, que sólo cumplían alguna utilidad en los días de lluvia, y con un sistema que a cada uno dejaba en la esquina de su preferencia. Ahora nos cambian todo… es para mejor, pero no nos gusta, tiene muchas fallas (nadie lo está negando… basta leer mi post anterior sobre el tema), pero no estamos ni ahí con colaborar, sino todo lo contrario: más nos amurramos y menos disposición mostramos para hacer las cosas un poco más llevaderas. Estúpidamente pensamos que ayudar en algo o poner algo de nuestra parte (como salir más temprano de la casa, caminar por la derecha en las estaciones, hacer una fila mientras se espera la micro, etc.) es apoyar a la concertación y no nos damos cuenta que al amurrarnos de manera egoísta simplemente estamos haciendo las cosas más difíciles y estresantes para nosotros mismos y para otros ciudadanos comunes y corrientes ¿No es este también un trazo cultural del chileno?
Muchos chilenos que viven en la subalternidad reaccionan ante la conciencia de ella de las peores formas posibles. Son los aniñaos de todo tipo que resaltan ante el contraste del reyezuelo, del cual hablamos más arriba. Así como hay capataces de obra reyezuelos, también es verdad que hay maestros de la construcción aniñaos que no quieren hacerle caso al capataz, aún cuando ponen en riesgo su vida y la de otros, no siguiendo las instrucciones de seguridad o llegando al trabajo sin dormir, después de una noche de juerga. Así como hay profesores déspotas y barreros, también es verdad que hay no pocos universitarios estúpidos que hacen tanto esfuerzo por fabricarse un buen torpedo que no se dan cuenta que les saldría mejor simplemente estudiar la materia y que, por último, no se trata de sacarse una buena nota sino de ser un buen profesional. Así como hay jefecillos de oficina abusivos, también hay empleados de oficina que pierden horas chateando en el messenger y que después reclaman porque todos en la empresa ascienden menos él. Así como hay padres de familia machistas y egoístas que no le dan un peso extra a su mujer para sus gastos (pero que siempre tienen para salir con sus amigos), también hay dueñas de casa codiciosas que terminan engañadas en una estafa del tipo “fajo de billetes que caen al suelo” o “compra de artículos electrónicos por teléfono” por querer hacerse las aniñás e independientes. Así como hay pastores que se creen dueños de su rebaño, también hay feligreses aniñaos que no soportan que se les dé una instrucción, por más bíblica y razonable que esta sea, y que ante cualquier contrariedad se sienten “muy heridos” y “pasados a llevar”, cambiándose de iglesia cada 2 ó 3 años, constituyendo una nueva denominación a su pinta o peor: quedándose en la iglesia sólo para formar un grupo de oposición que se dedicará a criticar a escondidas y a echar abajo cada idea que el pastor presente. En fin… el aniñao está presente en nuestra cultura y siempre busca ser “el más vivo”, es esa mezcla de soberbia y cobardía con la cual, escondidos detrás de la multitud, gritamos obscenidades y ofensas gratuitas al conductor, esperando que no nos vea por el espejo retrovisor.
El aniñao es un ser egoísta. No mira por los demás, no tiene visión de país, no tiene aspiraciones más altas que su prosperidad financiera personal: un título universitario (a veces) o un empleo relativamente bueno, un auto, platita pal carrete y, si es posible, una casa propia. A este tipo, hacer de su país un país mejor le suena a estupideces de 2º básico. Él ya está muy grande para esas “leseras”. Hacer un esfuerzo por algo que no le traerá beneficios inmediatos y personales sino para otros, ni siquiera se le pasa por la mente. Es el ciudadano que a las 4 de la mañana sale del pub diciendo: “curao manejo mejor”, el cual, más allá de las bromas y siendo fieles a la realidad, no pasa de un total y absoluto imbécil.
Toda esta situación me hizo pensar en mi viejo amigo Foucault y sus perspicaces teorías de lo social. Foucault decía que entre las características de la modernización está el ejercicio creativo del poder, el cual no se ejerce solamente desde un aparato centralizado y centralizador como el estado, sino también en lo microsocial, en lo periférico. Un poder que vigila, que lo observa todo, al modo del panóptico de Jeremy Bentham es el ideal de una sociedad moderna, donde sentimos que nos vigilan constantemente hasta que llega un punto en el cual nosotros comenzamos a vigilarnos a nosotros mismos. Una sociedad donde los cuerpos son disciplinados no por el estado exclusivamente, sino por la escuela (pública y privada por igual), por las iglesias, por la familia, por los colegas, por los médicos (sobre todo por los médicos…), por medios de comunicación tales como enciclopedias familiares, documentales y dibujos animados sobre higiene (¿quién no se acuerda de “Érase una vez la vida”?), etc. Algunos leen a Foucault y concluyen precipitadamente que todo esto que él describe es malo per se… muy malo. Pero, aunque él reconocía la perversidad que ciertamente hay en estos sistemas, ni siquiera el mismo Foucault consideraba que el poder en sí mismo fuera malo. Y en esto él se oponía a grandes como Jean-Paul Sartre. Él sabía que el ejercicio del poder era parte de la condición humana, simplemente. Y en una sociedad moderna todos somos sujetos del poder… porque estamos tanto sujetos al poder o a los poderes que son ejercidos sobre nosotros como también ejercemos el poder o los poderes sobre otros. Una gran red de poder y vigilancia panóptica: he ahí una de las principales características de lo moderno según Foucault que permite que haya orden y que todos sean beneficiados.
¿Qué le falta a la modernización chilena? ¿Mayor disciplinamiento para generar cuerpos dóciles? ¿Una serie de dibujos animados que nos enseñe a cómo comportarse en la ciudad? ¿Panópticos en el sistema público de transporte que nos hagan tomar conciencia de que, como sociedad, somos un todo orgánico y que no podemos andar recorriendo la ciudad (ni la vida) pensando sólo en nosotros mismos y sin disposición a ceder en algunos derechos personales para que todos seamos beneficiados? Sinceramente… no lo sé.
Pero sí sé una cosa: el pecado es la raíz de nuestros males sociales. No hay buen salvaje (Rm 1.18.32), todos somos responsables por nuestros actos y no somos el simple producto de condicionamientos pavlovianos. Podrán haber panópticos que disminuyan el impacto, pero si el problema del corazón no se resuelve, los trazos culturales pecaminosos no desparecerán, simplemente se reinventarán ¿Cuánto duraría dicho disciplinamiento moderno en Chile? ¿Acaso en países modernos como Francia no hay desmanes de multitudes cansadas e iracundas ni incendios de micros? Aunque no lo queramos creer, la gran verdad es que la iglesia evangélica es, en buena parte, responsable de estos trazos culturales chilenos. Somos responsables porque nos hemos limitado a llevar a las personas a simplemente hacer una oración para salvar su alma y después de eso a venir a la iglesia todas las semanas, pero ellos no son desafiados desde nuestros púlpitos o clases de Escuela Dominical o grupos celulares a ser buenos ciudadanos ni a involucrarse activamente en la vida cultural de nuestro país. Mucha sanidad interior, pero poca sanidad social y cultural. “Soy hijo del rey” dicen los evangélicos y la antigua y pagana práctica cultural del reyezuelo simplemente se reinventa y se perpetúa. “Fui comprado por precio ¡Aleluya!”, dicen, y de esa manera muchos evangélicos se sienten con autoridad para violar las leyes de su país o pasar por encima de los derechos de los demás porque al fin y al cabo "ellos son, simplemente, filisteos incircuncisos, pero yo soy la niña de los ojos de Cristo ¡Aleluya!”.
¡Qué fácil es sacar la enseñanza bíblica de contexto y perpetuar en nosotros trazos culturales malignos, justificándolos descaradamente! Hemos fallado como iglesia evangélica. Somos el 17% de la población chilena y nuestros pastores son portada de revistas y diarios… con menos que eso los hugonotes del siglo XVI casi transformaron Francia, hasta que los mataron o expulsaron y los que fueron expulsados acabaron siendo los principales sujetos del cambio social y cultural de Bélgica, Holanda y Suiza. ¿Por qué no se nota la presencia evangélica en Chile, a través de una cultura más servicial, por ejemplo? Creo sinceramente que en Chile habría menos reyezuelos y menos aniñados si, simplemente, nos dedicáramos a conocer y a vivir con compromiso el Sermón del Monte.
Si los evangélicos comenzamos a vivir un poco menos en función de la auto-ayuda, de la escatología, de la sanidad interior y de la “renovación de la alabanza” y más en función de la abnegación, de la renuncia sincera y del costo del discipulado, no tengo dudas de que incluso el Transantiago será una experiencia más llevadera para todos los chilenos, tanto “escogidos” como “incircuncisos”… al fin y al cabo ¿no es de eso que se trata ser sal de la tierra?

Wednesday, November 28, 2007

LA SILLA DEL EVANGELICALISMO CONTEMPORÁNEO


Un artista chileno llamado Iván Navarro, quien ya expuso sus obras en la Saatchi Gallery on-line, hizo esta maravillosa escultura (ver foto) que me tomé la libertad de interpretar y de darle un significado verbalmente articulado... algo que a los artistas contemporáneos tiende a serles en extremo desagradable (perdón Iván... quien quiera que seas). Como pueden ver en la foto, es una silla hecha con tubos fluorescentes... ¡encendidos! (otro día hablaremos sobre el arte contemporáneo... no es el tema ahora).

No pude evitar asociar esta escultura al movimiento evangélico contemporáneo. Me explico: una de las ilustraciones que más me gusta del método de Evangelismo Explosivo (EE) es la de la silla, la cual dice que la fe salvadora en Cristo es como sentarse en una silla, ya que uno deposita todo el peso de su humanidad en la silla al sentarse y deja de sostener el propio peso sobre las piernas. Dicha ilustración nos enseña que la fe verdadera en Cristo es así también: es necesario dejar de confiar en uno mismo y depositarse por entero en las manos de Cristo, pero a veces uno pone solamente sus finanzas en las manos de Dios (ahí uno coloca la billetera sobre la silla), otras veces uno pone su familia en las manos de Dios (ahí uno pone una foto de su familia sobre la silla), pero la vida de uno sigue sin descansar en Cristo. La aplicación es obvia: la fe salvadora consiste en colocar todo lo que somos en las manos de Dios (y ahí, finalmente, uno se sienta en la silla).

Concuerdo 100% con la ilustración de la silla de EE (considerando el punto que quiere enfatizar). Lo que quiero criticar es otra cosa, que me parece extremadamente decepcionante: gran parte de la fe que ofrece el movimiento evangélico contemporáneo - lo que aquí yo llamo de "evangelicalismo" - se parece muchísimo a la escultura de Iván Navarro: tiene mucho brillo, mucho gas, se le puede ver de lejos en una noche oscura, pero no es viable sentarse en ella. De hecho, depositar mi humanidad sobre esa silla puede ser en extremo peligroso, ya que puedo terminar con severos cortes. ¿No es así el movimiento evangélico de estos días? Estamos llenos de brillo. Pero nuestro sistema de pensamiento no es capaz de sostener consistentemente el peso del ser humano integral: emociones, voluntad, cuerpo y mente. Tenemos una categoría específica en los Grammy. Nuestros CD's, DVD's y libros venden tanto que todos los años aparecemos en el New York Times. Entre los videos más visitados de youtube están los cantantes y predicadores evangélicos, entre los cuales se incluye a aquel pobre, extremadamante manipulado y entrenado niño predicador, quien debería estar jugando con monitos de peluche en vez de hablando estupideces acerca de una teoría científica de la cual se nota que quien lo entrenó no sabe nada (
http://www.youtube.com/watch?v=b8SHX7qfZf8).

Pero, ¿qué cantamos en nuestros CD's? ¿Qué mostramos en nuestros DVD's? ¿Qué doctrinas enseñan nuestros libros? ¿Podemos decir que tenemos un sistema sólido de creencias? ¿Podemos decir que la fe de los evangélicos del siglo XXI es consistente, coherente, viable y realmente desafiante para el hombre moderno como lo eran las enseñanzas de Jesús? ¿Qué dirían Spurgeon, Wesley, Whitefield, Lewis, Kuyper, Owen o Trumbull sobre el movimiento evangélico de nuestros días? Es triste pensarlo, pero creo que muchas cosas les avergonzarían. Muchas de verdad. Y una de ellas sería claramente la falta de profundidad. Creo que en Chile, gracias a la misericordia de Dios, aún estamos predicando a Cristo y que la decadencia materialista del evangelicalismo norteamericano o brasileño aún no ha inundado nuestra cultura evangelical... pero falta poco para que así sea. En general, aún cantamos: "ven a Él, pecador" y no "ven al pastor, oh deudor" (aunque el "Pare de Sufrir" está conquistando terreno cada día). Pero una vez que el pecador arrepentido se acerca a Cristo y cree en Él, sus alternativas son (1) someterse a una subcultura evangélica irracionalista e inconsistente o (2) "descarriarse" al decepcionarse y negarse a ser sometido a una subcultura tan intelectualmente pobre e irrelevante.

Nuestro sistema evangélico de vida está en crisis... o tal vez sólo se están haciendo evidentes los hoyos que tuvo desde inicios del siglo XX. El tema es que no les estamos ofreciendo a las almas sedientas de verdad la verdad integral, sino sólo parcelas de ella y, más encima, torcidas. Quien quiera sentarse y depositar su vida sobre la fe del evangelicalismo actual no podrá hacerlo sin horrendas consecuencias. O, entonces, esa persona tendrá que hacer como que se sienta, pero sin hacerlo en realidad. Me explico: dejar afuera del culto el cerebro, abandonar la prudencia y el sentido común al momento de oír sermones, tener un sistema de pensamiento contrario a Cristo (naturalista, marxista, pragmático, liberal, izquierdista, derechista, etc.) en el quehacer profesional, científico y político, pero confesar que "he recibido a Cristo en el corazón" en el día tal, del año tal a tal hora, son sólo ejemplos de esta inconsistencia a la cual me refiero. Y, de esta manera, hacemos como que nos sentamos, pero no nos sentamos porque no somos tan tontos y porque en el fondo sabemos que comprometernos de lleno con la sub-cultura evangélica contemporánea es suicidio intelectual.
¡Ah! Por cierto, la escultura de Iván Navarro se llama: "La Silla Eléctrica"...
¡Gracias Iván por inspiración concedida!

Monday, October 22, 2007

SOBRE CONSUMISMO, CHILENIDAD DE CLASE MEDIA Y NECESIDAD DE DIOS



No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Lucas 12.32-34


Leí una noticia hace unos meses. Me impactó y quisiera compartirla con Uds.:

“Un chino desesperado compró veinte muñecas Barbie para calmar a su hija de ocho años, quien lloraba mucho, relató la agencia de noticias Xinhua. El hombre solucionó un problema, pero encontró otro: el llanto de la hija fue cambiado por los gritos de la esposa.
El hombre estaba tan desesperado por agradar a su hija que gastó 625 dólares en diez mochilas escolares y 20 muñecas Barbie.
Según las informaciones, la exageración del padre en comprar asustó a la misma hija, quien entonces dejó de pedir regalos. Pero el dinero perdido enfureció a la esposa, que le amenazó con el divorcio.
En China, los hijos mimados y conocidos como Pequeños Emperadores – un resultado de la política del hijo único iniciada en 1977 – son la esperanza de una explosión en el consumo nacional en la próxima década.
La historia tiene un final feliz: la suegra del hombre devolvió las mochilas y las muñecas, y la tienda restituyó todo el dinero”

Historias como esta me llaman mucho la atención porque revelan algo que no estamos tan dispuestos a reconocer, pero que está comenzando a imperar en nuestra mentalidad y en nuestra cultura:
La ilusión de que el adquirir bienes, el tener cosas, el poseer un status socio-económico determinado nos hará felices y satisfará las necesidades de nuestro corazón. Pensamos, como en la noticia recién contada, que determinados bienes nos harán mejores padres, mejores esposos, mejores personas.
Caemos en la ecuación SER=TENER
Si usted es como yo, probablemente le pase o siguiente: Nos sentamos en la banca de la iglesia escuchando un sermón sobre el consumismo y pensamos “esto está mal”. Nos ponemos a conversar con amigos sobre el tema y opinamos “esto está mal, abajo el consumismo”. Estamos en una reunión familiar y el tema una vez más surge y nuestras palabras son “qué malo es el consumismo”. Pero, más allá de las palabras, la verdad es que en el día a día lo que nos motiva, nuestro principal impulso, nuestro deseo esencial es: TENER.
Nos quita el sueño cuando no tenemos. Nos pone de mal humor no poder adquirir un cierto bien o status económico. Miramos vitrinas y anuncios de diarios y televisión y en el fondo pensamos: “¡Soy tan infeliz! ¡Pero si tuviera eso, yo sería feliz!”
Pero este engaño ha empapado nuestra cultura. Hasta hace un tiempo atrás podíamos decir que los chilenos éramos una cultura relativamente religiosa, independiente de cuán torcidos fueran esos valores religiosos, había un sentido de que la trascendencia era importante. Había en nuestras familias principios cristianos en sus bases, una idea vaga de salvación del alma y le dábamos una cierta importancia a la espiritualidad.
Hoy nos hemos puesto muy concretos, muy modernos, muy iconoclastas y nos sentimos un país que está en otro nivel. No hemos llegado al extremo de los ideales revolucionarios modernos de pensar que la religión es maligna, pero ya estamos caminando en esa dirección al considerar que el aspecto religioso de la vida es prescindible, algo a lo cual dedicarle el tiempo y espacio que nos sobran después de una semana ocupada con una serie de otras responsabilidades. Pensando de esta manera nos engañamos rotundamente a nosotros mismos y vivimos una ilusión.
Y es que la verdad es que no hemos dejado de ser religiosos en absoluto, sólo que la religión de la mayoría de los chilenos en estas últimas dos décadas ha cambiado: ya no somos una cultura católica, SOMOS UNA CULTURA CONSUMISTA. Y esta es nuestra religión. Lo más interesante es que la religión consumista es una religión tolerante, que realiza y ha realizado un proselitismo efectivo y transversal entre católicos, evangélicos, judíos y ateos por igual.
Miremos nuestras ciudades: nuestros templos más frecuentados ya no son las catedrales, ni las capillas, ni los santuarios: son los malls, las grandes tiendas, los shopping-centers. Nos motiva el tener. Queremos SER alguien, y pensamos que sólo seremos alguien si tenemos cosas (un buen trabajo, un lindo auto, una casa).
Es verdad que no todo el que va a un mall es un consumista, pero me atrevo a decir que la gran mayoría de los que allí se encuentran van a buscar un sentido de trascendencia perdido. Lo que los motiva a ir al mall es la búsqueda de felicidad (“the pursuit of happiness”), calmar sus dolores del alma y sentirse espiritualmente menos miserables. En estos templos hay hasta “música litúrgica de impresión” sonando por los parlantes (música que nos hace sentir agradables y felices, cuidadosamente escogida por expertos psicólogos), colores también cuidadosamente escogidos para llamar nuestra atención o producir en nuestro inconsciente ciertos estados y lo más interesante: sonrisas por todos lados. Los outdoors, los carteles y las vitrinas nos ofrecen una religión, no sólo productos. La verdad es que no nos están ofreciendo un par de zapatos, ni una juguera, ni una TV plasma, lo que nos ofrecen es la felicidad: una vida feliz, una familia feliz.
La soteriología (el concepto de salvación) del chileno ha cambiado. Hoy la salvación consiste en adquirir un status económico de vida. Para eso muchos se casan, para eso muchos forman familia: para tener una casa con una linda TV, para tener un auto, para tener un lindo perro como mascota, para tener agradables vacaciones en un lugar frecuentado y top. ¡¡¡Tener, tener, tener!!! He aquí la salvación del chileno moderno. He aquí los resultados de la “revolución silenciosa”.
¿Quién es el paracleto en toda esta religiosidad? ¿El mesías-consolador? ¿El mediador? ¿El intercesor? Obviamente: ¡LA TARJETA DE CRÉDITO! Ella hace posible que esta salvación llegue a nosotros y consuela y conforta nuestros corazones ¡GRACIAS TARJETA CMR POR FAVOR CONCEDIDO! ¡GRACIAS POR LOS INTERESES MÁS BAJOS DEL MERCADO!
Los predicadores que más abundan en la TV son los predicadores del consumismo. “¡Llame ya! Su vida no será feliz mientras ud. no adquiera la super-ladder, o una aspiradora de agua o lo que sea”.
¿Pero todo esto a dónde nos conducirá como nación? ¿Esto me hará un mejor padre? ¿O una mejor persona? De hecho: ¿hacia dónde ya nos está conduciendo? Sobre todo cuando nos damos cuenta que en el actual sistema económico no es posible cumplir las expectativas de consumo a menos que hagamos sacrificios grandes.
¡Chilenos: despertemos! El dios del consumismo no es tan tolerante ni tan longánimo como parece. Este dios nos demanda que entreguemos lo más importante en el fuego de su altar como holocausto cruel y sanguinario: nuestra paz, nuestro sentido de propósito, nuestra familia, nuestros hijos. Lamentablemente, ya no son excepciones las personas que están perdiendo a sus esposas y a sus hijos por deudas o por perseguir un status determinado. Estrés, cansancio, depresión… esta es la resaca después de una larga jornada de vivir por el consumo. Y tristemente esta es hoy en día la regla. Ya no hay tiempo con la familia. Ya no hay tiempo para la familia. Ya no hay propósito en nuestra vida.
Esto ya es sin duda terrible en gran manera, pero hay algo aún peor en todo esto: el dios del consumismo nos distrae de LO PRINCIPAL, porque nos engaña y nos lleva a la condenación espiritual.
Debes saber esto: si tu vida espiritual está muerta, no tienes nada que ofrecerle a tu familia, a tus hijos, ni aunque pases tiempo libre con ellos, ni aunque los lleves a comer helados al mall, o al cine, o al parque, o a unas lindas vacaciones al balneario de moda.
El cuadro actual de Chile es triste: estamos teniendo bienes, estamos adquiriendo con esfuerzo televisores, scaldasonnos, notebooks, super-ladders, viajes a hermosas playas, cenas en lindos restaurantes de cocina-fusión, pero estamos perdiendo lo principal: ESTAMOS PERDIENDO NUESTRA ALMA. ESTAMOS PERDIENDO A DIOS. Y no nos engañemos: ni los evangélicos ni los pastores somos la excepción. Como Raquel ante Labán muchas veces ocultamos a nuestros ídolos tratando de sentarnos sobre ellos. Pero más tarde o más temprano asoman una patita por aquí o una mano por allá.
Y todo esto por tratar de satisfacer ese saco sin fondo llamado “Expectativa de Consumo”. Y en esto se muestra que cuando me he referido al consumismo como una religión no lo he hecho como una metáfora, si ud. piensa eso ha perdido el punto central. Me refiero al consumismo como una religión en el sentido más literal del término.
¿Hay esperanza? No importa cuan oscuro se vea el panorama: soy cristiano y como tal creo porfiadamente (y contra toda evidencia a veces) que siempre hay una esperanza.
La esperanza está en que comencemos a reconocer lo siguiente: la “Expectativa de Consumo” es un sentimiento esencialmente religioso, es la cara visible de un vacío que hay en el corazón humano y que todos tenemos: UN VACÍO DE DIOS. El matemático francés Blaise Pascal solía decir que hay un vacío en el corazón de cada hombre y mujer en este mundo y este vacío tiene la exacta forma de Dios. Sólo Dios puede llenarlo, sólo su presencia, sólo un encuentro real y transformador con Dios a través de su Palabra puede llenar este vacío.
Y que quede claro esto: no me refiero a aceptar a Cristo en ese sentido tan común en el medio evangélico, en el cual por miedo al infierno o a no ser llevados en el arrebatamiento hacemos una oración, levantamos la mano en un culto, pasamos adelante o firmamos una tarjetita. A lo que me refiero es a recibir a Cristo porque sólo Él me llena, me satisface, me hace feliz y es el sentido de mi existencia. Me refiero a una entrega a Dios no por lo que Él me da, sino por quien Él es. Porque sus maravillosos atributos me deslumbran y me deleita conocerle y adorarle.
La “Expectativa de Consumo” es engañosa y frustrante. Hoy adquieres un bien, pero mañana ya no te satisfará. ¡Mírate! ¿Acaso no querías casa? No pasó mucho tiempo después de tenerla y el vacío volvió a aflorar. Querías aquel auto, ¿te acuerdas? Lo obtuviste, pero no mucho tiempo después eso ya no te llenaba.
Algunos de nosotros adquirimos bienes con esfuerzo y no pasó mucho tiempo y ladrones entraron a la casa y se lo llevaron todo. O talvez un gasto inesperado, una enfermedad grave, una estafa, una deslealtad de un socio. Y de una día para el otro tuvimos que vender nuestras cosas y ya no teníamos nada.
¿Cuán firmes son los bienes materiales como para construir toda nuestra vida sobre ellos? La polilla los destruye, el ladrón las roba y las crisis económicas nos quitan lo que ahorramos incluso en el más seguro de los bancos (miren a los argentinos en el ‘99).
Chilenos: ¡Dejemos los ídolos y volvámonos a Dios! Sólo Dios, el Dios verdadero. Sólo Dios, el Dios de la Biblia puede llenar nuestros anhelos más esenciales.
El llamado de este mensaje es simple y es el siguiente: ¡CAMBIA TU “EXPECTATIVA DE CONSUMO” POR “SED DE DIOS”!
¿La diferencia?: La Sed de Dios no decepciona. “¡No tendrás sed jamás!” prometió Cristo a la mujer samaritana, y de la misma manera te lo dice a ti, me lo dice a mí.
Aquel que busca a Dios, será saciado. Ya no corramos a los día R, ni a las ventas nocturnas. ¡Corramos a Cristo! Él nos ofrece sin precio todo lo necesario para nuestra alma sedienta, para nuestra familia, para nuestros hijos.
Deja de creer que el endeudarte en innumerables cuotas te hará feliz. ¡Hasta aquí no lo ha hecho! Busca a Dios a través de Cristo. Sólo Cristo puede conducirte a Él. Sólo Cristo le dará sentido a tu vida. Sólo Cristo te hará no sentir más sed. ¡Él lo prometió y Él lo cumple!
¿Hasta cuándo andaremos con sed por la vida como un ciervo perdido en el desierto? El oasis está al frente tuyo, a pocos metros de ti. Cristo está tan distante como una oración. Pídele a Dios perdón por la idolatría del consumo y déjate refrescar en sus brazos. Ya no rechaces más la única oferta de salvación para tu alma: Cristo el Señor. Quien bebe de su agua no siente sed jamás.


“Last but not least”, la pregunta clave: ¿Dónde está tu tesoro?
Déjame preguntarte de otra manera: ¿ES DIOS TU TESORO?
Donde está tu tesoro allí estará tu corazón. ¡Haz de Dios tu tesoro y tu corazón será saciado!

Wednesday, July 18, 2007

SOBRE TRANSPORTE PÚBLICO Y (IN)CULTURA CHILENA I


(algunas reflexiones fortuitas a propósito del Transantiago)

Se fueron definitivamente las micros amarillas. Un nuevo plan de modernización del sistema de transporte público de Santiago ha sido incorporado, todos conocemos el nombre y los santiaguinos (ya no me cuento entre ellos) lo dicen entre dientes: “Transantiago”. Yo por mi parte, como buen chillanejo, lo veo de lejos y lo encuentro un lindo nombre… ¡vende! Sin embargo quiero dejar algo bien claro: mi intención en este post va más allá de simplemente analizar el nombre y se queda más acá de hacer un análisis completo de la situación que hoy le toca vivir a los millones de chilenos que viven en la capital y que no tienen vehículo.
Quiero comenzar presentando mis credenciales para decir lo poco que voy a decir, estas credenciales están lejos de ser las mejores (obvio) o de hacerme dueño de la verdad (no es esa mi intención, de cualquier manera), pero creo que de algo me sirven para hacer algunas pequeñas reflexiones acerca del Transantiago con un poco de autoridad moral: En primer lugar, viví 15 años de mi corta existencia en Santiago siendo usuario regular de su transporte público (desde los 7 años de edad). Aprendí a andar en micro a los 9 años en una “Matadero Palma 17” roja con azul en la cual yo atravesaba una buena parte de la ciudad desde la calle San Diego (a la altura de Arturo Prat) hasta la nunca bien ponderada Av. Dorsal en Conchalí. Viví en carne propia el proceso de las micros amarillas desde sus inicios. Conocí la fracasada tentativa de incorporar cobradores automáticos. Anduve colgando en las puertas traseras y delanteras a las horas pic por media ciudad (cuidando la mochila para que no me carterearan). Me subí por atrás pasando las monedas hacia delante y recibiendo de regreso el vuelto y el boleto. Me llevaron por gamba. No me pararon porque andaba con uniforme escolar (inescrutables veces). Me echaron para abajo cuando me iba a subir (varias veces) por andar con uniforme escolar. Me dejaron como 10 cuadras más allá de donde yo quería bajarme en plena lluvia porque andaba en uniforme escolar (no en pocas oportunidades). Y aún por la misma razón: fueron muchas las veces que hicieron partir la micro a toda máquina, cuando estaba a punto de tocar el suelo al bajarme (una antigua técnica para causar un accidente “sin querer queriendo”). En fin… las aventuras son muchas y en otra ocasión las contaré con más detalles. Una segunda credencial es que hago viajes regulares a Santiago hasta el día de hoy y, cuando voy, me movilizo en micro y/o metro a todos lados, ya que no tengo vehículo. Lo que quiero decir es: aunque no viva en Santiago, aún soy un usuario relativamente regular del transporte público de esa ciudad. Pero esto no es todo, ya que, en tercer lugar, fui también usuario regular del sistema de transporte público de la mayor ciudad de América del Sur: Sao Paulo (ciudad de 17 millones de habitantes aprox.) por 4 años. Esto último creo que me ayuda a tener un buen parámetro de comparación.
No quiero decir que quien no tenga estas credenciales no tenga ni una autoridad moral para opinar, pero sí creo que, aunque pueda acertar algunos análisis, está en clara desventaja (si grande o pequeña, lo dejo a uds.).
Pero sin más rodeos, he aquí algunas reflexiones fortuitas acerca de todo este difícil proceso que los santiaguinos están viviendo. No lo niego, son subjetivas, pero creo que pueden ser útiles para mirar la realidad que nos toca vivir:
Una primera cosa que me llama la atención es que en momentos como este, ese híbrido extraño y estéril (como todo híbrido) llamado Concertación, muestra cuán infructuosa es su ideología de gobierno. ¿Qué es el Transantiago sino un genial plan de organización del transporte público en el papel y en la mesa de los tecnócratas de turno, pero un pésimo remedio (peor que la enfermedad) en las calles y en el día a día de los usuarios?
Esta dicotomía (“genial en la mesa, pésimo en la calle”) tengo la sospecha de que se debe a que la Concertación ha heredado lo peor del socialismo y lo ha juntado con lo peor del capitalismo. Por un lado, el Transantiago es una solución estatista, que viene desde arriba, desde el centro y se impone sobre los ciudadanos bajo un lindo discurso de “es lo mejor para el pueblo”. Típico del socialismo… tristemente, debo decir que, a mi juicio, esta no es la mejor característica de la ideología socialista. Puedo admirar o por lo menos reconocer como “lindas” muchas características de la teoría socialista, pero si hay algo que me aterra es su estatismo que cuando no cae en el totalitarismo, se pasea arriesgadamente al borde de él. Es bien sabido por los que leemos y amamos a Schaeffer que el totalitarismo no sólo se da con un tirano en el poder o en una monarquía, sino que incluso se puede dar en democracia. El patrullamiento ideológico, por ejemplo, puede tomar formas sutiles, pero efectivas en gobiernos democráticos como lo demuestra la ley que está siendo tramitada en Brasil contra la discriminación de gays y lesbianas y que algunos la han llamado, acertadamente, de “proyecto de la dictadura gay” o “de la mordaza gay”. Sin embargo, creo que el estatismo no sólo es despreciable porque provee una plataforma ideal para el totalitarismo sino también porque (y esto es también una forma de totalitarismo) hace que un grupo selecto que está en el poder político decida qué es bueno para mí sin consultarme a mí siquiera si eso lo considero bueno, o si quiero esa solución… y peor aún: sin consultarte a ti, que eres usuario regular del transporte público, si se te ocurre alguna solución. Esto es lo que ha ocurrido con el Transantiago por un lado.
Por otro lado, la Concertación ha casado su tendencia estatista con un fruto del capitalismo que, de hecho, se lleva muy bien con el estatismo: la tecnocracia. Hay un problema con el trasporte público: a la gente se le ve infeliz en las micros amarillas, se empujan, se aprietan, se caen, se ensucian, corren atrás de la micro, se bajan en cualquier esquina, etc. ¿Quién lo va a solucionar? Obviamente (¡cha-chan!): el ingeniero de tránsito (“no contaban con mi astucia”). ¿usa este ingeniero el sistema de transporte público? ¡No y no importa! Lo que importa es que él maneja las oscuras técnicas y el hermético arte de las vías públicas y sus flujos inescrutables.
Mi visión particular sobre este punto – vale la pena decirlo – es que el saber tecnológico es bueno y necesario, no tengo nada contra el profesionalismo (eso es lo que le falta a nuestro país, de hecho), pero la tecnocracia es un problema y es cuando el saber tecnológico se impone sobre los demás saberes – más rudimentarios talvez, pero más fundamentales – sin conjugarse y complementarse con ellos. Hay preguntas obvias que cualquier chileno que ha estado en una micro del Transantiago se hace y que los idealizadores del Transantiago parece que nunca se hicieron, como por ejemplo: ¿antes de pedirle los buses a la empresa brasilera que los hizo, fueron a preguntarle a los miles de usuarios que van a comprar a La Vega en micro, cómo sería una buena micro para llevar las bolsas y las cajas de frutas? Últimamente supe que ciertas empresas habían prohibido subir guaguas con coches… ¿acaso saben los que tomaron tan sabia decisión que hay miles de madres en Santiago que no tienen otra opción que hacer sus trámites y compras con la guagua, porque no tienen dinero para contratar una buena niñera y que la mejor forma de andar con un bebé en ciertos lugares de Santiago es en coche? Otra pregunta obvia (era para habérsela hecho antes eso sí): ¿cuánto miden las piernas de un chileno promedio? ¿o será que la empresa que hizo los buses estaba liquidando los buses para pigmeos (“¡lleve 4 y pague 3!”)? Y estos son sólo ejemplos sencillos... ¡cuántas problemáticas más complejas y cotidianas estos pseudo-planificadores simplemente no vieron!
Entiéndanme bien: no estoy diciendo que las personas del gobierno son malvados e insensibles chupa-sangres que quieren aprovecharse de los chilenos (aunque algunos a veces me parece que sí), sino que son personas en general bien intencionadas, pero cuya ideología no les da para más. Me imagino un montón de ingenieros y tecnócratas bien intencionados, que nunca en su vida han andado en micro (o por lo menos desde sus tiempos de universitarios), sentados alrededor de una mesa, mirando una maqueta de Santiago y diciendo: “¡Qué terrible es el sistema de transporte público en Santiago! Solucionémosle esto a la gente” (ojo con el aire mesiánico). Uno, un poco más clever, debe haber dicho: “pero no lo podemos hacer sin preguntarle a la gente”. “¿y qué sugieres entonces?”. Al clever se le ilumina la cara y dice: “hagamos una encuesta”. Y como la estadística es el oráculo de la verdad para los tecnócratas, todos se alegran y parten a sus escritorios a diseñar un nuevo plan para la gente, mientras mandan a alguien a la Plaza de Armas a hacer la encuesta. “Los números no mienten” dicen los tecnócratas… y se les olvida que los números se interpretan y que ellos mismos son interpretaciones y reduccionismos de realidades mucho más complejas.
Estatismo y tecnocracia: linda pareja, pero destructiva y malsana… Bonnie & Clide eran simpáticos por lo menos. Si a esta parejita le sumamos (1) el apuro por causa de las campañas electorales, (2) los diversos intereses políticos tanto de la concertación como de la oposición, que aumentan el descontento y (3) la pésima educación cívica del chileno que no tiene respeto ni por las mujeres embarazadas que van en pie en una micro llena… entonces tenemos un cóctel de 5 elementos (los números no mienten…) que sólo ayudan a empeorar la calidad de vida del santiaguino a través de una pesadilla llamada Transantiago. ¿Qué modernización es esta? ¿De qué progreso me hablan? No, gracias. No quiero ser parte de eso… ¡Me voy al mercado de mi ciudad a comerme un costillar con puré picante mejor!



Continúa... hay más en el cajón...

Tuesday, April 03, 2007

LO QUE LOS PASTORES PODEMOS APRENDER DE FOUCAULT (O DE KANT)



Michel Foucault [ante una pregunta hecha por el entrevistador]: Sobre ese tema no tengo nada que decir. “Sin comentarios”.
Entrevistador: ¿Ud. cree que esta pregunta no tiene respuesta, que está mal colocada o, simplemente, el tema no le interesa?
Foucault:
No, no es nada de eso. Es que no soy partidario de hablar de cosas que están fuera de mi competencia. El tema no me concierne y no me gusta hablar de algo que, en realidad, no es objeto de mi trabajo. Tengo una opinión personal sobre ese asunto, pero carece de interés por el hecho de ser solamente una opinión personal.
Entrevistador:
¿Pero ud. no cree que la opiniones personales puedan ser interesantes?
Foucault: Naturalmente, y puedo darle mi opinión, pero eso sólo tendría sentido si ud. le pidiera la opinión a todos. No quiero valerme de una posición privilegiada, cuando me entrevistan, para divulgar opiniones.

(Michel Foucault en “Un Diálogo Sobre los Placeres del Sexo”, subrayado mío)

Al margen de que no concordamos con la visión de mundo de Michel Foucault o de si endosamos o no sus propuestas de análisis histórico, social y filosófico, ciertamente podemos, y debemos, admirar su rigurosidad investigativa y su seriedad como profesional. Son manifestaciones de la gracia común, acerca de la cual ya hemos hablado en otro momento.
Mi reflexión es simple: ¿Cuántos de nosotros, pastores reformados, debemos aprender del ateo e impío Michel Foucault a no usar nuestras posiciones privilegiadas para hablar acerca de temas y cosas que no manejamos o que, simplemente, no nos conciernen? A veces nos falta responsabilidad. Con rígidas declaraciones, más basados en la tradición o en un determinado estereotipo de moralidad que en la Biblia, divulgamos nuestras opiniones personales desde posiciones privilegiadas como púlpitos, consejería pastoral, visitas para dar asistencia pastoral a familias, clases y estudios bíblicos. No siempre el resultado es un total desastre (Dios es misericordioso a pesar de nuestra irresponsabilidad), pero, como aprendemos de Ezequiel 3 y 33, el atalaya es responsable por dar el toque de trompeta correcto en el momento oportuno independientemente del resultado.
Entiendo, y en este aspecto concuerdo con Foucault, que hay lugar para las opiniones personales: conversaciones, algunos tipos de mesas redondas, blogs (como este), etc. Incluso entiendo que en circunstancias arriba citadas, como clases o consejería, uno puede dar una opinión personal, pero debe saber argumentarla y debe saber hablar como Pablo “digo yo, no el Señor”. Pienso que en el caso de un pastor siempre debe ser así. El sólo hecho de ser pastor ya es una posición privilegiada, por lo tanto, aún en conversaciones privadas con amigos alrededor de una taza de café, uno debe poner énfasis en hacer la diferencia entre “la Biblia lo dice” y “yo pienso u opino”.
Uds. se han dado cuenta que aquí en este blog opino muchas cosas. No todas mis opiniones las he hecho de manera 100% responsable y por eso quiero que sepan que mi reflexión no es un dedo acusatorio hacia otros sino, primariamente, una lección que aprendí con Foucault, hace unos días atrás, mientras leía otro de sus fascinantes textos. Como aprendí con un querido maestro del seminario: si estoy con un dedo índice apuntando hacia otros, ciertamente hay tres dedos más apuntando hacia mí.
En el texto mencionado arriba (que en realidad es una entrevista realizada por un tal James O’Higgins) Foucault, sin explicar una teoría al respecto, simplemente poniéndolo en práctica, muestra el poder que tiene la palabra, sobre todo cuando dicha desde ciertas posiciones de privilegio y con una bella retórica. Y decide no hacer uso de ella en un momento que él, como académico, considera peligroso. Debo reconocer que Foucault me dio una bofetada que me hizo reírme de mí mismo.
Immanuel Kant hizo cierta vez una diferencia muy interesante y útil acerca de la diferencia entre el uso público y el uso privado de la razón. A aquellos que les parezca muy escandaloso aprender del ateo, homosexual y ex-comunista Michel Foucault, tienen la opción de aprender lo mismo del casto, templado y pietista Kant, quien en un clásico texto llamado “¿Qué es la Ilustración?” (famoso por el “Sapere Aude!”) expone diversos ejemplos de la diferencia entre el uso público y privado de la razón. Entre ellos da el ejemplo de un oficial del ejército que, a la hora de la batalla no puede cuestionar la orden de su comandante, sino su vida y la de otros corre peligro. Pero, ciertamente, el mismo oficial puede publicar un libro en el cual explique los motivos y presente argumentos acerca del por qué él considera que una determinada estrategia militar, distinta a la de su comandante, sería más eficiente. Otro ejemplo dado por Kant es (¡oh sorpresa!) el del clérigo que ha hecho una suscripción confesional a la hora de ser ordenado como ministro (como los presbiterianos en relación a la Confesión de Fe de Westminster) y que tiene la obligación de enseñar desde el púlpito la confesión de la iglesia a quien representa. Allí el pastor no es “Fulano De Tal”, con nombre y apellido, sino un representante oficial de la iglesia que habla con una autoridad que no procede de sí mismo sino de su investidura (como muy bien lo simboliza la toga negra que muchos de nosotros usamos, la cual tiene la finalidad de ocultar nuestra individualidad… aunque algunos la usan motivados solamente por el factor estético y no simbólico, pero eso es tema para otro post). Este es el uso público de la razón. Pero ese mismo pastor puede sentarse alrededor de una mesa con un grupo de colegas, amigos o alumnos suyos y, mientras toma una cerveza de Wittenberg y degusta un jabalí asado (como muy bien lo sabía hacer Lutero) puede expresar su visión particular acerca de cosas que la iglesia no reconoce en su confesionalidad o en sus estatutos. Tal es el uso privado de la razón.
Creo que un pastor reformado no ve dicotomía entre el uso público y el uso privado de la razón, sino complementación. Por ejemplo, un pastor responsable sabe que la confesión y los estatutos de su iglesia no son infalibles, sin embargo, endosa en gran parte lo que su iglesia confiesa y practica, cumpliendo y haciendo cumplir dichos estatutos pues entiende que este no sólo es su deber como representante oficial de la iglesia a la cual pertenece sino también porque está convencido y de limpia conciencia ha considerado que los estatutos de su iglesia le representan en su postura como individuo. De otra manera, si no fuera así, es mejor que no sea ordenado clérigo de dicha denominación y que busque una iglesia más adecuada a su forma de pensar. Pero, puede ser también que él se considere representado, y muy bien representado, por los estatutos de su iglesia, pero habiendo puntos críticos específicos que no le representan. Si él tiene los suficientes argumentos para demostrar que su postura es la más bíblica, sin duda que debe hacer uso de los canales regulares para llevar el tema a discusión en los concilios correspondientes y buscar que su iglesia cambie en ese aspecto que él considera esencial. Mientras los estatutos de su iglesia no cambien, es su deber cumplirlos y hacerlos cumplir como están.
Ahora: cuando los temas en los cuales él está en desacuerdo son no-esenciales y dependen más bien de ciertas posturas personales discutibles, sin duda que debe haber tolerancia en pro de la unidad y es entonces cuando, con mayor razón, debe haber un uso responsable de la razón privada y una obediencia humilde hacia los estatutos de la iglesia en el uso público de la razón.
Pues bien, toqué sin querer el tema de la suscripción confesional, pero sólo tangencialmente. En otra oportunidad lo haremos de manera más directa. Por ahora interesa esto: seamos más responsables con nuestras opiniones personales. Pero no dejemos de darlas cuando corresponda. Si el Señor nos ha dado dones como la retórica, la elocuencia, la capacidad argumentativa, etc. debemos saber usarlos con temor y temblor. He visto jóvenes confundidos yendo al altar porque su pastor, irresponsablemente, les ha dicho su opinión personal, de que sería bueno que se casaran, como ley. Otros han tenido que vivir sintiéndose culpables o hipócritas porque su pastor le prohibió algo que la Biblia no prohíbe, pero que él de vez en cuando “tiene un desliz” y lo hace igual (jugar fútbol, ver televisión, escuchar rock, beber una copa de vino en una fiesta familiar, etc.). ¿Cuántos están perdiendo sus empleos por obedecer reglas que Dios no ordenó? ¿Cuántas esposas están, en lugar de ganando a sus maridos para el Señor perdiéndolos porque el pastor las obliga a ir a la iglesia en días y horarios imprudentes para realizar tareas domésticas que deberían primero realizar en sus propias casas? ¿Y qué hablar de los misioneros, seminaristas y jóvenes pastores frustrados que se prepararon y fueron al campo ministerial a fracasar sólo porque a su pastor de aquella época le pareció que ellos tenían un llamado místico e inexplicable?
Como dije, no siempre los resultados son desastrosos gracias a la sola misericordia del Señor, pero la responsabilidad del atalaya es la misma, independiente de los resultados y deberemos rendir cuentas por nuestra labor pastoral ante el Señor que ve más allá de los resultados externos o de las meras estadísticas.
Por último, al margen de mis opiniones personales, importa lo que la Palabra de Dios dice y por eso los dejo con ella:
Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes.(Marcos 7.6-8)

Friday, March 16, 2007

DISTINTIVOS DE UN OFICIO QUE GLORIFICA A DIOS


A todos nosotros, Dios nos ha dado un oficio, profesión u ocupación, el (la) cual es un ministerio que debemos desarrollar en sujeción a Su voluntad y con el fin principal de promover la gloria del Señor.
Tenemos un concepto extraño de que sólo los misioneros y pastores son llamados o tienen vocación ministerial. Esto es antibíblico y refleja un concepto semi-maniqueísta de que las vocaciones para oficios eclesiásticos pertenecen a un nivel distinto porque se ocupan de cosas “espirituales”, mientras que un zapatero, un médico, una abogada o una dueña de casa trabajan en cosas mundanas, o sea: “de este mundo material” y por eso pertenecen a un nivel inferior.
¡Todos hemos sido llamados por el Señor al ministerio! Y esta es la premisa que quisiera reafirmar. La idea de que los “oficios mundanos” no son tan sublimes como dedicarse a los oficios eclesiásticos a tiempo completo (pastor, maestro, teólogo, misionero, dirigente de alabanza, etc.) o que los primeros son una obligación necesaria (casi como una consecuencia de la caída y no como un mandato de la creación), mientras que lo ideal sería “consagrarnos a la obra del Señor” es algo común entre evangélicos, pero expresa un pensamiento total y absolutamente medieval y romanista, donde el dualismo naturaleza/gracia se hace patente.
Este malentendido produce un doble problema: (a) por un lado hace que muchos miembros de la iglesia se olviden, desprecien o disminuyan la importancia del llamado de Dios para su vida (“¡ah! Yo sé que jamás seré pastor o misionera, así que no me queda otra que venir a la iglesia, dar mi diezmo y ayudar en lo que sea necesario, mientras espero que Cristo vuelva o que Él me lleve a su presencia”), tornándose en creyentes frustrados o poco comprometidos con el Reino. Por otro lado, (b) esto hace que no consideremos que el ministerio pastoral o misionero sea un oficio como cualquier otro, que demanda preparación y capacitación, que se necesita conjugar con otros campos de otros profesionales y que incluye la idea de un sustento económico acorde con las perspectivas de desarrollo personal (como cualquier otro oficio o profesión).
Para que ni uno de estos 2 problemas conjugados o separados se den en la iglesia, es esencial que consideremos que todo creyente ha sido llamado al ministerio y que, si aún no lo ha hecho, debe buscar en oración, información y conocimiento de sí mismo su vocación, la cual le orientará acerca del ministerio que debe desarrollar:
- dueñas de casa (que son educadoras de hijos en casa y administradoras)
- músicos
- profesores
- técnicos de diversas áreas
- maestros de albañilería u otras áreas
- empresarios
- carabineros
- políticos
- ingenieros
- publicistas
- artistas
- médicos
- profesionales de la salud
- arquitectos
- deportistas
¡Ah! Y se me olvidaba también:
- pastores
- misioneros
Todos estos son “vocacionados”, o sea: llamados a transformar el mundo a través de su trabajo, para que la gloria de Dios se haga manifiesta en él. Ojo: esto no significa que un músico cristiano sólo debe cantar alabanzas, o que un abogado sólo deba atender causas de evangélicos o de corporaciones eclesiásticas ni que los empresarios sólo puedan desarrollar empresas de libros evangélicos o de armonios y bancas para templos. Este es otro concepto erróneo en el cual no ahondaremos ahora, pero por ahora baste con recordar que de la misma manera que sería absurdo exigir que un arquitecto sólo se dedique a diseñar templos, también lo es exigir que un músico cristiano cante sólo alabanzas e himnos.
¿Qué características hacen, entonces, que nuestras actividades no sean meras profesiones, oficios u ocupaciones como las que el mundo desempeña sino profesiones, oficios y ocupaciones que son verdaderos MINISTERIOS? Pablo tenía un oficio extraordinario, o sea, un oficio temporal que estaba destinado a terminarse y que, de hecho, ya cesó: el oficio de apóstol. Sin embargo, a través de su ejemplo, pastores, teólogos, albañiles, médicos, abogadas, profesoras, sastres, filósofos, músicos, asesoras del hogar y misioneras pueden aprender las características que deben aplicar a su quehacer y a su estilo de vida, para que su oficio, sea, de hecho, un ministerio para la gloria de Dios, lo cual es Su voluntad.
Aprendamos con Pablo en Efesios 3.8-13, quien había sido llamado como apóstol, las características que debe tener un oficio que glorifica a Dios:


“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él; por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria.” (Ef 3.8-13)


Según este texto, el creyente que glorifica a Dios a través de su vocación tiene al menos cuatro características, que son las siguientes:

1. Sabe que no ha escogido por sí mismo lo que hace, sino que Dios le puso allí y le ha llamado, dándole la gracia de servirle (v. 8).
El cristiano que glorifica a Dios con su oficio se siente y se sabe llamado para realizar la obra de Dios en su medio, de acuerdo con la capacitación que Dios le ha dado. No desempeña su actividad como un mero medio de sustento económico o porque no le quedó otra opción, sino porque ha sentido un llamado.
¿Conoces tus dones y los desarrollas? Joven: ¿has orado para pedirle al Señor que te muestre tus dones y buscado el llamado de Dios para tu vida antes de elegir una carrera? Sabemos que factores tales como habilidades, inclinaciones naturales y gustos, posibilidad de sustento económico e, incluso, las mismas circunstancias y puertas que se abren o cierran son medio por los cuales Dios nos confirma y orienta la vocación que Él tiene para nosotros, sin embargo, lo primario y decisivo es orar y tratar de reconocer el llamado de Dios a nuestra vida.

2. Tiene conciencia de que su ministerio se encaja dentro del GRAN plan de Dios: producir una Nueva Creación en Cristo. (v. 9)
Cuando Dios creó todas las cosas, todo lo hizo bien para su gloria, buscando, a través del trabajo humano, desarrollar el potencial que Él mismo le había dado a la creación (Gn 1.26-28 y 2.15). El trabajo no es castigo por la caída, sino mandato de la creación y factor imprescindible para la felicidad y realización en Dios del ser humano (Sl 128.2). Cuando el pecado entró al mundo, el hombre siguió trabajando, pero con más dificultad como consecuencia de la maldición sobre la tierra (Gn 3.17-19), y además, los propósitos de la humanidad ya no eran los mismos, pues envanecidos en sus razonamientos, los hombres y mujeres dejaron de ocuparse de la gloria de Dios y de desarrollar el potencial de la creación, llegando incluso a destruirla, produciendo una cultura torcida e impía (basta recordar el episodio de la torre de Babel en Gn 11). La redención que Dios trae en Cristo, precisamente nos reorienta, a través del poder del Espíritu Santo, a dedicarnos al verdadero propósito de nuestras habilidades y profesiones: la gloria de Dios y la producción de una Nueva Creación en Cristo.
¿Tienes el cuadro completo a la hora de empezar tu día de actividades como un hilo en el telar?

3. Tiene en mente constantemente el propósito de edificar y capacitar a la iglesia para que ella desarrolle su misión en la historia. (vv. 10-12)
El creyente que desarrolla un oficio para la gloria de Dios es miembro de la Iglesia y al mismo tiempo le provee de herramientas que, de acuerdo a sus capacidades, él puede entregar. Muchos, como Nehemías, aprovechan sus posiciones de confianza en entidades públicas o privadas para favorecer a la iglesia y su misión; esto es parte de un oficio que glorifica a Dios. El hecho de que alguien desarrollo gran parte de su oficio fuera del ámbito eclesiástico, no significa que no está contribuyendo a la causa de la Esposa de Cristo, sino todo lo contrario: abre caminos, facilita la llegada del evangelio y lo proclama, transforma la cultura y la sociedad y todo lo hace en plena conciencia de que es un brazo de la iglesia, un representante del Reino.

4. Se alegra en los sacrificios y adversidades que contribuyen para el avance de la obra de Dios (v. 13).
El creyente que glorifica a Dios a través de su oficio, entiende que desempeña su labor en un mundo hostil a Cristo, a Su obra y a Su Ley. Este no es un mundo completamente redimido aún, este es un mundo caído, en el cual somos agentes redentores por el poder del Espíritu Santo, así que no debe sorprendernos si, por el hecho de que un abogado cristiano se niegue a mentir, le quiten el empleo o que un funcionario público creyente sea menospreciado por su honestidad. Quien desempeña su oficio para la gloria de Dios debe comprender que los sufrimientos y las dificultades forman parte de nuestro llamado, si no hay y nunca habido hostilidad hacia un carabinero o un empresario cristiano, entonces debemos preocuparnos, pues talvez no estén desarrollando su labor como corresponde. Esto nos lleva a romper un mito: el espíritu de abnegación y disposición al sufrimiento no es monopolio exclusivo de los pastores y misioneros. Todo discípulo de Cristo debe estar dispuesto a renunciar a su comodidad y a dar su vida por amor al Señor, cuando se le demande. En esto, una vez más, el oficio pastoral no es distinto a los demás oficios.

No me cabe la menor duda de que si en la iglesia llegamos a contar con más creyentes que desarrollan su profesión u ocupación con el mismo espíritu del apóstol Pablo, entonces nuestro testimonio será tan poderoso que, como lo prometió el Señor, las puertas del infierno no prevalecerán por mucho más tiempo en nuestras ciudades, países y culturas. Que el Señor nos ayude a vivir como embajadores del Reino que promueven la gloria del Señor en todas las esferas de la creación: en la política, en la cultura, en el arte, en las ciencias, en la predicación y enseñanza de la Palabra, en el desarrollo de nuevas ideas y empresas, etc. Todos igualmente como ministros de Cristo Jesús, pues eso es lo que somos en este mundo caído.