“No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”
Lucas 12.32-34
Leí una noticia hace unos meses. Me impactó y quisiera compartirla con Uds.:
Lucas 12.32-34
Leí una noticia hace unos meses. Me impactó y quisiera compartirla con Uds.:
“Un chino desesperado compró veinte muñecas Barbie para calmar a su hija de ocho años, quien lloraba mucho, relató la agencia de noticias Xinhua. El hombre solucionó un problema, pero encontró otro: el llanto de la hija fue cambiado por los gritos de la esposa.
El hombre estaba tan desesperado por agradar a su hija que gastó 625 dólares en diez mochilas escolares y 20 muñecas Barbie.
Según las informaciones, la exageración del padre en comprar asustó a la misma hija, quien entonces dejó de pedir regalos. Pero el dinero perdido enfureció a la esposa, que le amenazó con el divorcio.
En China, los hijos mimados y conocidos como Pequeños Emperadores – un resultado de la política del hijo único iniciada en 1977 – son la esperanza de una explosión en el consumo nacional en la próxima década.
La historia tiene un final feliz: la suegra del hombre devolvió las mochilas y las muñecas, y la tienda restituyó todo el dinero”
Historias como esta me llaman mucho la atención porque revelan algo que no estamos tan dispuestos a reconocer, pero que está comenzando a imperar en nuestra mentalidad y en nuestra cultura:
La ilusión de que el adquirir bienes, el tener cosas, el poseer un status socio-económico determinado nos hará felices y satisfará las necesidades de nuestro corazón. Pensamos, como en la noticia recién contada, que determinados bienes nos harán mejores padres, mejores esposos, mejores personas.
Caemos en la ecuación SER=TENER
Si usted es como yo, probablemente le pase o siguiente: Nos sentamos en la banca de la iglesia escuchando un sermón sobre el consumismo y pensamos “esto está mal”. Nos ponemos a conversar con amigos sobre el tema y opinamos “esto está mal, abajo el consumismo”. Estamos en una reunión familiar y el tema una vez más surge y nuestras palabras son “qué malo es el consumismo”. Pero, más allá de las palabras, la verdad es que en el día a día lo que nos motiva, nuestro principal impulso, nuestro deseo esencial es: TENER.
Nos quita el sueño cuando no tenemos. Nos pone de mal humor no poder adquirir un cierto bien o status económico. Miramos vitrinas y anuncios de diarios y televisión y en el fondo pensamos: “¡Soy tan infeliz! ¡Pero si tuviera eso, yo sería feliz!”
Pero este engaño ha empapado nuestra cultura. Hasta hace un tiempo atrás podíamos decir que los chilenos éramos una cultura relativamente religiosa, independiente de cuán torcidos fueran esos valores religiosos, había un sentido de que la trascendencia era importante. Había en nuestras familias principios cristianos en sus bases, una idea vaga de salvación del alma y le dábamos una cierta importancia a la espiritualidad.
Hoy nos hemos puesto muy concretos, muy modernos, muy iconoclastas y nos sentimos un país que está en otro nivel. No hemos llegado al extremo de los ideales revolucionarios modernos de pensar que la religión es maligna, pero ya estamos caminando en esa dirección al considerar que el aspecto religioso de la vida es prescindible, algo a lo cual dedicarle el tiempo y espacio que nos sobran después de una semana ocupada con una serie de otras responsabilidades. Pensando de esta manera nos engañamos rotundamente a nosotros mismos y vivimos una ilusión.
Y es que la verdad es que no hemos dejado de ser religiosos en absoluto, sólo que la religión de la mayoría de los chilenos en estas últimas dos décadas ha cambiado: ya no somos una cultura católica, SOMOS UNA CULTURA CONSUMISTA. Y esta es nuestra religión. Lo más interesante es que la religión consumista es una religión tolerante, que realiza y ha realizado un proselitismo efectivo y transversal entre católicos, evangélicos, judíos y ateos por igual.
Miremos nuestras ciudades: nuestros templos más frecuentados ya no son las catedrales, ni las capillas, ni los santuarios: son los malls, las grandes tiendas, los shopping-centers. Nos motiva el tener. Queremos SER alguien, y pensamos que sólo seremos alguien si tenemos cosas (un buen trabajo, un lindo auto, una casa).
Es verdad que no todo el que va a un mall es un consumista, pero me atrevo a decir que la gran mayoría de los que allí se encuentran van a buscar un sentido de trascendencia perdido. Lo que los motiva a ir al mall es la búsqueda de felicidad (“the pursuit of happiness”), calmar sus dolores del alma y sentirse espiritualmente menos miserables. En estos templos hay hasta “música litúrgica de impresión” sonando por los parlantes (música que nos hace sentir agradables y felices, cuidadosamente escogida por expertos psicólogos), colores también cuidadosamente escogidos para llamar nuestra atención o producir en nuestro inconsciente ciertos estados y lo más interesante: sonrisas por todos lados. Los outdoors, los carteles y las vitrinas nos ofrecen una religión, no sólo productos. La verdad es que no nos están ofreciendo un par de zapatos, ni una juguera, ni una TV plasma, lo que nos ofrecen es la felicidad: una vida feliz, una familia feliz.
La soteriología (el concepto de salvación) del chileno ha cambiado. Hoy la salvación consiste en adquirir un status económico de vida. Para eso muchos se casan, para eso muchos forman familia: para tener una casa con una linda TV, para tener un auto, para tener un lindo perro como mascota, para tener agradables vacaciones en un lugar frecuentado y top. ¡¡¡Tener, tener, tener!!! He aquí la salvación del chileno moderno. He aquí los resultados de la “revolución silenciosa”.
¿Quién es el paracleto en toda esta religiosidad? ¿El mesías-consolador? ¿El mediador? ¿El intercesor? Obviamente: ¡LA TARJETA DE CRÉDITO! Ella hace posible que esta salvación llegue a nosotros y consuela y conforta nuestros corazones ¡GRACIAS TARJETA CMR POR FAVOR CONCEDIDO! ¡GRACIAS POR LOS INTERESES MÁS BAJOS DEL MERCADO!
Los predicadores que más abundan en la TV son los predicadores del consumismo. “¡Llame ya! Su vida no será feliz mientras ud. no adquiera la super-ladder, o una aspiradora de agua o lo que sea”.
¿Pero todo esto a dónde nos conducirá como nación? ¿Esto me hará un mejor padre? ¿O una mejor persona? De hecho: ¿hacia dónde ya nos está conduciendo? Sobre todo cuando nos damos cuenta que en el actual sistema económico no es posible cumplir las expectativas de consumo a menos que hagamos sacrificios grandes.
¡Chilenos: despertemos! El dios del consumismo no es tan tolerante ni tan longánimo como parece. Este dios nos demanda que entreguemos lo más importante en el fuego de su altar como holocausto cruel y sanguinario: nuestra paz, nuestro sentido de propósito, nuestra familia, nuestros hijos. Lamentablemente, ya no son excepciones las personas que están perdiendo a sus esposas y a sus hijos por deudas o por perseguir un status determinado. Estrés, cansancio, depresión… esta es la resaca después de una larga jornada de vivir por el consumo. Y tristemente esta es hoy en día la regla. Ya no hay tiempo con la familia. Ya no hay tiempo para la familia. Ya no hay propósito en nuestra vida.
Esto ya es sin duda terrible en gran manera, pero hay algo aún peor en todo esto: el dios del consumismo nos distrae de LO PRINCIPAL, porque nos engaña y nos lleva a la condenación espiritual.
Debes saber esto: si tu vida espiritual está muerta, no tienes nada que ofrecerle a tu familia, a tus hijos, ni aunque pases tiempo libre con ellos, ni aunque los lleves a comer helados al mall, o al cine, o al parque, o a unas lindas vacaciones al balneario de moda.
El cuadro actual de Chile es triste: estamos teniendo bienes, estamos adquiriendo con esfuerzo televisores, scaldasonnos, notebooks, super-ladders, viajes a hermosas playas, cenas en lindos restaurantes de cocina-fusión, pero estamos perdiendo lo principal: ESTAMOS PERDIENDO NUESTRA ALMA. ESTAMOS PERDIENDO A DIOS. Y no nos engañemos: ni los evangélicos ni los pastores somos la excepción. Como Raquel ante Labán muchas veces ocultamos a nuestros ídolos tratando de sentarnos sobre ellos. Pero más tarde o más temprano asoman una patita por aquí o una mano por allá.
Y todo esto por tratar de satisfacer ese saco sin fondo llamado “Expectativa de Consumo”. Y en esto se muestra que cuando me he referido al consumismo como una religión no lo he hecho como una metáfora, si ud. piensa eso ha perdido el punto central. Me refiero al consumismo como una religión en el sentido más literal del término.
¿Hay esperanza? No importa cuan oscuro se vea el panorama: soy cristiano y como tal creo porfiadamente (y contra toda evidencia a veces) que siempre hay una esperanza.
La esperanza está en que comencemos a reconocer lo siguiente: la “Expectativa de Consumo” es un sentimiento esencialmente religioso, es la cara visible de un vacío que hay en el corazón humano y que todos tenemos: UN VACÍO DE DIOS. El matemático francés Blaise Pascal solía decir que hay un vacío en el corazón de cada hombre y mujer en este mundo y este vacío tiene la exacta forma de Dios. Sólo Dios puede llenarlo, sólo su presencia, sólo un encuentro real y transformador con Dios a través de su Palabra puede llenar este vacío.
Y que quede claro esto: no me refiero a aceptar a Cristo en ese sentido tan común en el medio evangélico, en el cual por miedo al infierno o a no ser llevados en el arrebatamiento hacemos una oración, levantamos la mano en un culto, pasamos adelante o firmamos una tarjetita. A lo que me refiero es a recibir a Cristo porque sólo Él me llena, me satisface, me hace feliz y es el sentido de mi existencia. Me refiero a una entrega a Dios no por lo que Él me da, sino por quien Él es. Porque sus maravillosos atributos me deslumbran y me deleita conocerle y adorarle.
La “Expectativa de Consumo” es engañosa y frustrante. Hoy adquieres un bien, pero mañana ya no te satisfará. ¡Mírate! ¿Acaso no querías casa? No pasó mucho tiempo después de tenerla y el vacío volvió a aflorar. Querías aquel auto, ¿te acuerdas? Lo obtuviste, pero no mucho tiempo después eso ya no te llenaba.
Algunos de nosotros adquirimos bienes con esfuerzo y no pasó mucho tiempo y ladrones entraron a la casa y se lo llevaron todo. O talvez un gasto inesperado, una enfermedad grave, una estafa, una deslealtad de un socio. Y de una día para el otro tuvimos que vender nuestras cosas y ya no teníamos nada.
¿Cuán firmes son los bienes materiales como para construir toda nuestra vida sobre ellos? La polilla los destruye, el ladrón las roba y las crisis económicas nos quitan lo que ahorramos incluso en el más seguro de los bancos (miren a los argentinos en el ‘99).
Chilenos: ¡Dejemos los ídolos y volvámonos a Dios! Sólo Dios, el Dios verdadero. Sólo Dios, el Dios de la Biblia puede llenar nuestros anhelos más esenciales.
El llamado de este mensaje es simple y es el siguiente: ¡CAMBIA TU “EXPECTATIVA DE CONSUMO” POR “SED DE DIOS”!
¿La diferencia?: La Sed de Dios no decepciona. “¡No tendrás sed jamás!” prometió Cristo a la mujer samaritana, y de la misma manera te lo dice a ti, me lo dice a mí.
Aquel que busca a Dios, será saciado. Ya no corramos a los día R, ni a las ventas nocturnas. ¡Corramos a Cristo! Él nos ofrece sin precio todo lo necesario para nuestra alma sedienta, para nuestra familia, para nuestros hijos.
Deja de creer que el endeudarte en innumerables cuotas te hará feliz. ¡Hasta aquí no lo ha hecho! Busca a Dios a través de Cristo. Sólo Cristo puede conducirte a Él. Sólo Cristo le dará sentido a tu vida. Sólo Cristo te hará no sentir más sed. ¡Él lo prometió y Él lo cumple!
¿Hasta cuándo andaremos con sed por la vida como un ciervo perdido en el desierto? El oasis está al frente tuyo, a pocos metros de ti. Cristo está tan distante como una oración. Pídele a Dios perdón por la idolatría del consumo y déjate refrescar en sus brazos. Ya no rechaces más la única oferta de salvación para tu alma: Cristo el Señor. Quien bebe de su agua no siente sed jamás.
La ilusión de que el adquirir bienes, el tener cosas, el poseer un status socio-económico determinado nos hará felices y satisfará las necesidades de nuestro corazón. Pensamos, como en la noticia recién contada, que determinados bienes nos harán mejores padres, mejores esposos, mejores personas.
Caemos en la ecuación SER=TENER
Si usted es como yo, probablemente le pase o siguiente: Nos sentamos en la banca de la iglesia escuchando un sermón sobre el consumismo y pensamos “esto está mal”. Nos ponemos a conversar con amigos sobre el tema y opinamos “esto está mal, abajo el consumismo”. Estamos en una reunión familiar y el tema una vez más surge y nuestras palabras son “qué malo es el consumismo”. Pero, más allá de las palabras, la verdad es que en el día a día lo que nos motiva, nuestro principal impulso, nuestro deseo esencial es: TENER.
Nos quita el sueño cuando no tenemos. Nos pone de mal humor no poder adquirir un cierto bien o status económico. Miramos vitrinas y anuncios de diarios y televisión y en el fondo pensamos: “¡Soy tan infeliz! ¡Pero si tuviera eso, yo sería feliz!”
Pero este engaño ha empapado nuestra cultura. Hasta hace un tiempo atrás podíamos decir que los chilenos éramos una cultura relativamente religiosa, independiente de cuán torcidos fueran esos valores religiosos, había un sentido de que la trascendencia era importante. Había en nuestras familias principios cristianos en sus bases, una idea vaga de salvación del alma y le dábamos una cierta importancia a la espiritualidad.
Hoy nos hemos puesto muy concretos, muy modernos, muy iconoclastas y nos sentimos un país que está en otro nivel. No hemos llegado al extremo de los ideales revolucionarios modernos de pensar que la religión es maligna, pero ya estamos caminando en esa dirección al considerar que el aspecto religioso de la vida es prescindible, algo a lo cual dedicarle el tiempo y espacio que nos sobran después de una semana ocupada con una serie de otras responsabilidades. Pensando de esta manera nos engañamos rotundamente a nosotros mismos y vivimos una ilusión.
Y es que la verdad es que no hemos dejado de ser religiosos en absoluto, sólo que la religión de la mayoría de los chilenos en estas últimas dos décadas ha cambiado: ya no somos una cultura católica, SOMOS UNA CULTURA CONSUMISTA. Y esta es nuestra religión. Lo más interesante es que la religión consumista es una religión tolerante, que realiza y ha realizado un proselitismo efectivo y transversal entre católicos, evangélicos, judíos y ateos por igual.
Miremos nuestras ciudades: nuestros templos más frecuentados ya no son las catedrales, ni las capillas, ni los santuarios: son los malls, las grandes tiendas, los shopping-centers. Nos motiva el tener. Queremos SER alguien, y pensamos que sólo seremos alguien si tenemos cosas (un buen trabajo, un lindo auto, una casa).
Es verdad que no todo el que va a un mall es un consumista, pero me atrevo a decir que la gran mayoría de los que allí se encuentran van a buscar un sentido de trascendencia perdido. Lo que los motiva a ir al mall es la búsqueda de felicidad (“the pursuit of happiness”), calmar sus dolores del alma y sentirse espiritualmente menos miserables. En estos templos hay hasta “música litúrgica de impresión” sonando por los parlantes (música que nos hace sentir agradables y felices, cuidadosamente escogida por expertos psicólogos), colores también cuidadosamente escogidos para llamar nuestra atención o producir en nuestro inconsciente ciertos estados y lo más interesante: sonrisas por todos lados. Los outdoors, los carteles y las vitrinas nos ofrecen una religión, no sólo productos. La verdad es que no nos están ofreciendo un par de zapatos, ni una juguera, ni una TV plasma, lo que nos ofrecen es la felicidad: una vida feliz, una familia feliz.
La soteriología (el concepto de salvación) del chileno ha cambiado. Hoy la salvación consiste en adquirir un status económico de vida. Para eso muchos se casan, para eso muchos forman familia: para tener una casa con una linda TV, para tener un auto, para tener un lindo perro como mascota, para tener agradables vacaciones en un lugar frecuentado y top. ¡¡¡Tener, tener, tener!!! He aquí la salvación del chileno moderno. He aquí los resultados de la “revolución silenciosa”.
¿Quién es el paracleto en toda esta religiosidad? ¿El mesías-consolador? ¿El mediador? ¿El intercesor? Obviamente: ¡LA TARJETA DE CRÉDITO! Ella hace posible que esta salvación llegue a nosotros y consuela y conforta nuestros corazones ¡GRACIAS TARJETA CMR POR FAVOR CONCEDIDO! ¡GRACIAS POR LOS INTERESES MÁS BAJOS DEL MERCADO!
Los predicadores que más abundan en la TV son los predicadores del consumismo. “¡Llame ya! Su vida no será feliz mientras ud. no adquiera la super-ladder, o una aspiradora de agua o lo que sea”.
¿Pero todo esto a dónde nos conducirá como nación? ¿Esto me hará un mejor padre? ¿O una mejor persona? De hecho: ¿hacia dónde ya nos está conduciendo? Sobre todo cuando nos damos cuenta que en el actual sistema económico no es posible cumplir las expectativas de consumo a menos que hagamos sacrificios grandes.
¡Chilenos: despertemos! El dios del consumismo no es tan tolerante ni tan longánimo como parece. Este dios nos demanda que entreguemos lo más importante en el fuego de su altar como holocausto cruel y sanguinario: nuestra paz, nuestro sentido de propósito, nuestra familia, nuestros hijos. Lamentablemente, ya no son excepciones las personas que están perdiendo a sus esposas y a sus hijos por deudas o por perseguir un status determinado. Estrés, cansancio, depresión… esta es la resaca después de una larga jornada de vivir por el consumo. Y tristemente esta es hoy en día la regla. Ya no hay tiempo con la familia. Ya no hay tiempo para la familia. Ya no hay propósito en nuestra vida.
Esto ya es sin duda terrible en gran manera, pero hay algo aún peor en todo esto: el dios del consumismo nos distrae de LO PRINCIPAL, porque nos engaña y nos lleva a la condenación espiritual.
Debes saber esto: si tu vida espiritual está muerta, no tienes nada que ofrecerle a tu familia, a tus hijos, ni aunque pases tiempo libre con ellos, ni aunque los lleves a comer helados al mall, o al cine, o al parque, o a unas lindas vacaciones al balneario de moda.
El cuadro actual de Chile es triste: estamos teniendo bienes, estamos adquiriendo con esfuerzo televisores, scaldasonnos, notebooks, super-ladders, viajes a hermosas playas, cenas en lindos restaurantes de cocina-fusión, pero estamos perdiendo lo principal: ESTAMOS PERDIENDO NUESTRA ALMA. ESTAMOS PERDIENDO A DIOS. Y no nos engañemos: ni los evangélicos ni los pastores somos la excepción. Como Raquel ante Labán muchas veces ocultamos a nuestros ídolos tratando de sentarnos sobre ellos. Pero más tarde o más temprano asoman una patita por aquí o una mano por allá.
Y todo esto por tratar de satisfacer ese saco sin fondo llamado “Expectativa de Consumo”. Y en esto se muestra que cuando me he referido al consumismo como una religión no lo he hecho como una metáfora, si ud. piensa eso ha perdido el punto central. Me refiero al consumismo como una religión en el sentido más literal del término.
¿Hay esperanza? No importa cuan oscuro se vea el panorama: soy cristiano y como tal creo porfiadamente (y contra toda evidencia a veces) que siempre hay una esperanza.
La esperanza está en que comencemos a reconocer lo siguiente: la “Expectativa de Consumo” es un sentimiento esencialmente religioso, es la cara visible de un vacío que hay en el corazón humano y que todos tenemos: UN VACÍO DE DIOS. El matemático francés Blaise Pascal solía decir que hay un vacío en el corazón de cada hombre y mujer en este mundo y este vacío tiene la exacta forma de Dios. Sólo Dios puede llenarlo, sólo su presencia, sólo un encuentro real y transformador con Dios a través de su Palabra puede llenar este vacío.
Y que quede claro esto: no me refiero a aceptar a Cristo en ese sentido tan común en el medio evangélico, en el cual por miedo al infierno o a no ser llevados en el arrebatamiento hacemos una oración, levantamos la mano en un culto, pasamos adelante o firmamos una tarjetita. A lo que me refiero es a recibir a Cristo porque sólo Él me llena, me satisface, me hace feliz y es el sentido de mi existencia. Me refiero a una entrega a Dios no por lo que Él me da, sino por quien Él es. Porque sus maravillosos atributos me deslumbran y me deleita conocerle y adorarle.
La “Expectativa de Consumo” es engañosa y frustrante. Hoy adquieres un bien, pero mañana ya no te satisfará. ¡Mírate! ¿Acaso no querías casa? No pasó mucho tiempo después de tenerla y el vacío volvió a aflorar. Querías aquel auto, ¿te acuerdas? Lo obtuviste, pero no mucho tiempo después eso ya no te llenaba.
Algunos de nosotros adquirimos bienes con esfuerzo y no pasó mucho tiempo y ladrones entraron a la casa y se lo llevaron todo. O talvez un gasto inesperado, una enfermedad grave, una estafa, una deslealtad de un socio. Y de una día para el otro tuvimos que vender nuestras cosas y ya no teníamos nada.
¿Cuán firmes son los bienes materiales como para construir toda nuestra vida sobre ellos? La polilla los destruye, el ladrón las roba y las crisis económicas nos quitan lo que ahorramos incluso en el más seguro de los bancos (miren a los argentinos en el ‘99).
Chilenos: ¡Dejemos los ídolos y volvámonos a Dios! Sólo Dios, el Dios verdadero. Sólo Dios, el Dios de la Biblia puede llenar nuestros anhelos más esenciales.
El llamado de este mensaje es simple y es el siguiente: ¡CAMBIA TU “EXPECTATIVA DE CONSUMO” POR “SED DE DIOS”!
¿La diferencia?: La Sed de Dios no decepciona. “¡No tendrás sed jamás!” prometió Cristo a la mujer samaritana, y de la misma manera te lo dice a ti, me lo dice a mí.
Aquel que busca a Dios, será saciado. Ya no corramos a los día R, ni a las ventas nocturnas. ¡Corramos a Cristo! Él nos ofrece sin precio todo lo necesario para nuestra alma sedienta, para nuestra familia, para nuestros hijos.
Deja de creer que el endeudarte en innumerables cuotas te hará feliz. ¡Hasta aquí no lo ha hecho! Busca a Dios a través de Cristo. Sólo Cristo puede conducirte a Él. Sólo Cristo le dará sentido a tu vida. Sólo Cristo te hará no sentir más sed. ¡Él lo prometió y Él lo cumple!
¿Hasta cuándo andaremos con sed por la vida como un ciervo perdido en el desierto? El oasis está al frente tuyo, a pocos metros de ti. Cristo está tan distante como una oración. Pídele a Dios perdón por la idolatría del consumo y déjate refrescar en sus brazos. Ya no rechaces más la única oferta de salvación para tu alma: Cristo el Señor. Quien bebe de su agua no siente sed jamás.
“Last but not least”, la pregunta clave: ¿Dónde está tu tesoro?
Déjame preguntarte de otra manera: ¿ES DIOS TU TESORO?
Donde está tu tesoro allí estará tu corazón. ¡Haz de Dios tu tesoro y tu corazón será saciado!
No comments:
Post a Comment