Friday, March 16, 2007

DISTINTIVOS DE UN OFICIO QUE GLORIFICA A DIOS


A todos nosotros, Dios nos ha dado un oficio, profesión u ocupación, el (la) cual es un ministerio que debemos desarrollar en sujeción a Su voluntad y con el fin principal de promover la gloria del Señor.
Tenemos un concepto extraño de que sólo los misioneros y pastores son llamados o tienen vocación ministerial. Esto es antibíblico y refleja un concepto semi-maniqueísta de que las vocaciones para oficios eclesiásticos pertenecen a un nivel distinto porque se ocupan de cosas “espirituales”, mientras que un zapatero, un médico, una abogada o una dueña de casa trabajan en cosas mundanas, o sea: “de este mundo material” y por eso pertenecen a un nivel inferior.
¡Todos hemos sido llamados por el Señor al ministerio! Y esta es la premisa que quisiera reafirmar. La idea de que los “oficios mundanos” no son tan sublimes como dedicarse a los oficios eclesiásticos a tiempo completo (pastor, maestro, teólogo, misionero, dirigente de alabanza, etc.) o que los primeros son una obligación necesaria (casi como una consecuencia de la caída y no como un mandato de la creación), mientras que lo ideal sería “consagrarnos a la obra del Señor” es algo común entre evangélicos, pero expresa un pensamiento total y absolutamente medieval y romanista, donde el dualismo naturaleza/gracia se hace patente.
Este malentendido produce un doble problema: (a) por un lado hace que muchos miembros de la iglesia se olviden, desprecien o disminuyan la importancia del llamado de Dios para su vida (“¡ah! Yo sé que jamás seré pastor o misionera, así que no me queda otra que venir a la iglesia, dar mi diezmo y ayudar en lo que sea necesario, mientras espero que Cristo vuelva o que Él me lleve a su presencia”), tornándose en creyentes frustrados o poco comprometidos con el Reino. Por otro lado, (b) esto hace que no consideremos que el ministerio pastoral o misionero sea un oficio como cualquier otro, que demanda preparación y capacitación, que se necesita conjugar con otros campos de otros profesionales y que incluye la idea de un sustento económico acorde con las perspectivas de desarrollo personal (como cualquier otro oficio o profesión).
Para que ni uno de estos 2 problemas conjugados o separados se den en la iglesia, es esencial que consideremos que todo creyente ha sido llamado al ministerio y que, si aún no lo ha hecho, debe buscar en oración, información y conocimiento de sí mismo su vocación, la cual le orientará acerca del ministerio que debe desarrollar:
- dueñas de casa (que son educadoras de hijos en casa y administradoras)
- músicos
- profesores
- técnicos de diversas áreas
- maestros de albañilería u otras áreas
- empresarios
- carabineros
- políticos
- ingenieros
- publicistas
- artistas
- médicos
- profesionales de la salud
- arquitectos
- deportistas
¡Ah! Y se me olvidaba también:
- pastores
- misioneros
Todos estos son “vocacionados”, o sea: llamados a transformar el mundo a través de su trabajo, para que la gloria de Dios se haga manifiesta en él. Ojo: esto no significa que un músico cristiano sólo debe cantar alabanzas, o que un abogado sólo deba atender causas de evangélicos o de corporaciones eclesiásticas ni que los empresarios sólo puedan desarrollar empresas de libros evangélicos o de armonios y bancas para templos. Este es otro concepto erróneo en el cual no ahondaremos ahora, pero por ahora baste con recordar que de la misma manera que sería absurdo exigir que un arquitecto sólo se dedique a diseñar templos, también lo es exigir que un músico cristiano cante sólo alabanzas e himnos.
¿Qué características hacen, entonces, que nuestras actividades no sean meras profesiones, oficios u ocupaciones como las que el mundo desempeña sino profesiones, oficios y ocupaciones que son verdaderos MINISTERIOS? Pablo tenía un oficio extraordinario, o sea, un oficio temporal que estaba destinado a terminarse y que, de hecho, ya cesó: el oficio de apóstol. Sin embargo, a través de su ejemplo, pastores, teólogos, albañiles, médicos, abogadas, profesoras, sastres, filósofos, músicos, asesoras del hogar y misioneras pueden aprender las características que deben aplicar a su quehacer y a su estilo de vida, para que su oficio, sea, de hecho, un ministerio para la gloria de Dios, lo cual es Su voluntad.
Aprendamos con Pablo en Efesios 3.8-13, quien había sido llamado como apóstol, las características que debe tener un oficio que glorifica a Dios:


“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él; por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria.” (Ef 3.8-13)


Según este texto, el creyente que glorifica a Dios a través de su vocación tiene al menos cuatro características, que son las siguientes:

1. Sabe que no ha escogido por sí mismo lo que hace, sino que Dios le puso allí y le ha llamado, dándole la gracia de servirle (v. 8).
El cristiano que glorifica a Dios con su oficio se siente y se sabe llamado para realizar la obra de Dios en su medio, de acuerdo con la capacitación que Dios le ha dado. No desempeña su actividad como un mero medio de sustento económico o porque no le quedó otra opción, sino porque ha sentido un llamado.
¿Conoces tus dones y los desarrollas? Joven: ¿has orado para pedirle al Señor que te muestre tus dones y buscado el llamado de Dios para tu vida antes de elegir una carrera? Sabemos que factores tales como habilidades, inclinaciones naturales y gustos, posibilidad de sustento económico e, incluso, las mismas circunstancias y puertas que se abren o cierran son medio por los cuales Dios nos confirma y orienta la vocación que Él tiene para nosotros, sin embargo, lo primario y decisivo es orar y tratar de reconocer el llamado de Dios a nuestra vida.

2. Tiene conciencia de que su ministerio se encaja dentro del GRAN plan de Dios: producir una Nueva Creación en Cristo. (v. 9)
Cuando Dios creó todas las cosas, todo lo hizo bien para su gloria, buscando, a través del trabajo humano, desarrollar el potencial que Él mismo le había dado a la creación (Gn 1.26-28 y 2.15). El trabajo no es castigo por la caída, sino mandato de la creación y factor imprescindible para la felicidad y realización en Dios del ser humano (Sl 128.2). Cuando el pecado entró al mundo, el hombre siguió trabajando, pero con más dificultad como consecuencia de la maldición sobre la tierra (Gn 3.17-19), y además, los propósitos de la humanidad ya no eran los mismos, pues envanecidos en sus razonamientos, los hombres y mujeres dejaron de ocuparse de la gloria de Dios y de desarrollar el potencial de la creación, llegando incluso a destruirla, produciendo una cultura torcida e impía (basta recordar el episodio de la torre de Babel en Gn 11). La redención que Dios trae en Cristo, precisamente nos reorienta, a través del poder del Espíritu Santo, a dedicarnos al verdadero propósito de nuestras habilidades y profesiones: la gloria de Dios y la producción de una Nueva Creación en Cristo.
¿Tienes el cuadro completo a la hora de empezar tu día de actividades como un hilo en el telar?

3. Tiene en mente constantemente el propósito de edificar y capacitar a la iglesia para que ella desarrolle su misión en la historia. (vv. 10-12)
El creyente que desarrolla un oficio para la gloria de Dios es miembro de la Iglesia y al mismo tiempo le provee de herramientas que, de acuerdo a sus capacidades, él puede entregar. Muchos, como Nehemías, aprovechan sus posiciones de confianza en entidades públicas o privadas para favorecer a la iglesia y su misión; esto es parte de un oficio que glorifica a Dios. El hecho de que alguien desarrollo gran parte de su oficio fuera del ámbito eclesiástico, no significa que no está contribuyendo a la causa de la Esposa de Cristo, sino todo lo contrario: abre caminos, facilita la llegada del evangelio y lo proclama, transforma la cultura y la sociedad y todo lo hace en plena conciencia de que es un brazo de la iglesia, un representante del Reino.

4. Se alegra en los sacrificios y adversidades que contribuyen para el avance de la obra de Dios (v. 13).
El creyente que glorifica a Dios a través de su oficio, entiende que desempeña su labor en un mundo hostil a Cristo, a Su obra y a Su Ley. Este no es un mundo completamente redimido aún, este es un mundo caído, en el cual somos agentes redentores por el poder del Espíritu Santo, así que no debe sorprendernos si, por el hecho de que un abogado cristiano se niegue a mentir, le quiten el empleo o que un funcionario público creyente sea menospreciado por su honestidad. Quien desempeña su oficio para la gloria de Dios debe comprender que los sufrimientos y las dificultades forman parte de nuestro llamado, si no hay y nunca habido hostilidad hacia un carabinero o un empresario cristiano, entonces debemos preocuparnos, pues talvez no estén desarrollando su labor como corresponde. Esto nos lleva a romper un mito: el espíritu de abnegación y disposición al sufrimiento no es monopolio exclusivo de los pastores y misioneros. Todo discípulo de Cristo debe estar dispuesto a renunciar a su comodidad y a dar su vida por amor al Señor, cuando se le demande. En esto, una vez más, el oficio pastoral no es distinto a los demás oficios.

No me cabe la menor duda de que si en la iglesia llegamos a contar con más creyentes que desarrollan su profesión u ocupación con el mismo espíritu del apóstol Pablo, entonces nuestro testimonio será tan poderoso que, como lo prometió el Señor, las puertas del infierno no prevalecerán por mucho más tiempo en nuestras ciudades, países y culturas. Que el Señor nos ayude a vivir como embajadores del Reino que promueven la gloria del Señor en todas las esferas de la creación: en la política, en la cultura, en el arte, en las ciencias, en la predicación y enseñanza de la Palabra, en el desarrollo de nuevas ideas y empresas, etc. Todos igualmente como ministros de Cristo Jesús, pues eso es lo que somos en este mundo caído.

2 comments:

Márcio said...

Estimado Rev. Jonathan,

Anelo sempre sequioso pelos seus posts.

Sua sensibilidade aguçada provoca-nos!

Você tocou no "x" da questão: o recrudescimento e emergência do velho maniqueísmo, com sua tendência hiper-espiritualizante e dicotômica.

A igreja protestante é prodigiosa em habilitar os crentes na burocracia religiosa, nas tarefas domingueiras, legitimando assim esse "esquema" que não dialoga com as verdadeiras demandas contemporâneas vividas pelos crentes - que são sobretudo ÉTICAS.

Penso que mais que nunca precisamos repensar as bases do discipulado cristão: aquilo que temos ofertado aos crentes.

Lembrando novamente D. Sayers: toda vocação "secular" é sagrada.


Márcio

Anonymous said...

“La redención que Dios trae en Cristo, precisamente nos reorienta, a través del poder del Espíritu Santo, a dedicarnos al verdadero propósito de nuestras habilidades y profesiones: la gloria de Dios y la producción de una Nueva Creación en Cristo”.


Me parece potente esta declaración del pastor Muñoz, que me atrevo a resumirla en las tres “re”: REdimidos y REorientados en la REcreación. Aquí observamos que se manifiesta la obra del Dios trino en favor de lo que es a su vez nuestra obra fundamental, preparada de antemano para que andemos en ella: ni más ni menos que expresar la gloria de Dios.

Si Dios es por nosotros, y es quien produce en nosotros así el querer como el hacer por su buena voluntad, la conclusión que es obvia: Dios opera en nosotros. Y tiene toda la razón el pastor cuando señala que si Dios ha de cambiar el mundo lo hace a través del cuerpo de Cristo que es la iglesia, la luz del mundo y la sal de la tierra.
Ahora bien, si yo he sido redimido a precio de sangre, he sido reorientado en mis motivaciones y convicciones de tal modo que liberado por la verdad de Cristo he sido verdaderamente libre (tautología pertinente), y guiado por el Espíritu Santo soy un hijo de Dios, y aún así no he comprendido que el sentido de la vida es glorificar a Dios, no sólo no conozco mi catecismo sino que peor aún, no sé quién soy ni de quién soy. Así de categórico debiera ser siempre nuestro razonamiento, y sin embargo nuestra naturaleza pecaminosa nos inclina frecuentemente al desvarío del ego en la prosecución del “yo mismo, por mi mismo y para mi mismo”.

Un aspecto poco corriente de la ética cristiana, es decir algo poco mencionado, es que el cristiano glorifica a Dios pues A PESAR DE SU PRECARIEDAD alcanza a manifestar con sus obras el poder de Dios. Los incrédulos debieran reconocer en nosotros no nuestra capacidad, pues en ello habría mérito propio, sino que siendo como somos de débiles y frágiles, aún así, hay algo en lo que hacemos que denota un inexplicable toque de maravilloso y sublime. Aquello que vieron en Daniel, en José, en Moisés, en David, etc., no fue producto de un doctorado en Harvard o en la Sorbona, sino un reflejo de la gloria de Dios en ellos. Elías lo sabía perfectamente. Pablo también lo sabía, y por eso tenía todas las cosas por basura, por causa de la excelencia del conocimiento de Cristo (y él sólo hacía tiendas). Para qué hablar de los humildes pescadores que siguieron a Jesús y fueron transformados en útiles y preciosos siervos de Dios, al punto de que la gente erudita se maravillaba de la forma poderosa y penetrante con la que Pedro daba discursos a las multitudes.

Pablo declara que no es que seamos competentes por mérito propio, sino que todo proviene de Dios. Extrapolado a nuestra realidad laboral, académica, ministerial o de cualquier otro ámbito del quehacer humano, en todo debiéramos reflejar ese “algo” que declara la presencia de un Dios poderoso y transformador, tierno, afable, delicado, excelente. Se da la paradoja de que los hombres debieran ver en nosotros cada vez menos de nosotros mismos, para que sea de manifiesto que aquel en quien tenemos nuestra esperanza es el que nos permite ser (o hacer) algo digno.

En este punto debo confesar mi desconfianza hacia cierta manera de entender la excelencia, y muy a pesar mío pues sé que todo esfuerzo o búsqueda por lo excelente proviene del hecho de que somos creados a imagen de Dios. Desconfío, confieso, de quienes sellan sus obras con la estampa del mérito. Es decir, me rebela cuando el ego se satisface ante la capacidad propia o ajena, que es humana, y no se reconoce que si no fuera porque Dios está detrás del desarrollo personal, no seríamos más que unas pobres y miserables criaturas. Si el artista es un genio, es porque hay un Dios que es genial y que es capaz de poner el arte en el artista. Si el científico descubre las propiedades de los elementos es porque hay un Dios que creó los elementos para ser “descubiertos”. Pero cuando vemos la competencia feroz, la descalificación, la lucha, la envidia, etc., entonces toda la excelencia se nos va por el caño.
Es probable que mi desconfianza sea un prejuicio, y es posible incluso que la motivación de quien busca la excelencia, aún siendo incrédulo, sea correcta… Sin embargo sigo prefiriendo que Dios sea en nosotros el motor y el gestor de toda buena obra. A Él sea la gloria, pues.

Nada más pertinente entonces que el sentir transmitido por nuestro amado pastor, quien nos señala la necesidad de dar la gloria debida al nombre de Dios mediante el ejercicio integral de la capacidad otorgada a nuestra naturaleza humana, tanto más si es para beneficio y provecho de los hombres, sea en el ámbito que sea, bajo las circunstancias que sean y aún a costa del sacrificio del ego (lo que siempre es bueno) y del costo personal, cuando señala convincente: “el espíritu de abnegación y disposición al sufrimiento no es monopolio exclusivo de los pastores y misioneros”.

Así es, así es, amado pastor.


ANDRÉS MOREIRA VALDERRAMA.