En la excelente película “Little Miss Sunshine” (otra de las tantas que me han hecho reír y llorar de forma abundante últimamente), la reflexión final de uno de los personajes, un adolescente “loser” de una familia “loser” que conversa con su tío “loser”, le da el hilo conductor a la película: “¿sabes qué? ¡La vida es un maldito concurso de belleza tras otro! La escuela, después la secundaria, después la universidad… ¡Al demonio la vida! ¡Al demonio los malditos concursos de belleza!”
Cuando leía en Hechos 5 la historia de Ananías y Safira esta semana, no pude evitar recordarme de ese diálogo de “Little Miss Sunshine”. Y es que VIVIMOS EN UN MUNDO QUE ES COMO UN MALDITO CONCURSO DE BELLEZA. Un mundo donde todos observan nuestros atributos para evaluarnos. ¿Cómo te vistes? ¿Cómo hablas? ¿Qué trabajo tienes? ¿Cuánto ganas? ¿Cómo te diviertes?
A las mujeres: ¿cómo es tu físico?
A los hombres: ¿cuán exitoso eres?
Una vez que hemos aprobado un determinado standard, somos aceptados y entonces, después de haber pasado el test de aprobación, nos tornamos merecedores del respeto, de la amistad, del amor de los demás.
Todos buscamos ser amados. Esa es nuestra necesidad más esencial y básica. Eso es lo que nos mueve a vestirnos, hablar, comportarnos de tal manera, o estudiar tal carrera, o buscar tal trabajo: la necesidad de ser aceptados, amados.
A pesar de toda esta carnalidad en la que yo muchas (demasiadas) veces me sumerjo, aún así Dios me da un golpe en el hombro y me hace mirar hacia la más bella figura de todas (una belleza más bella que la belleza de la Miss Universo, que la belleza de un Porsche cero kilómetro, que la belleza de un hermoso atardecer o que la belleza de generosos actos de bondad y solidaridad): la belleza del Señor Jesús dilacerado, deformado y ensangrentado, colgando de una cruz, dando su vida por mí.
Y con ese sólo recuerdo, el Señor me dice: “con amor eterno te he amado, por tanto te he prolongado mi misericordia y seguiré prolongándola”. Cristo me libró de todos los malditos concursos de belleza de esta vida. Cuando Dios (ni más ni menos que ¡DIOS!) Se hizo hombre y derramó su sangre en la cruz, él me dijo y me dice: yo te acepto. Yo te amo. Ven así como estás.
Pero cuán frecuentemente olvidamos eso y seguimos actuando como si Dios nos aceptara sólo en la medida en que hacemos esto o dejamos de hacer esto otro. Pero el amor de Dios es el mismo amor siempre. Dios no es como esas personas que te dicen al inicio: “te amo como eres” y después que ya les entregaste tu corazón te exigen esto o lo otro. La relación con Dios no es un concurso de belleza espiritual. Dios no es un jurado evaluando tus atributos espirituales, tu compromiso, tu consecuencia, tu bondad hacia los demás.
¡ESTA GRACIA ES LA ESENCIA, EL ADN DE LA IGLESIA! Pero esto también se nos olvida fácilmente y muchas veces hacemos de la iglesia un concurso de belleza: “Miss santidad”, “Mister consagración”. ¡Qué triste cuando esto ocurre!
Cuando hacemos de la iglesia un concurso de belleza, pecamos terriblemente. A veces lo hacemos de las formas más básicas y simplonas, imitando 100% al mundo: nos fijamos en cómo el otro habla, en cómo se viste, en cómo usa el pelo, a qué segmento social pertenece y hacemos de estas cosas el parámetro para evaluar si vamos a incorporar al hermano a nuestro círculo de amigos o no. Es interesante cómo, antes de saber si la persona es casada, si tiene hijos, hace cuánto conoce al Señor o si tiene alguna necesidad espiritual para que oremos, primero queremos saber su profesión u ocupación o su postura política. ¡Qué extraño! Me da risa cómo muchos actúan como su fueran ABC1 sin serlo ¿por qué hacen esto? ¿Qué se saca con eso? ¡Qué raro! Otros actúan como si fueran más inteligentes que los demás ¿para qué?
Otras veces nuestros concursos de belleza son más espirituales, más religiosos, pero son concursos al fin y al cabo: ¿Cuántas veces competimos para ver quién es más santo, quién es más consagrado, quién tiene más compromiso, quién viene más, quién canta u ora con más fervor, quién sabe más de la Biblia, quién tiene menos vicios, quién tiene más hijos en la iglesia, etc. etc.?
Cuando veo la imagen bíblica de la iglesia no veo nada del glamour de un concurso de belleza: no veo luces sobre un escenario bien montado, no veo un lugar lleno de aroma a Chanel n° 5 y laca para pelo, no veo lindos cuerpos desfilando en trajes de noche, no veo implantes de silicona, Botox, ni liposucciones, no veo un jurado evaluando, no veo peinados ostentosos, no veo farándula, no veo flashes ni alfombras rojas….
Cuando veo la imagen bíblica de la iglesia veo el taller de restauración de muebles de un carpintero: con aserrín por todos lados, lleno de nauseabundo olor a neoprén, herramientas esparcidas sobre los mesones y un montón de piezas y muebles desarmados o a medio armar, uno de esos muebles (tal vez el más desgastado y feo) soy yo… el otro eres tú.
La iglesia es el taller del carpintero, donde Él moldea nuestras vidas. La iglesia es un cuerpo compuesto de miembros defectuosos, pero que en conexión con la Cabeza, que es Cristo, y en dependencia de Él, son sanados, transformados y hechos útiles.
Eso fue lo que se les olvidó a Ananías y a Safira. Ellos empezaron a pensar que la Iglesia era un concurso de belleza para ver quién era más generoso y dadivoso.
La historia de Ananías y Safira está en Hechos 5, pero fíjense en los versículos inmediatamente anteriores (Hechos 4.34-37). Es interesante cómo Ananías y Safira, al ver estos actos de generosidad voluntaria de tantos creyentes, entre ellos Bernabé, ellos solitos, sin que nadie les dijera nada, se sintieron presionados a causar la misma impresión.
“¡Qué ganas de que nos respeten como respetan a Bernabé! ¿Qué podemos hacer para que todos nos acepten y admiren como lo hicieron con Bernabé?”… “¡se me ocurrió una idea!”, dice Ananías: “vendamos nuestra propiedad y digamos que la vendimos por menos, así nos quedamos con algo de dinero de la venta y todos nos van a admirar”.
¿Uds. lo logran ver? ¡Ananías y Safira han entendido mal todo desde el inicio! Ellos creen que la iglesia es un concurso de belleza espiritual, para ver quién es más generoso.
Su pecado no fue sólo mentir. Esa fue la expresión concreta que tomó su pecado, pero el pecado de ellos era más profundo y Pedro lo dice en el v. 3: ellos permitieron que Satanás llenara su corazón con mentiras del tipo: “si Uds. No hacen lo mismo que Bernabé, entonces no van a ser aceptados por la comunidad y nadie los va a respetar”. Además de esto, Satanás llenó su corazón con envidias hacia Bernabé y los otros cristianos que tomaron como opción personal entregar la totalidad de sus bienes. Pero Ananías y Safira no eran como Bernabé y en vez de reconocerlo y pedir la oración de sus hermanos, se pusieron un par de implantes espirituales de silicona y trataron de parecer lo que no eran. Ellos amaban demasiado este mundo, para ellos eran demasiado importantes sus bienes y, sobre todo, la posición de prestigio que podían tener ante los demás.
No dejemos que Satanás llene nuestro corazón en la iglesia hoy.
No hagamos de la iglesia un concurso de espiritualidad, ni un concurso de conocimiento teológico, ni un concurso de generosidad, ni un concurso de compromiso. A Dios no le interesa elegir, ni menos que nosotros elijamos, a la “Miss Espiritualidad”, ni al “Mister Sana Doctrina”, ni a la “Miss Desprendimiento”, ni al “Mister Puntual”. Todos esos concursos de belleza no llevan a nada.
SOMOS LA COMUNIDAD DE LA GRACIA. Somos el taller del Carpintero. Es poco glamuroso, lo sé… pero es auténtico y aquí es el espacio para ser uno mismo. Claro que es importante ser espiritual, tener sana doctrina, ser generoso con la obra de Dios y tener un compromiso firme. Pero si no eres una, varias o ninguna de esas cosas, entonces no te preocupes más: sólo reconócelo y entrégate en las manos del Carpintero y Él te arreglará, mientras tanto nosotros, tus compañeros de caminada, dejamos a un lado las críticas, los juicios, los prejuicios y te aceptamos sin evaluarte primero, oramos contigo, te tomamos de la mano si caes y aprendemos a amarte como la hace el Carpintero desde toda eternidad. Eso es ser Iglesia.
Quitémonos la espiritualidad plástica:
¡Afuera los implantes espirituales de silicona! El Señor sabe quiénes somos… Él nos hizo así.
¡Ya no más liposucciones que sólo arrancan nuestras individualidades y aquellos detalles específicos de nuestro carácter que nos hacen hermosos como Dios nos creó!
¡Basta de sonrisas hechas de Botox en los cultos y reuniones de la iglesia!
Es tiempo de ser auténticos. Hay demasiados concursos de belleza en esta vida como para que hagamos de la iglesia uno más…
Cuando leía en Hechos 5 la historia de Ananías y Safira esta semana, no pude evitar recordarme de ese diálogo de “Little Miss Sunshine”. Y es que VIVIMOS EN UN MUNDO QUE ES COMO UN MALDITO CONCURSO DE BELLEZA. Un mundo donde todos observan nuestros atributos para evaluarnos. ¿Cómo te vistes? ¿Cómo hablas? ¿Qué trabajo tienes? ¿Cuánto ganas? ¿Cómo te diviertes?
A las mujeres: ¿cómo es tu físico?
A los hombres: ¿cuán exitoso eres?
Una vez que hemos aprobado un determinado standard, somos aceptados y entonces, después de haber pasado el test de aprobación, nos tornamos merecedores del respeto, de la amistad, del amor de los demás.
Todos buscamos ser amados. Esa es nuestra necesidad más esencial y básica. Eso es lo que nos mueve a vestirnos, hablar, comportarnos de tal manera, o estudiar tal carrera, o buscar tal trabajo: la necesidad de ser aceptados, amados.
A pesar de toda esta carnalidad en la que yo muchas (demasiadas) veces me sumerjo, aún así Dios me da un golpe en el hombro y me hace mirar hacia la más bella figura de todas (una belleza más bella que la belleza de la Miss Universo, que la belleza de un Porsche cero kilómetro, que la belleza de un hermoso atardecer o que la belleza de generosos actos de bondad y solidaridad): la belleza del Señor Jesús dilacerado, deformado y ensangrentado, colgando de una cruz, dando su vida por mí.
Y con ese sólo recuerdo, el Señor me dice: “con amor eterno te he amado, por tanto te he prolongado mi misericordia y seguiré prolongándola”. Cristo me libró de todos los malditos concursos de belleza de esta vida. Cuando Dios (ni más ni menos que ¡DIOS!) Se hizo hombre y derramó su sangre en la cruz, él me dijo y me dice: yo te acepto. Yo te amo. Ven así como estás.
Pero cuán frecuentemente olvidamos eso y seguimos actuando como si Dios nos aceptara sólo en la medida en que hacemos esto o dejamos de hacer esto otro. Pero el amor de Dios es el mismo amor siempre. Dios no es como esas personas que te dicen al inicio: “te amo como eres” y después que ya les entregaste tu corazón te exigen esto o lo otro. La relación con Dios no es un concurso de belleza espiritual. Dios no es un jurado evaluando tus atributos espirituales, tu compromiso, tu consecuencia, tu bondad hacia los demás.
¡ESTA GRACIA ES LA ESENCIA, EL ADN DE LA IGLESIA! Pero esto también se nos olvida fácilmente y muchas veces hacemos de la iglesia un concurso de belleza: “Miss santidad”, “Mister consagración”. ¡Qué triste cuando esto ocurre!
Cuando hacemos de la iglesia un concurso de belleza, pecamos terriblemente. A veces lo hacemos de las formas más básicas y simplonas, imitando 100% al mundo: nos fijamos en cómo el otro habla, en cómo se viste, en cómo usa el pelo, a qué segmento social pertenece y hacemos de estas cosas el parámetro para evaluar si vamos a incorporar al hermano a nuestro círculo de amigos o no. Es interesante cómo, antes de saber si la persona es casada, si tiene hijos, hace cuánto conoce al Señor o si tiene alguna necesidad espiritual para que oremos, primero queremos saber su profesión u ocupación o su postura política. ¡Qué extraño! Me da risa cómo muchos actúan como su fueran ABC1 sin serlo ¿por qué hacen esto? ¿Qué se saca con eso? ¡Qué raro! Otros actúan como si fueran más inteligentes que los demás ¿para qué?
Otras veces nuestros concursos de belleza son más espirituales, más religiosos, pero son concursos al fin y al cabo: ¿Cuántas veces competimos para ver quién es más santo, quién es más consagrado, quién tiene más compromiso, quién viene más, quién canta u ora con más fervor, quién sabe más de la Biblia, quién tiene menos vicios, quién tiene más hijos en la iglesia, etc. etc.?
Cuando veo la imagen bíblica de la iglesia no veo nada del glamour de un concurso de belleza: no veo luces sobre un escenario bien montado, no veo un lugar lleno de aroma a Chanel n° 5 y laca para pelo, no veo lindos cuerpos desfilando en trajes de noche, no veo implantes de silicona, Botox, ni liposucciones, no veo un jurado evaluando, no veo peinados ostentosos, no veo farándula, no veo flashes ni alfombras rojas….
Cuando veo la imagen bíblica de la iglesia veo el taller de restauración de muebles de un carpintero: con aserrín por todos lados, lleno de nauseabundo olor a neoprén, herramientas esparcidas sobre los mesones y un montón de piezas y muebles desarmados o a medio armar, uno de esos muebles (tal vez el más desgastado y feo) soy yo… el otro eres tú.
La iglesia es el taller del carpintero, donde Él moldea nuestras vidas. La iglesia es un cuerpo compuesto de miembros defectuosos, pero que en conexión con la Cabeza, que es Cristo, y en dependencia de Él, son sanados, transformados y hechos útiles.
Eso fue lo que se les olvidó a Ananías y a Safira. Ellos empezaron a pensar que la Iglesia era un concurso de belleza para ver quién era más generoso y dadivoso.
La historia de Ananías y Safira está en Hechos 5, pero fíjense en los versículos inmediatamente anteriores (Hechos 4.34-37). Es interesante cómo Ananías y Safira, al ver estos actos de generosidad voluntaria de tantos creyentes, entre ellos Bernabé, ellos solitos, sin que nadie les dijera nada, se sintieron presionados a causar la misma impresión.
“¡Qué ganas de que nos respeten como respetan a Bernabé! ¿Qué podemos hacer para que todos nos acepten y admiren como lo hicieron con Bernabé?”… “¡se me ocurrió una idea!”, dice Ananías: “vendamos nuestra propiedad y digamos que la vendimos por menos, así nos quedamos con algo de dinero de la venta y todos nos van a admirar”.
¿Uds. lo logran ver? ¡Ananías y Safira han entendido mal todo desde el inicio! Ellos creen que la iglesia es un concurso de belleza espiritual, para ver quién es más generoso.
Su pecado no fue sólo mentir. Esa fue la expresión concreta que tomó su pecado, pero el pecado de ellos era más profundo y Pedro lo dice en el v. 3: ellos permitieron que Satanás llenara su corazón con mentiras del tipo: “si Uds. No hacen lo mismo que Bernabé, entonces no van a ser aceptados por la comunidad y nadie los va a respetar”. Además de esto, Satanás llenó su corazón con envidias hacia Bernabé y los otros cristianos que tomaron como opción personal entregar la totalidad de sus bienes. Pero Ananías y Safira no eran como Bernabé y en vez de reconocerlo y pedir la oración de sus hermanos, se pusieron un par de implantes espirituales de silicona y trataron de parecer lo que no eran. Ellos amaban demasiado este mundo, para ellos eran demasiado importantes sus bienes y, sobre todo, la posición de prestigio que podían tener ante los demás.
No dejemos que Satanás llene nuestro corazón en la iglesia hoy.
No hagamos de la iglesia un concurso de espiritualidad, ni un concurso de conocimiento teológico, ni un concurso de generosidad, ni un concurso de compromiso. A Dios no le interesa elegir, ni menos que nosotros elijamos, a la “Miss Espiritualidad”, ni al “Mister Sana Doctrina”, ni a la “Miss Desprendimiento”, ni al “Mister Puntual”. Todos esos concursos de belleza no llevan a nada.
SOMOS LA COMUNIDAD DE LA GRACIA. Somos el taller del Carpintero. Es poco glamuroso, lo sé… pero es auténtico y aquí es el espacio para ser uno mismo. Claro que es importante ser espiritual, tener sana doctrina, ser generoso con la obra de Dios y tener un compromiso firme. Pero si no eres una, varias o ninguna de esas cosas, entonces no te preocupes más: sólo reconócelo y entrégate en las manos del Carpintero y Él te arreglará, mientras tanto nosotros, tus compañeros de caminada, dejamos a un lado las críticas, los juicios, los prejuicios y te aceptamos sin evaluarte primero, oramos contigo, te tomamos de la mano si caes y aprendemos a amarte como la hace el Carpintero desde toda eternidad. Eso es ser Iglesia.
Quitémonos la espiritualidad plástica:
¡Afuera los implantes espirituales de silicona! El Señor sabe quiénes somos… Él nos hizo así.
¡Ya no más liposucciones que sólo arrancan nuestras individualidades y aquellos detalles específicos de nuestro carácter que nos hacen hermosos como Dios nos creó!
¡Basta de sonrisas hechas de Botox en los cultos y reuniones de la iglesia!
Es tiempo de ser auténticos. Hay demasiados concursos de belleza en esta vida como para que hagamos de la iglesia uno más…
4 comments:
Rev. Jonathan.
...Es un tremendo regrigerio para comenzar la semana.
Abrazos desde Copiapó.
¡¡¡ Botox espiritual !!! gran analogía... Me recordó mi amado pastor la pasión por la simpleza y el decoro que he leído de varios autores reformados. Y también, no sé porqué, se me vino a la mente el libro "Mientras no tengamos rostro", de C.S. Lewis, puntualmente al personaje principal, la "hermana fea" que asume como reina de un reino particular...
La sociedad de consumo nos impulsa a la competencia exhacerbada, a los cambios de apariencia, al "dime cuánto gastas y te diré quién eres"... Detrás del escenario está el director aplaudiendo a los personajes de escena que recrean el guión, mientras que la industria tiene garantías de supervivir debido al respetable público que llena las butacas reclinables y cómodas en cada función.
Nos modelan, nos destruyen y más encima les pagamos por eso. Mal por nosotros. Gracias a Dios por que nos azota y disciplina con su amor correctivo... La vida ya no es para nosotros un maldito concurso de belleza tras otro, mientras no tengamos rostro...
Un niño no sabe para que sirve un brazo ni tiene conciencia de el si no ve a otro usándolo.
Cuando un líder comparte su libertad en Cristo todos crecemos con él, como dice H. Maturana somos transformados en este convivir o lenguajear (me encanta como habla del Reino siendo ateo).
Odio cuando se usa la manipulación emocional para que se dé o se haga, más si es de un pulpito.
También lucho por salirme de este maldito concurso de belleza y creo que la única solución es la Gracia el mejor estado para vivir.
Y como dijo Nirvana me debo recordar:"Come as your are"....to Jesús
Está bueno esto ah?...qué decir si muchas veces hemos caído en el juego.
Respecto del post anterior, debo confesar que a mí tambien me carga la manipulación emocional, el conductismo...funciona para cierto revaño...pero aquellos que son´más ilustrados cómo perdirles: "repitan conmigo"...o expnerles el evangelio através de los dedos de la mano...no mes siento cómodo con eso...
Dios mío danos sabiduría, porque si nuestro amor por Ud. es genuíno también los será nuestro testimonio...ya sea verbal o en acciones!
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