Este tipo de programas de pseudo-denuncia, como “En la mira”, siempre tienen un enemigo por programa, sólo 1, no más que eso. ¿Cuál era el enemigo aquí, detrás de los obispos brasileños de la “Universal”, de José Luis de Jesús Miranda y de la patética “machi-evangélica” de Independencia? Obviamente: LA LIBERTAD DE CULTO. ¡¡Ella es la culpable de todos estos males, según Macarena Pizarro y su equipo!!
Soy sincero cuando digo ¡que me dio mucha pena darme cuenta! Chile sigue siendo tan medieval, tan sesgado. Los poderes hegemónicos se mantienen intactos no sólo en lo político y en lo económico, sino también en lo religioso y en lo cultural. “¿Quién controla todo esto?” preguntaba el caballero de Independencia. ¿Y quién debe controlarlo? Pregunto yo. ¿El tribunal del Santo Oficio? ¿El estado en sólida alianza con la alta curia romana?
Pero, a lo largo de todo el programa, dentro de mí susurraba la respuesta a toda esta mescolanza patética de confusión religiosa y lucha por mantención de la hegemonía romana. Y es que este es un dilema transversal que atraviesa el corazón religioso de Chile: o somos fácilmente engañados por sectas que, claramente, son dañinas y engañosas o la sombría sotana del romanismo inquisitorial nos ofrece dudoso refugio.
¿Y qué respuesta era la que susurraba dentro de mí?: ¡Chile necesita una Reforma! Un Lutero que luche al mismo tiempo contra la superstición popular y contra la tiranía de conciencia del papismo. Un Calvino que instruya en la Palabra de Dios con elocuencia y claridad no sólo a los creyentes, sino también a la sociedad y que permita que la diáfana voluntad de Dios ilumine un Chile que aún no ha salido del oscurantismo.
Y es que, al final del día, la libertad de culto es un traje que le queda grande a Chile todavía, pero no creo que la solución sea, por esa causa, botar el traje, sino: CRECER.
Todas las religiones tienen derecho a manifestarse. La libertad de culto es consecuencia lógica de la libertad de expresión. Y si Luis Miranda quiere decir que es el cristo y el anticristo al mismo tiempo ningún poder estatal tiene por qué “controlar” eso. El astuto canalla Obispo Robston, el típico sin-vergüenza inteligente de la “Universal” lo dijo bien: “aquí a nadie le ponemos una pistola en la cabeza ni le obligamos a darnos el dinero… todos lo hacen voluntariamente”. Si Robston quiere decir que los que den 50 lucas van a recibir 500, de parte de Dios, a cambio, tiene todo el derecho, ante el estado, de decirlo y nadie se lo debe impedir. Si él quiere decir que los que le compren aceite del Monte de los Olivos serán bendecidos ninguna ley le puede prohibir eso. Es su libertad de expresión. Al fin y al cabo – seamos honestos con la historia – por siglos el catolicismo-romano ha estado haciendo eso mismo en toda América Latina: proclamar la idolatría a su anticristo (¿o no recuerdan los llantos de los fieles y los pañuelitos blancos cuando Juan Pablo II vino a Chile a darle golpecitos en la espalda al dictador?), ofrecer bendiciones de todo tipo a cambio de dinero y vender supuestas reliquias religiosas y ramitos en la víspera de semana santa.
Esa misma libertad de expresión, sin embargo, se torna una ENORME responsabilidad para el mundo evangélico-reformado. Necesitamos la libertad de expresión y, por lo tanto, la ley de igualdad de culto, para hablar y enseñar la verdad que hace libres a los hombres.
Perdonen lo que voy a decir, pero no conozco otra forma de expresarlo: para que haya “post tenebras lux” se necesitan cojones como los tuvieron Lutero y Calvino y a muchos reformados de hoy, lamentablemente, nos faltan. Mientras discutimos entre nosotros la autoridad del Pentateuco desde la teoría documentaria o desde la autoría mosaica y mientras nos hacemos zancadillas entre pastores utilizando las metodologías más impías, anti-éticas y heterodoxas para, supuestamente, defender la ortodoxia, los chilenos perecen porque les falta conocimiento. Los que no perecen en las garras de las sectas, lo hacen ahogados entre las sotanas clericales.
A los evangélicos, sobre todo a los reformados, hago un llamado ahora (partiendo por mí mismo): No caigamos en la trampa (como de alguna manera lo insinuó Humberto Lagos en el programa) de que la libertad de culto es “demasiada”. Tenemos libertad de culto en Chile y está buena, ella debe resguardar que todos puedan decir y enseñar lo que quieran. No hay que quitarle derechos estatales a nadie ni modificar la ley para que sólo “ciertas” religiones de más años y “respeto” prevalezcan. Nada de eso es papel de una ley de culto del estado. Una ley de culto no tiene por qué detener el avance de las sectas, esa no es su función, no confundamos las esferas. LO QUE DETIENE EL AVANCE DE LAS SECTAS NO SON LAS LEYES DEL ESTADO SINO LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO Y DE TODO EL CONSEJO DE DIOS en lo que respecta a todas las esferas del ser humano.
Separación iglesia-estado no es sinónimo de aislamiento de la religión a un reducto intocable y numenal de la conciencia. ¡La religión es la raíz de todo el quehacer humano! Separación iglesia-estado sólo es posible, de hecho, con un estado que permita que todos nosotros digamos desde nuestro prisma religioso lo que es mejor para la sociedad y para el país, pero por igual… ¡sin hegemonías!
Nosotros, reformados, por lo tanto, aprovechemos la ley de libertad religiosa para proclamar con mayor ahínco (“a mayor libertad, mayor responsabilidad” decían los antiguos) la verdad de Dios, que es Su palabra. Porque sólo así los juanes, pedros y marías de Chile, si son instruidos debidamente en la Palabra, no caerán ante los Obispos Robston, ante los José Luis de Jesús Miranda (666) ni anti las machis-evangélicas de Independencia. Estos podrán decir y enseñar lo que quieran, pero sus templos estarán vacíos y tendrán, eventualmente, que cerrar y cambiar de rubro para lucrar, ya que este parece ser el único objetivo de su vida… tristemente para ellos.
¡No reivindiquemos hegemonías históricas ni de los papistas ni de los luteranos ni de los calvinistas ni de nadie! Simplemente prediquemos la Palabra de Dios, enseñemos todo el consejo de Dios y oremos para que Dios levante no uno, sino muchos Luteros, Calvinos, Farels y Zwinglios en esta generación en Chile.