"Nos dijeron cuando chicos: jueguen a estudiar. Los hombres son hermanos y juntos deben trabajar. Oían los consejos, los ojos en el profesor, había tanto sol sobre las cabezas. Y no fue tan verdad porque esos juegos al final terminaron para otros con laureles y futuros y dejaron a mis amigos pateando piedras. (...) Bajo los zapatos: barro más cemento. El futuro no es ninguno de los prometidos en los 12 juegos. A otros enseñaron secretos que a mí no, a otros dieron de verdad esa cosa llamada educación. Ellos pedían esfuerzo, ellos pedían dedicación y ¿para qué? Para terminar bailando y pateando piedras." Así cantaba Jorge González en "El baile de los que sobran" por allá por los '80. Así es Chile, lleno de desigualdades y de eso quiero hablar un poco en este post.
No es secreto para ningún chileno que Chile está dividido y muchas veces, de tan obvio, dejamos hasta de pensar en ello, pero nos movemos igualmente en el "ethos" de un país dividido.
Políticamente, las diferencias fueron (sobre todo en los '80), para muchos, irreconciliables. Lo suficiente para alejar padres e hijos, hermanos y hermanas, tíos y sobrinos, miembros de la misma iglesia y hasta pastores y presbíteros. Hoy tomamos la política menos en serio, pero lo que se dijo hace años en una conversación o en un almuerzo familiar, de forma tan ofensiva y visceral, a muchos aún les pesa... y duele.
Social y económicamente, sin embargo, aún vivimos las que son, tal vez, las peores divisiones. Chile siempre ha tenido una mentalidad de sociedad estamental y era natural que así fuera hasta la instauración de la República en el siglo XIX. Las sociedades estamentales, característica de las civilizaciones antiguas y medievales, son aquellas que se organizan a partir de la concepción de que no son todos iguales, ya que hay familias y sangres que son mejores que otras, o al menos más aptas, para tener bienes, poder y prestigio. Por lo tanto se dividen en estamentos fijos e inmóviles, donde el campesino será siempre campesino, así como sus hijos y nietos y el noble siempre será noble, como sus hijos, nietos y bisnietos después de él. Tristemente, en Chile esta mentalidad medieval se mantiene casi infranqueable en una sociedad que, paradojalmente, abrazó los pilares formales de la modernidad: la república democrática y el sistema capitalista. Un país con un sistema democrático de gobierno y un sistema capitalista de mercado, pero con mentalidad estamental se puede tornar en un monstruo: los líderes políticos difícilmente se tornan líderes porque un día se valoraron sus méritos, sus propuestas o su visión de nación por sí mismos... en realidad, ellos pertenecen a ciertas familias, algunas muy antiguas (que eran los mismos antiguos latifundiarios) y otras más nuevas, pero relacionadas a esas antiguas por matrimonio y, dentro de ese universo, quizás eran los que mostraban más habilidad o capacidad para la política. Aunque todos son bienvenidos para inscribirse en los partidos políticos, no todos son bienvenidos a los círculos de poder dentro de ellos (no importa de qué lado o de qué color sea el partido... la tendencia es transversal) y, por lo tanto, nunca llegan a ser ni siquiera candidatos a cargos importantes de la nación.
Económicamente, es constante y casi enfermiza la tendencia en nuestras empresas criollas a buscar que, para ciertos puestos de trabajo, se viva en cierto sector de la ciudad ("que viva en el sector oriente" dicen los anuncios de diarios), se haya estudiado en ciertos colegios (más caros que el presupuesto familiar de la mayoría de los "shilenos") y se tenga algún apellido de alta alcurnia o, al menos, uno sea recomendado por alguien de ese entorno, sólo para demostrar que existe cierto "roce". Esto produce ciclos viciosos interminables de producción de riqueza a través de un sistema capitalista (lo cual es muy bueno y moderno) que, sin embargo, se acumula dentro de un círculo casi cerrado de la sociedad (lo cual es pésimo y muy medieval). La brecha de desigualdad sigue aumentando.
Por supuesto, el sistema democrático de gobierno y el sistema económico capitalista, tienen fuerza por sí mismos y siempre permiten honrosas, y muy contadas, excepciones. Pero ahí está precisamente el problema: lo que debería ser la regla, en realidad son excepciones en Chile.
Sin duda que el espacio y el tiempo no nos permiten un análisis más profundo como, por ejemplo, acerca del rol muchas veces represor que en realidad cumple la educación en Chile, o de las ideologías autoritarias que, haciendo uso del resentimiento y odio de los excluidos, despiertan siempre el interés de algunos nobles más paternalistas y se apropian indebidamente de los discursos sindicales y se toman el monopolio de la denuncia social.
El sistema democrático y el capitalismo sólo son beneficiosos en sociedades que han vencido la mentalidad estamental, o sea, en sociedades realmente modernas donde partimos de la base que todos son iguales porque todos son creaturas de Dios bajo su Soberanía absoluta, hechas a su imagen y semejanza: libres y responsables, y donde, sobre esa base, creemos que las personas deben ser recompensadas y valoradas por su propio esfuerzo, trabajo, constancia y méritos como en la parábola de los talentos y no por el origen de su familia, ni por el lugar de su domicilio. El sociólogo Ernst Troeltsch, sin ser calvinista y siguiendo a su maestro Max Weber, admitió que el primer teólogo que puso las bases para una sociedad no-estamental, donde hubiera mobilidad social fue Juan Calvino. Pero el mérito no es de Juan Calvino, es de la mentalidad escritural, de una cosmovisión bíblica consistente, integral y no dualista.
No es secreto para ningún chileno que Chile está dividido y muchas veces, de tan obvio, dejamos hasta de pensar en ello, pero nos movemos igualmente en el "ethos" de un país dividido.
Políticamente, las diferencias fueron (sobre todo en los '80), para muchos, irreconciliables. Lo suficiente para alejar padres e hijos, hermanos y hermanas, tíos y sobrinos, miembros de la misma iglesia y hasta pastores y presbíteros. Hoy tomamos la política menos en serio, pero lo que se dijo hace años en una conversación o en un almuerzo familiar, de forma tan ofensiva y visceral, a muchos aún les pesa... y duele.
Social y económicamente, sin embargo, aún vivimos las que son, tal vez, las peores divisiones. Chile siempre ha tenido una mentalidad de sociedad estamental y era natural que así fuera hasta la instauración de la República en el siglo XIX. Las sociedades estamentales, característica de las civilizaciones antiguas y medievales, son aquellas que se organizan a partir de la concepción de que no son todos iguales, ya que hay familias y sangres que son mejores que otras, o al menos más aptas, para tener bienes, poder y prestigio. Por lo tanto se dividen en estamentos fijos e inmóviles, donde el campesino será siempre campesino, así como sus hijos y nietos y el noble siempre será noble, como sus hijos, nietos y bisnietos después de él. Tristemente, en Chile esta mentalidad medieval se mantiene casi infranqueable en una sociedad que, paradojalmente, abrazó los pilares formales de la modernidad: la república democrática y el sistema capitalista. Un país con un sistema democrático de gobierno y un sistema capitalista de mercado, pero con mentalidad estamental se puede tornar en un monstruo: los líderes políticos difícilmente se tornan líderes porque un día se valoraron sus méritos, sus propuestas o su visión de nación por sí mismos... en realidad, ellos pertenecen a ciertas familias, algunas muy antiguas (que eran los mismos antiguos latifundiarios) y otras más nuevas, pero relacionadas a esas antiguas por matrimonio y, dentro de ese universo, quizás eran los que mostraban más habilidad o capacidad para la política. Aunque todos son bienvenidos para inscribirse en los partidos políticos, no todos son bienvenidos a los círculos de poder dentro de ellos (no importa de qué lado o de qué color sea el partido... la tendencia es transversal) y, por lo tanto, nunca llegan a ser ni siquiera candidatos a cargos importantes de la nación.
Económicamente, es constante y casi enfermiza la tendencia en nuestras empresas criollas a buscar que, para ciertos puestos de trabajo, se viva en cierto sector de la ciudad ("que viva en el sector oriente" dicen los anuncios de diarios), se haya estudiado en ciertos colegios (más caros que el presupuesto familiar de la mayoría de los "shilenos") y se tenga algún apellido de alta alcurnia o, al menos, uno sea recomendado por alguien de ese entorno, sólo para demostrar que existe cierto "roce". Esto produce ciclos viciosos interminables de producción de riqueza a través de un sistema capitalista (lo cual es muy bueno y moderno) que, sin embargo, se acumula dentro de un círculo casi cerrado de la sociedad (lo cual es pésimo y muy medieval). La brecha de desigualdad sigue aumentando.
Por supuesto, el sistema democrático de gobierno y el sistema económico capitalista, tienen fuerza por sí mismos y siempre permiten honrosas, y muy contadas, excepciones. Pero ahí está precisamente el problema: lo que debería ser la regla, en realidad son excepciones en Chile.
Sin duda que el espacio y el tiempo no nos permiten un análisis más profundo como, por ejemplo, acerca del rol muchas veces represor que en realidad cumple la educación en Chile, o de las ideologías autoritarias que, haciendo uso del resentimiento y odio de los excluidos, despiertan siempre el interés de algunos nobles más paternalistas y se apropian indebidamente de los discursos sindicales y se toman el monopolio de la denuncia social.
El sistema democrático y el capitalismo sólo son beneficiosos en sociedades que han vencido la mentalidad estamental, o sea, en sociedades realmente modernas donde partimos de la base que todos son iguales porque todos son creaturas de Dios bajo su Soberanía absoluta, hechas a su imagen y semejanza: libres y responsables, y donde, sobre esa base, creemos que las personas deben ser recompensadas y valoradas por su propio esfuerzo, trabajo, constancia y méritos como en la parábola de los talentos y no por el origen de su familia, ni por el lugar de su domicilio. El sociólogo Ernst Troeltsch, sin ser calvinista y siguiendo a su maestro Max Weber, admitió que el primer teólogo que puso las bases para una sociedad no-estamental, donde hubiera mobilidad social fue Juan Calvino. Pero el mérito no es de Juan Calvino, es de la mentalidad escritural, de una cosmovisión bíblica consistente, integral y no dualista.
El vino nuevo debe ser puesto en odres nuevos... ¡qué complicaciones trae poner vino nuevo en odres viejos! Se rompen los odres y se pierde el vino... ¡fatal!
Como un bebé de 9 meses jugando con una calibre 38 cargada de balas: eso es Chile y su capitalismo. Eso es Chile y su democracia. Este es el caldo de cultivo ideal para que, entonces, haciendo uso de la frustración, la dececpción y la rabia de los excluídos, florezcan todo tipo de ideologías dañinas y engañosas que sólo son la antesala del autoritarismo, como el socialismo, el comunismo, el "progresismo" (como le dicen ahora).
Por otro lado, el arribismo, la búsqueda constante de "arrimarse a buen árbol" y de abandonar tu entorno y olvidar tu familia para, a punta de deudas, irte a vivir adonde puedes tener roce con los de alta alcurnia, se torna una característica propia de los chilenos de clase media, porque en una sociedad estamental es muy importante tener la buena del señor feudal y estar cerca de él para que un día él te vea, te descubra y te dé la mano de su hija como en una fantasía de teleserie mexicana.
En este caldo de cultivo caben todos y no puedo dejar de mencionar a los católicos reaccionarios de siempre, que no faltan; los que argumentan que la solución es que Chile vuelva a ser medieval. Aún recuerdo a los profesores que me hicieron leer a Weber en la UC sólo para demostrar un punto: que la modernidad capitalista, engendro protestante, es mala ¡puaj! Una lectura que ciertamente Weber no aprobaría. Una especie de síntesis tomista-weberiano-marxista (no importa lo opuestas e irreconciliables que sean sus teorías: "la fe todo lo puede")... ¡todo vale! Con tal de combatir la modernidad y que podamos volver a un estado dominado por el papismo, donde se prohiban las píldoras del día después en los consultorios, donde no se pueda enseñar a usar preservativos, donde en cada acto público tenga que estar un cura lanzando agua bendita, donde los parlamentarios siempre consulten al Consejo Episcopal antes de tormar una decisión, donde el papa nos resuelva los conflictos limítrofes con otros países: he ahí el sueño dorado de estos reaccionarios... malas noticias: ¡parece que lo están logrando!
Amigos a los cuales quiero y respeto mucho, lamentablemente no entienden las diferencias sociales y culturales que vivimos en Chile. Ellos fueron criados en contextos donde nunca les faltó comida en la casa un día en la tarde cuando llegaron del colegio con hambre. Ellos no saben lo que es buscar y rebuscar las monedas en los bolsillos de todos los de la casa para "hacer una vaca" e ir a comprar un litro de leche para el desayuno. No saben lo que es estudiar y tratar de aprender las matemáticas, la historia y la gramática para sacarse buenas notas que no te sirven absolutamente de nada después en la PSU o en la Universidad. Hoy ya no los envidio, no les tengo más rabia, gracias a Dios. Sólo me gustaría que entendieran: ellos fueron criados en contextos donde sus méritos, su responsabilidad y su inteligencia sí eran valorados. "Sé responsable, estudia, aprende, lee... ¡quizás llegues a ser presidente de Chile!" son excelentes consejos. Pero muchos de los chilenos nos volvemos escépticos a ese discurso siendo aún muy jóvenes y con razón. Hoy nos reímos de nuestra ingenuidad de aquella época infantil en la que creíamos que podíamos ser presidentes de la nación cuando estudiábamos en el liceo AZ-14723. Porque rápidamente nos damos cuenta de que, en demasiados casos, tu esfuerzo, tu mérito y tu inteligencia no tienen ningún valor si no eres un Ruiz-Tagle, un Piñera, un Enríquez-Ominami Gumucio o un Arrate. Muchos de ellos no entienden lo que es poner, mintiendo, en tu currículo un teléfono que empiece con 2 para que no aparezca tu teléfono verdadero que empieza con 7 (como el clásico episodio de Plan Z), o pedirle a una tía que te deje poner su dirección de Las Condes porque tú vives en Recoleta, o la sensación de que el liceo AZ-14723 de Conchalí aparece como una mancha de grasa horrible en ese currículo, haciendo que no importe tu título universitario, sacado con esfuerzo y a punta de créditos, en una universidad del Consejo de Rectores.
Porque crecí en "Plaza Italia pa'bajo" y todo el sector de "Escuela Militar pa'rriba" me es tan desconocido como Argentina, porque me paseaba en bicicleta por todo Independencia, Recoleta y Vivaceta con 9 años, porque aprendí a echarle la choreá y a hacerme el chistoso con los flaites de la población Santa Mónica para que me dejaran pasar tranquilo a ir a tomar la micro... y por miles de razones más, entiendo a los que sienten rabia contra el capitalismo y nuestras instituciones democráticas que nos excluyen, pero el problema no es del capitalismo ni de las instituciones democráticas en sí. El capitalismo es sólo un medio de producción de riqueza y la democracia es sólo el menos malo de los sistemas de gobierno. El verdadero problema es el capitalismo y la democracia en una sociedad con mentalidad estamental.
Amo Chile. Amo Santiago. Y estoy de acuerdo con todos aquellos que, sinceramente, quieren un país mejor. Pero un país mejor no es un país medieval donde la hegemonía de una iglesia (y que los diarios y programas de TV le dan con llamarle estúpidamente de "la Iglesia") y de su doctrina tenga que estar en todas las instancias autoritariamente. Un país mejor tampoco es un país, supuestamente moderno, guiado por la incredulidad y el humanismo, liderado por ideologías revolucionarias que sólo llevan a crueles tiranías (no olvidar: existen las tiranías parlamentarias). Yo creo que un país mejor es un país donde los verdaderos principios de Cristo y de Su Palabra están en los corazones y conciencias, en un adecuado equilibrio entre Soberanía de Dios y responsabilidad y libertad humanas.
Por eso, soy reformado y quiero Reforma para mi país: ¡Vino nuevo en odres nuevos!
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